La infancia es probablemente la etapa más mágica y especial de nuestra vida, se puede decir que vivimos en un estado de felicidad e imaginación constante. O eso es lo deseable para cualquier niño.
Cuántas veces antes de dormir, a los más pequeños se les han contado los típicos cuentos en los que se relataban miles de aventuras fascinantes. Cuentos donde existían mundos fabulosos, con sus apuestos príncipes y bellas princesas, con genios generosos y lámparas maravillosas, y sí, también con sus feos villanos y sus horripilantes monstruos.
“Daba igual como empezase el cuento, que siempre al final ganarían los buenos”
Con el final del cuento se llegaba al sueño, al de dormir, porque al de soñar era otra historia. El camino de baldosas amarillas podía seguir recto y lograrse un sueño de lo más dulce, o enredarse en un espinoso laberinto y terminar en pesadilla. Si se caía en lo segundo, al niño le invadía el miedo por los monstruos y se despertaba asustado entre lágrimas buscando el calor de un abrazo donde sentirse protegido. Cuando llegaba la calma, siempre se repetían unas mágicas palabras, “Los monstruos no existen” y vuelta a dormir.
Con los monstruos, el problema no está que aparezcan en las fábulas. Por desgracia en la vida real los monstruos existen y son terriblemente peores que los de los cuentos.
Corría el año 2013 y un monstruo hacía acto de presencia en las calles de Madrid. Era como un ser invisible que aparecía solamente en el momento clave para hacer el mal y luego se esfumaba. Así una, dos y hasta tres veces. Sus víctimas, siempre niñas, eran escogidas tras saberse valedor de un anonimato garantizado. Éste era un monstruo enormemente malvado, pero extremadamente cobarde.
Con su primer zarpazo, todo cambió para la los niños, y por ende para sus padres. Los paseos de ida y vuelta al cole ya no eran alegres, todo eran prisas y miradas de desconfianza. Los ratos en el parque ya no eran una posibilidad, hasta el jugar y reír se habían terminado. La preocupación era comprensible y estaba justificada, evitar riesgos era obligado si no querían verse sorprendidos por ese asqueroso Monstruo. La exigencia era tanta, que no se paraban a mirar que todo se hacía sin rechistar, aunque fuese a costa de la felicidad de los niños. Un precio demasiado caro a pagar sin haber merecimiento para ello.
Con un generalizado sentimiento de impotencia y frustración, las temerosas familias encomendaron su protección a quién sabían que no les iban a fallar. Una vez más la intercesión de los “Ángeles de la guarda” resultaría vital para poner fin al miedo y conseguir cazar al monstruo.
Éste continuaba extendiendo el terror por la ciudad. Por desgracia hubo otros dos ataques certeros y uno que afortunadamente no llegó a consumarse. Eran demasiados ya, y no se podía permitir ni uno más.
La “OPERACIÓN CANDY” estaba en marcha. La prevención en la zona era notable, la presencia policial ostensible como nunca y los investigadores implicados como si les fuera la vida en ello. El trabajo de campo iba dando resultados. El conjunto de métodos policiales utilizados y la valiosa información que las víctimas aportaban ayudaron a estrechar el cerco a un monstruo excesivamente confiado.
Tal era su vanidad, que la desmedida confianza que el monstruo tenía en sí mismo, le hizo cometer errores garrafales que a posteriori traerían fatales consecuencias para él.
Se libraba una batalla constante contra un enemigo que se lo estaba poniendo muy difícil. El tesón y el trabajo duro, dieron sus frutos y se obtuvieron datos reveladores. El avance era evidente y tras seguir varias pistas, los ángeles de la guarda se toparon de frente con el monstruo. Su disfraz de cordero no les despistó y con sutileza le sacaron una información que sería fundamental para prender la mecha.
La cuenta atrás empezaba y por delante tenían 72 horas para conseguir formar la base incriminatoria de la acusación. Así una vez capturado el monstruo, éste sería juzgado y condenado. Con suerte, terminaría pudriéndose de por vida en una sucia y fría mazmorra.
Nadie les dijo que la misión a realizar fuese fácil, y aunque ellos estaban preparados, lidiar con depravados sin alma les pasaría factura. Con suma discreción y pasando totalmente desapercibidos, los ángeles mantenían un seguimiento tan exhaustivo, que no había paso dado por el monstruo que no fuese conocido por ellos. Estaba tan marcado de cerca y tan estrechamente vigilado de cerca, que eran capaces de oler el hedor que desprendía el asqueroso monstruo.
Una fuerte presión empezaba a asfixiarle, y para sentirse más aliviado decidió apartarse a un pequeño rincón. Su cobardía le obligaba a esconderse. De poco le serviría.
Tic, Tac, Tic, Tac…el reloj marcaba el paso y apretaba bastante.
Sabiendo que estaba todo listo, decidieron que era el momento perfecto para actuar. Dicho y hecho. En el tiempo que dura un parpadeo, un pequeño batallón de ángeles entró en la guarida del monstruo y lo cazó desprevenido. Su bestialidad quedó reducida al miedo de sentirse acorralado y apresado. Su aspecto era tan feo y oscuro como su negro y putrefacto corazón.
Con la bestia atrapada, el tormento para las familias parecía haber terminado. Les estaba permitido volver a sus vidas, e incluso a vivirlas, pero como sucede después de tener un mal sueño, les quedó una sensación bastante extraña, que era compensada solamente por las visibles sonrisas dibujadas de nuevo en las caras de los niños.
Justamente se les devolvió una añorada felicidad, que nunca les debió ser arrebatada.
Esta extenuante búsqueda llegó a su fin, pero los ángeles seguirían librando mil batallas para dar caza a otros monstruos igual de repugnantes e indeseables.
CIUDAD LINEAL – CIUDAD SEGURA o “EL MONSTRUO CAZADO”
Reconocimiento máximo a todos esos ángeles que se entregaron incondicionalmente para dar caza a Antonio Ortiz “EL PEDERASTA DE CIUDAD LINEAL”