Xavier Eguiguren*
Érase una vez una calle flanqueada por dos hemisferios equilibrados, estos eran parte esencial de un cerebro sano. Imaginad un vehículo conducido por un guardia civil que sale de Barcelona con destino a San Sebastián. Antes de que por sorteo este agente fuera destinado a Euskadi, vivía feliz, muy contento se deleitaba con mil pensamientos hermosos. En esta introducción podréis haceros una descripción de lo que sería la estructura interna de su cabeza, en una época en la que la propia imperfección era perfecta. Podéis colocaros entre bastidores, leed e imaginad:
Los infinitos dibujos desconchados poblaban los muros. Algunos tabiques desvergonzados desnudaban sus ladrillos. Los paseos de premeditada ruina mostraban sin pudor la cara vista en las fachadas de colores gastados, estucados. Pasadizos escarbados, intestinos de viviendas desiguales, es una comitiva eterna cual procesión de suelos empedrados en los que crecen paredes quebradas.
Causa implacable es el tiempo que transcurre carente de horas, minutos, sin segundos medidos, el milagro de un efecto condescendiente sobre los textos descascarillados, mellados, surcados de profundas grietas en las tapas que los esconden. Algarabía convertida en poesía y romanticismo absoluto.
Los soportales entierran al viajero, al artista, al mendigo, y flanquean los pasos tantas puertas desvencijadas, cien veces hermosas, cien veces cien emparejadas con timbres dorados y rubricados. Un laberinto de calles muestran el más puro absolutismo, totalitarismo, un despotismo artístico.
Belleza omnipotente, soberana tiranía para los declarados no amantes del caos escultural, espacio agraciado, transferencia de sentimientos lo convierten en precioso y, finalmente, sublime.
Terrazas pobladas de gentes de acentos guturales, siluetas silabean cantarines sonidos, verbos seseantes, músicas de acordeón y violines callejeros afinados.
La madera yace descaradamente con la piedra y el mármol, todos y cada uno, a la vez unidos para siempre al ladrillo, al mar, al salitre y al oxígeno, se hallan tan cerca del ser y sus dedos, apéndices que pueden, quieren y de ben tocar los perfectos desperfectos. Anomalías que son cúmulo de composiciones, emulan bocas con dinteles que canalizan a millones de personas que han de encorvarse para consumar el paso entre las entrañas de los edificios.
Pasará mucho tiempo hasta que nuestro protagonista pueda de nuevo expresarse de una forma tan bella.
En Intxaurrondo, su nuevo destino, le comunican que desde que ETA había comenzado a asesinar, ya eran noventa y cinco los compañeros caídos destinados en ese mismo cuartel. Hoy ya son cien los asesinados, los cien de Intxaurrondo.
A partir de ese momento se suceden tan rápidamente los días, los meses y los años, la costumbre de morir se lleva a cuestas, esta se instala en el subconsciente. El pensamiento racional de que la muerte forme parte de la vida, se convierte en irracional porque la muerte se halla más presente en la vida, que la propia vida.
Nuevas experiencias dan lugar a cinco destinos, cinco historias tan reales como tristes. La ETA en Barcelona, en Euskadi, el tráfico de estupefacientes en Galicia, casos reales de violencia de género y acoso escolar tratados en un puesto de la Guardia Civil de Asturias; cuatro formas de terrorismo terrorífico. Son vivencias de un agente, no lo juzguéis esperando una amplia información, sentenciadlo si no os ofrece un profundo sentimiento.
La lluvia cae con cadencia, y hoy estoy triste.