Manuel Avilés*
El título de este libro es un plagio. Bueno no es un plagio porque voy a citar al autor y no me lo voy a apropiar de extranjis -conducta típica de los borregos ayunos de cualquier idea propia, haciéndose los dueños de lo que han creado otros-.
Cierto olor a podrido era un libro de un cura jesuita que nos hacían leer en el colegio a finales de los sesenta entendiéndolo como literatura de formación para jóvenes. ¡Sí, cojones! Para jóvenes, que yo entonces, reprimido por los claretianos hasta la saciedad, era joven. No se crean las hienas que uno siempre ha sido un vejestorio inútil.
Bueno, que en el colegio en Don Benito, en Badajoz -donde unos chavales parece que se han cargado a una educadora- nosotros nos pasábamos los libros de este cura jesuita porque andábamos en una adolescencia gilipollesca en la que no aprovechábamos ni una oportunidad que nos surgía con las del Santo Ángel porque era pecado, y no decían que íbamos escopetados al infierno.
Este cura escritor – el de Cierto olor a podrido- fue invitado a dejar de ser jesuita y relegado al olvido por la congregación, por denuncias de pederastia. Hasta el cardenal Tarancón – el antifranquista de “Tarancón al paredón”, a ver si aprendemos más historia- lo echó de la diócesis de Oviedo en la que había recalado buscando refugio, por la denuncias de parguela de niños. Acuérdense, que he dicho muchas veces lo que escribía el gran Carlos Castilla del Pino en su “Teoría de los sentimientos”: es una bomba de relojería juntar represión sexual con autoridad sobre grupos de niños, léase curas con mando en plaza y críos corriendo por los patios de los colegios. Yo lo sé en primera persona pero a mí no me metieron mano jamás – y había algunos curas buenos- pero dos que recuerdo bien, además de reprimidos eran sádicos y me dieron unas hostias por las que ahora acabarían en el trullo con toda seguridad. Me castigaron más que ahora a un primer grado conforme a las reglas mínimas de Ginebra para el tratamiento de los reclusos.
Bueno, que este señor – el jesuita Martín Vigil- era un best seller en los sesenta y setenta y suyo es el cierto olor a podrido del principio. No plagiéis, ceporros, que al final pasa como con las reuniones de Koldo, Aldama, Ábalos y demás, que todo se sabe por mucho que los asistentes a esos contubernios golpistas, traidores e interesados se confabulen diciendo: esto… entre nosotros. Esto que no salga de aquí o …Yo soy una tumba. Las tumbas, cuando los llama el juez instructor, hablan. Lo mismo que los cadáveres, como enseñan los forenses cuando estudias criminología.
Cierto olor a podrido es el que desprende, no solo España, sino el mundo hoy.
Echad un vistazo. Putin, un fascista de libro, autócrata y dictador, se presenta como víctima en una guerra que él ha montado invadiendo al país vecino. Este país también tiene algo que no huele bien porque yo sigo viendo por las calles de Alicante cochazos de nivel estratosférico, de Audis y Bemeuves para arriba, conducidos por jóvenes saludables y siempre me acuerdo de Machado. Nuestros huidos de la guerra civil iban con lo puesto, con una maleta atada con cuerdas y dormían y morían en una pensión de Colliure.
Trump, ultraderechista absoluto y líder mundial sin que nadie se lo pida, se muestra como señor de la guerra y pacta con Putin. Después de llamar al orden a Zelenski y decirle que está provocando la tercera guerra mundial, pacta con Putin que deje de bombardear y que se quede con lo que tiene conquistado. Él se cobra “la ayuda” y quiere explotar no sé qué minerales en lo que han dado en llamar “las tierras raras”. A ver qué minerales son porque yo no los había oído nunca pero parece que son esenciales para los ordenadores, la inteligencia artificial y las tetas postizas de las ultramodelos especiales y plastificadas. La están liando bien entre los dos ultrafascio. Yo ando temblando, he revuelto toda mi casa – una habitación y un aseo- y no he encontrado la cartilla blanca que me dieron como justificante de haber acabado la mili. Se ha perdido con tanta mudanza por culpa de las depredaciones y los etarras. Esta noche me tendré que tomar dos orujos para coger el sueño porque, en mi condición de apuntador-tirador antiaéreo y chusquero, me veo otra vez buscando botas del 44 para incorporarme a una batería de defensa de algún chiringuito estratégico. Si sobrevive el polvorín de Sardón de Duero me veo allí junto a los viñedos del Ribera.
Trump, que dirige la guerra montada hoy contra los hutíes de Yemen, con gorra de veraneante desde su campo de golf, quiere montar un nuevo orden mundial también en el comercio. Ha dicho que, además de conquistar Canadá, Groenlandia y el canal de Panamá, va a cobrar aranceles a todo el que quiera vender en su país. Los aceiteros y bodegueros españoles están temblando. Conmigo ha perdido un cliente: he tirado las gafas Ray Ban que me compre en Ceuta en el viaje de novios, he dejado en el contenedor de ropa dos vaqueros Levis, y la Harley que iba a comprar la he desechado. Seguiré con mi Yamaha japonesa que va como un reloj. Los tres mil pavos que tenía ahorrados para hacer la ruta 66, marcando paquete y con mis tabletas y mi pecholata exhibiéndolos por el oeste americano, las verán en el sureste francés haciendo la ruta de los Cátaros, que esos sí que son una muestra de la comprensión y el espíritu evangélico de los papas de Roma.
En la cruzada – la guerra civil también la llamaron cruzada- contra los herejes albigenses, que son los mismos que los cátaros, ordenada por Inocencio III con la promesa de ir al cielo echando leches el que palmara en ella, alguien preguntó antes de quemar la ciudad de Beziers: ¿cómo distinguimos a los herejes de los buenos? Arnold Amaury, monje de Poblet, catalán mandado por el Papa a dirigir la matanza, dijo alto y claro: Matadlos a todos y Dios en el cielo distinguirá a los suyos. Por eso no tuvo ni que confesarse. Fue una heroicidad, un acto de fe y de caridad cristiana.
En España hay olor a podrido – De Manuel no me llames facha que con Rajoy y Aznar también lo había y no se me ha olvidado ni la Púnica, ni la Brugal ni los Eres, ni ninguna- el olor a podrido se siente cada día en los bulos. Presuntamente, pero ya se oye menos la palabra, porque ahora estamos dedicados a reforzar la defensa – reitero mi cualificación como tirador antiaéreo, de modo que yo no voy a Ucrania con los chusqueros. A mi me dejáis defendiendo el castillo de Santa Bárbara, que para eso soy artillero o el aeropuerto de Villanubla-. Presuntamente todo son enchufados, tráfico de influencias y sueldos sin ir a trabajar. #mecagoentoloquesemenea.
Yo no puedo hablar porque a mi me crearon una plaza como la que dicen que le han creado a un señor hermano de otro señor importante. No digo quien. La diferencia es que yo no quería la plaza ni quería irme de donde estaba – director de la cárcel de Nanclares de la Oca- pero se pusieron de acuerdo Antoni Asunción, ahora hace nueve años que murió, gran hombre, Rafael Vera y los del Cesid y me echaron a la fuerza, porque estaban los tres convencido de que me mataban. Tampoco se habría perdido tanto y no habría fundado algunas cosas que, tras pirarme, han terminado como el rosario de la aurora.
He dicho varias veces aquí que lo de Ábalos, Koldo, Aldama y compañía es una historia de largo recorrido. Me ratifico. “Me se pone el pensamiento bíblico como decía un pirado, asesino en serie, que conocí en un talego”. Ya lo decía Lucas, que además de médico era evangelista: “… todo lo secreto, tarde o temprano se descubrirá, y todo lo oculto saldrá a la luz y se dará a conocer a todos”. Vamos a darle tiempo al tiempo, a ver quien tiene razón, cantaba Camarón de la isla.
Cuarenta años de cárcel sin redención me autorizan. ¿Cómo voy a creer en la Justicia aunque haya jueces magníficos en sus argumentos y decisiones? Leo, y la rubia del Jaguar tiene que llamar al 112 para que me enchufen el oxígeno, leo presuntamente. Me hago un lío y ya no sé dónde colocar el adverbio, que un individuo gestor de una empresa que importó trece mil kilos de droga, ha sido puesto en prisión atenuada en su lujoso chalet. Vivan los derechos humanos que hay más casos de gente que elude la cárcel por enfermedad. Esta persona está en prisión atenuada en su chalet, “por su delicado estado de salud y el peligro para su vida”. ¡Cágate lorito! ¿Para qué está la sanidad penitenciaria? ¿Les cuento yo los hecho polvo que he tenido en la cárcel en los cuarenta años que he estado? No les doy más el coñazo. Lo dejo para las memorias y para la presentación el viernes veintiuno de “Los confesores reales: pecado, política y perdón”, la mejor novela histórica del año sin ninguna duda. No se la pierdan o se arrepentirán, traidores. Es que ya hablo como Trump, o como Putin, o como Alvise, o como Abascal, o como el De Manuel en el gabinete de crisis.
