La detención de ladrones de pisos, infraganti, no es algo anormal ni infrecuente, debido a que los vecinos suelen ayudar, como mecanismo de autodefensa, y piden auxilio a las fuerzas y cuerpos de Seguridad. La pregunta que se plantea, a continuación, es la siguiente: ¿Por qué es interesante este suceso? Para mí, porque se trata de una demostración de cómo pueden rodar las cosas, cuando hay una colaboración sincera entre todos los actores y por la misma intervención de muchos de ellos.
Lo primero que llama la atención, en este relato, es la gran cantidad de personas que intervino en la detención de los ladrones: el portero, el vecino, tres serenos, un Inspector de Vigilancia, el secretario de la Delegación y dos guardias de seguridad. En el interrogatorio de los detenidos tomó parte el Delegado de Policía, Sr. Duarte. Y, como es natural, también participaron los tres ladrones detenidos, sin los cuales no hubiera sido posible la actuación policial.
Toda la intervención se debió a un error inicial de los ladrones. Habían logrado pasar con éxito la primera parte de su aventura, ya que el portero, enfermo y postrado en cama, ni se dio cuenta de que habían entrado en el piso. Lo que no tuvieron en cuenta los ladrones, su error, fue la existencia de un gato, que, cuando los indeseados huéspedes abrieron la puerta, aprovechó la ocasión para salir al rellano de la escalera y para comenzar a maullar (“llorar el desahucio a que había sido sometido”, dice, literalmente, el texto).
El portero reconoció los maullidos, porque en las ausencias del dueño de la casa, se encargaba de darle de comer al gato. Esto fue lo que le alertó y lo que hizo que, mediante la utilización de una señal convenida, avisara a un vecino de que algo raro estaba pasando.
Luego vinieron los avisos en cascada: al sereno, quien, a su vez, llamó a otros dos y, por casualidad al secretario de la Delegación (Comisaría de Distrito) y a dos guardias de seguridad de servicio en Antón Martín. Actuó con bastante precipitación el Inspector Francisco Luna. Este fue quien detuvo a los ladrones, porque contestaron a las llamadas hechas a la puerta, diciéndoles que le estaba llamando un agente de la autoridad.
Detenidos los ladrones, se recorren las distintas habitaciones del piso y fueron recogiendo distintos instrumentos que habían utilizado para cometer el delito.
La actuación del delegado no deja de llamar mucho la atención. A pesar de que se le adjetive en la revista como “celoso e inteligente”, dio pocas muestras de ello, porque, después de la que se tuvo que montar en el piso con la llegada de tres serenos, dos guardias de seguridad, el portero, el vecino, el Inspector y el secretario de la delegación, dedicarse a buscar por los alrededores por si encontraba “al sujeto que suele quedar, en estos casos, en la calle para dar aviso de la “bronca”, no dejaba de ser un pérdida de tiempo, es decir del “pasma”. Claro que lo que encontró, estuvo en consonancia con la inteligencia del que buscaba: un borracho trasnochador al que tuvo que dejar marchar por imposible.
Hay que tener en cuenta la gran cantidad de personajes que intervenían en el robo en un domicilio, que explica, en parte, la conducta del delegado de Policía. Según nos indica Manuel Gil Maestre, los actores podían ser los siguientes: El primero y principal de ellos sería el espadista, como se denominaba al ladrón “de habitaciones o pisos o de tiendas durante las horas en que están cerradas, que para introducirse en ellas abrir los cajones y apoderarse de los objetos y metálico que contengan, se vale de la espada, de la masilla con que toma el molde de las cerraduras para la construcción de aquellas y secundariamente de las palanquetas y formones”. Pero no es el único que participa en estas acciones: suelen acompañarle otros compinches: el espadero, que quien facilita las llaves; el pasma, que era el que vigilaba la operación y pasaba los avisos en caso de peligro; el santero o la santera que eran los que pasaban la información suficiente para que el robo se pudiera planificar y llevar a cabo con éxito1.
Para terminar todo este rocambolesco episodio hay que llamar la atención sobre el reconocimiento y cómo se estableció la verdadera identidad de los detenidos. Menos mal que en este asunto intervino D. Francisco Luna. Este Inspector perteneció a la Ronda especial de Vigilancia, una especia de Brigada de Investigación Criminal que actuó en Madrid desde 1895 y había sido junto a Osés y Carbonell, jefe de uno de los rondines en que se dividió. Era un verdadero experto en “delincuentes habituales”.
Decíamos que, menos mal que había intervenido este inspector, porque conocía perfectamente a los tres detenidos, que tenían un historial delictivo bastante notable. A uno de ellos, lo de delinquir le venía de familia, porque era hijo de otro delincuente apodado “El Curita”.
La identificación de las personas presentaba todavía en aquellos unas barreras tan insuperables que solamente por causalidad, como, en este caso, podían ser superados. Las cédulas personales eran más que documentos de identidad, una forma de cobrar impuestos. Tenían poca utilidad, debido a que eran fácilmente falsificables y falsificadas.
En resumen, se trata de un texto muy curioso, en el que se ponen de manifiesto las formas de actuar de los delincuentes y de los policías.
El portero reconoció los maullidos, porque, en las ausencias del dueño de la casa, él era quien se encargaba de dar de comer al gato. Oír maullar al gato fue lo que le alertó y lo que le obligó a avisar al vecino, mediante una señal que tenían convenida de antemano, de que algo raro estaba pasando en aquel piso.
Después se sucedieron los avisos en cascada: al sereno, quien a su vez se puso en contacto con otros dos; por casualidad al Secretario de la Delegación de Policía (Comisaría de distrito) que pasaba por allí; a dos guardias de seguridad (popularmente, “los del orden”), que se encontraban de servicio en la estación de Antón Martín y, finalmente, al Inspector Francisco Luna. Este último fue quien los detuvo tras asegurar a los ladrones que estaban dentro del piso que era el representante de la autoridad, quien les estaba llamando a la puerta del piso.
- Hay dos libros muy interesantes en el que se describen minuciosamente los modus operandi de estos delincuentes: el primero en orden de aparición es el de Manuel Gil Maestre, “Los malhechores de Madrid”. Este magistrado conoció bien el paño, porque fue subdirector general de la Dirección General de Seguridad en 1887. El segundo es de Roberto Bueno, “Piltrafas del arroyo”, publicado después. El autor, inspector del Cuerpo de Vigilancia en Madrid, lo hizo desde una perspectiva operativa y de trato a todos los delincuentes que describe. Ambos libros se pueden encontrar íntegros en google books poniendo para su búsqueda el título del libro o el nombre del autor.
Pincha en este enlace y descárgate el libro: Juan Meléndez Valdés y la literatura de sucesos.