Columna de Manuel Avilés*
Escribo este artículo partiendo del gran Scott Fitzgerald: “hablo desde la autoridad que da el fracaso”. Lo dirijo al Ministro de Hacienda y al señor ponente – no diré su nombre porque nada más lejos de mi intención que inquietar de ninguna manera al poder judicial- de la última resolución que me afecta. He dicho mil veces que estoy dispuesto a ir a la cárcel sin el menor problema porque a mi Casilda le queda poca vida y, si yo entrara, estoy seguro de que Ángel Luis Ortiz – secretario general- me permitiría tenerla hasta su último día. Entrar a la cárcel, para mí y a estas alturas, no sería ningún problema. Al contrario, posiblemente sería una solución: me resolvería el problema de la supervivencia – trabajadoras sociales, enfermeras, cuidados, psicólogos, médicos, las veinticuatro horas… un lujo imposible de soñar siquiera en la vida libre. Vis a vis cada quince días, otro lujo.
La cárcel no sería un problema para mi. Yo sería un problema para la cárcel: un anciano con problemas médicos de todo tipo, con necesidad de salir al hospital cada dos por tres, con un gasto en medicinas muy superior a la media y con el problema de la seguridad.
Vamos a hacer un ejercicio de memoria para poner solo un ejemplo: hacia el año dos mil dos, en la cárcel de Topas, tres internos mataron, apuñalándolo en el patio, a José Antonio Rodríguez Vega, apodado “el mataviejas de Santander”. Este tipo se hacía querer por alguna abuela, ayudándola a llevar la compra, siendo amable y consiguiendo su confianza hasta que se la cargaba. En el patio de la cárcel fue apuñalado salvajemente, creo que solo para adquirir notoriedad los matadores. “Yo maté al mataviejas”. Frases similares he oído más de media docena de veces en las cárceles. Me acuerdo del asesinato de Leonardo en la escalera que ahora baja desde el Juzgado de Instrucción cinco de Alicante hasta el hall de entrada. Del asesinato de Alcántara en la puerta de las comunicaciones de Fontcalent o de la muerte atroz – que incluía la decapitación- de Miguel Anguita en el Puerto de Santa María. Amador le cortó el cuello, separándoselo del tronco, para demostrar que iba en serio. Buena demostración.
Aunque fuera solamente por adquirir notoriedad ¿cuanto creen que alguno, más o menos descerebrado y sin nada que perder, me intentaría liquidar para sacar pecho, para coger un poco de fama?. Yo me cargué al director de Nanclares, al de Valencia, al del Psiquiátrico, al de Palma de Mallorca. Al que dispersaba a los etarras. Yo he conseguido en un momento lo que los etarras no lograron en diez o doce año, aunque lo intentaran varias veces.
Si entro a la cárcel – que entraré, ahí están las memorias que me pide Juan Eslava Galán y que voy a escribir- me tendrán que llevar a Ávila, al mismo módulo unipersonal en el que estuvo Roldán o en el que vivió un tiempo Urdangarín. Seré el tercer habitante de ese módulo privilegiado porque, si a mí me cortan el pescuezo en la cárcel, caería el director inmediatamente y, con toda seguridad, rodaría alguna que otra cabeza además de la mía. Tampoco eso es importante porque, con las cabezas rodando, la vida sigue como si no hubiese pasado nada.
¿Por qué tanta truculencia? Le he prometido a Juan Eslava mis memorias y no me voy a poner a contarlas ahora, adelantándome al evento y reventando lo que puede ser el éxito editorial que todo autor sueña. Ni Planeta ni pollas. Ni Cervantes ni hostias. Un éxito.
Repasemos someramente la historia. En el verano del 77 entré en la vieja cárcel de Benalúa. Un crío que tenía que mandar a gente que podía ser, no ya su padre sino su abuelo. Empezaron los motines con la COPEL a la cabeza – coordinadora de presos en lucha- y por causa de la amnistía que soltaba a los presos políticos de Franco mientras “los comunes” se sentían maltratados. Aquella amnistía estaba más que justificada, infinitamente más que la de Sánchez que no lo está.
Me breé en el penal de Cartagena con los peores ultra fascistas, los asesinos de la matanza de Atocha y con el segundo director más torpe que he conocido nunca. Con Emilio Hellín, el asesino de Yolanda González y varios asesinos más del Batallón Vasco Español, antecedente del Gal. Andando el tiempo, liado y enredado por el gran Antonio Asunción, como un miura en la Maestranza, di con mis huesos en Nanclares de la Oca para poner en marcha, contra dificultades innumerables, la llamada “Via Nanclares” que se han apuntado otros – soy solamente un gilipollas especialista en poner cosas en marcha para que otros se las apunten y no me refiero a Asunción que era un genio, sino a otros parásitos.
Llegan las conversaciones que grabé en Nanclares y se monta el pollo en ETA, tocada en la línea de flotación. Ando durante años con más escoltas que el rey Balduino de Bélgica al que se la quitaron para ponérmela a mí, un pringao, un cornúpeta – como los damnificados del extinto premio a la tauromaquia, porque quien creía que me quería, se ventilaba, mientras yo salvaba al país, a…. Corramos un “estúpido” velo.
Llevo treinta y dos años de propina porque en el 92, cuando la Expo de Sevilla y la Olimpiada de Barcelona, ya me daban por muerto: el CSID de entonces, ahora CNI, la Policía, la Guardia Civil y los sucesivos ministros de Interior por supuesto -lean las Memorias de Juan Alberto Belloch, magnifico ministro y mejor persona. Treinta y dos años de propina en este mundo traidor. Ahora no voy a estar asustado porque me puedan hacer un siete en la pechuga en el patio de cualquier talego.
Las cárceles no lo han sido todo ¡cojones!. En mil novecientos setenta, en julio, cuando la huelga de la construcción en Granada, cuando murieron tres albañiles por herida de bala, a mí, con quince años, me pilló el acontecimiento trabajando en una fábrica de plásticos. “Plásticos Industriales Guerrero”, PIGUE. Cuatro años sin contrato, sin asegurar, sin cotizar ni pollas. En negro porque a la fuerza ahorcan y no digo cuál era el sueldo por doce horas diarias de trabajo – los sábados como regalo solo eran ocho- porque me da vergüenza.
He entrevistado a más etarras que un juez de la Audiencia Nacional y he salido más veces en el EGIN que Ana Obregón en el Hola.
Dejo mucho para las memorias, para Eslava, no contaré más. Con sesenta y dos años, con cuarenta de cárcel más los cuatro en negro del plástico, entiendo que la vida es muy corta y me voy a dedicar a la literatura y a las motos, pues las mujeres – junto con la música el otro gran placer del universo y llámenme machista si quieren- me han dejado ciertamente desguazado. Pido la jubilación, cumpliendo todos los requisitos que exige la ley y me la dan inmediatamente. Rutas de moto, libros y tocarme los mismísimos sin tener que despertarme por la noche porque se me clavaba el 357 magnum en las costillas y sin tener que mirar el prospecto del hotel porque no tenía ni puta idea de donde estaba durmiendo.
Sacan una ley – me importa una mierda esa ley porque en la cárcel no me va a hacer falta- que incrementa la pensión en un porcentaje que ignoro, a aquellos que hayan tenido dos o más hijos. ¡Cojones, mi caso! Yo he tenido tres, cuya adolescencia me he perdido por culpa de los etarras. Los hijos cumplieron bien mis instrucciones: niños, aunque tengáis mis apellidos, a mí no me conocéis, ni me habéis visto en vuestra vida.
Cuando sale esa ley me digo a mi mismo: Mi mismo, si te dan noventa pavos más a al mes por haber criado y mantenido a tres niños, tienes suficiente para hacerte un par de viajes en moto al Cabo Norte hasta que la palmes. Dicho y hecho. Pido que me den ese sobresueldo por paternidad, por machoman, por testosterona y por perpetuar la especie.
Contesta la autoridad: Usted no tiene derecho, no ha trabajado lo suficiente, se ha jubilado con sesenta y dos y le faltan tres. Si yo, en lugar de andar años y años jugándome el pescuezo por este país, soportando fascistas – no solo los etarras y los del penal de Cartagena- y jubilarme legalmente, me doy de baja, ando con estrés, con escuatro, con depresiones inexplicadas – no se me amontonen que no acuso a nadie-, con lumbagos, con ciáticas y con cuentos morunos hasta el infinito, ahora estaría con mi hucha preparada para irme este verano hasta el norte de Noruega con mi moto para disfrutar románticamente de las auroras boreales. La seguridad social dice que no tengo derecho, el TSJ de no sé dónde dice que no tengo derecho y que he trabajado poco. Para resarcirme de todo lo dicho, y me quedan bastantes cosas en el tintero que van para las memorias, desde este momento “Busco Novia”. Utilizo mi periódico, en el que escribo gratis desde hace bastante tiempo, como agencia matrimonial. Busco novia con un par de condiciones: preferentemente dulce y no conflictiva y con no más de cuarenta años. Así yo palmaré, pasaré por el crematorio y ella seguirá cobrando la viudedad al menos veinte años más. Mis cenizas disfrutarán sin verlo porque los ojos también pasan por el horno. No se preocupe por las exigencias sexuales de un anciano: el listón está muy alto y yo, cada vez, salto menos.
-Continuará-.