Columna de Ricardo Magaz en h50 Digital Policial. “CRÓNICAS DEL NUEVE PARABELLUM”.
Los tiros en el barrio de El Príncipe, a un paso de la frontera hispano-marroquí del Tarajal, son hábito diario. Por la noche los disparos suenan con eco y las balas perdidas atraviesan la penumbra ceutí. No hay jornada que no oigas la estridencia de las detonaciones y los gritos “apaches” de los perdonavidas que aprietan el gatillo impunemente. Unas veces por fanfarronería, a menudo para advertirle a la policía que en El Príncipe mandan los narcos y las bandas criminales, y en bastantes ocasiones, demasiadas, en emboscadas y ajustes de cuentas para picarle el billete a algún matón de un clan rival o a un chivato de la comisaría. En las calles intrincadas de la barriada rige la omertá o ley del silencio. La mayoría de los delitos no se denuncian. Lo que ocurre en El Príncipe se queda en El Príncipe.
Asesinatos
En lo que va de mes han muerto asesinadas tres personas. Una de ellas, un militar de Regulares al que acribillaron de madrugada en la zona del poblado legionario con una ráfaga de subfusil. Murió desangrado en el suelo tras esperar una ambulancia que no terminaba de llegar a tiempo. Los bomberos y las ambulancias acceden al Príncipe con escolta para no ser asaltadas.
Territorio sin ley
El suburbio ceutí, con 15.000 residentes de germen marroquí y gran parte de las casas sin escriturar, es desde hace tiempo un territorio sin ley. Uno de los distritos más peligrosos de España donde gobiernan las mafias del hachís y el sicariato es moneda común. Los policías tienen que entrar en grupo y con las armas dispuestas para no ser atacados. Un auténtico gueto no-go-zone de inseguridad, intimidación, crimen organizado, tráfico de drogas y yihadismo al que la Administración, el Estado en definitiva, abandonó a su suerte.
Y cuando el Estado desiste…, en realidad está renunciando a sí mismo.