El día de los Reyes Magos en España, al otro lado del Atlántico, en Washington D.C. (Estados Unidos), acontecía uno de los episodios más aborrecibles de la historia democrática del mundo. Una muchedumbre envenenada por las soflamas de su todavía presidente Donald Trump asaltaba con violencia el Capitolio, su Parlamento, bajo el eslogan “Paremos este robo”, cuando sus Cámaras estaban reunidas para la proclamación de su nuevo presidente Joe Biden. Dicho asalto incruento, al menos cinco muertos, trataban de justificarlo en que no se respetaron las reglas del juego democrático en las elecciones presidenciales celebradas el pasado noviembre. Pero, lo cierto, es que nada más lejos de la realidad, puesto que todas las alegaciones, reclamaciones, denuncias o demandas han sido rechazadas hasta por el propio Tribunal Supremo de mayoría republicana. Un poder judicial independiente donde los haya. Por lo tanto, ese desvarío se ha convertido en un auténtico intento de Golpe de Estado a la democracia. Un asalto a la soberanía popular. Es la consecuencia de un populismo atroz e irresponsable propulsado por un Trump que momentos antes agitó a las masas confundidas por su propio mensaje, provocando una auténtica insurrección. Un auténtico botín. Un asedio a la voluntad mayoritaria expresada por los ciudadanos. Como ha dicho Biden “No es una protesta, es una insurrección”. Es un asedio a la democracia y a la libertad, “inventándose teorías de la conspiración y poniendo a prueba los mismos cimientos de la democracia y la república, un movimiento destinado a cambiar el resultado de una elección legítima”, como también dijo Mitch McConnell, líder republicano en el Senado.
El daño ya está hecho, cosa diferente es saber a estas alturas la gravedad de sus resultados, hoy imprevisibles, que sin duda dependerán de cómo se maneje la situación y la pedagogía que se aplique para que la mayoría de los votantes del partido republicano dejen de aceptar esa conspiración y así evitar que los pilares de la primera y más antigua democracia del mundo salten por los aires. El partido republicano tendrá que cambiar su mensaje para hacer posible la concordia y la unidad, dado que el fanatismo de su hasta ahora líder ha causado una erosión democrática, una alta tensión política y social, que podría provocar el resquebrajamiento de América y la consiguiente caída del templo de la democracia y de la libertad en el mundo. No debemos pasar por alto que de producirse este caótico resultado, el auténtico vencedor sería China, que se convertiría en la primera potencia mundial en todos los órdenes y manejaría el mundo a su antojo con la mano de hierro, que siempre ha utilizado el totalitarismo y comunismo para imponer sus postulados antidemocráticos, con las violaciones masivas de los derechos humanos, como acaba de practicar por enésima vez, deteniendo a 53 políticos en Hong Kong por defender la democracia. Mientras los populismos serían sus vasallos más fieles. Los que nunca han creído en la democracia, pero sí la usan para sus fines.
También debemos recordar que el asalto a la soberanía popular, al Parlamento, inédito hasta ahora en USA, no es nuevo en España. Ejemplos recientes sobran, “el intento de Golpe de Estado” de Tejero y compañía; “el asalta, después rodea, el Congreso” de Podemos; “el asalto al Parlamento de Cataluña” por extremistas, independentistas y populistas; y “el intento del Golpe de Estado en Cataluña” por los mismos actores. Una combinación de fanatismo y populismo con graves actos de violencia, sabotajes, asaltos a la democracia, al orden constitucional, a la legalidad, a la libertad y, por ende, a la convivencia, aunque ahora digan los implicados que no es comparable. Pero ese clima antirracionalista que se inició mucho antes de la pandemia, no sólo ha acelerado el desvarío del nacionalismo y el populismo, sino que ha sacado de quicio a todos los partidos. “La crispación, la táctica, el fanatismo, el odio en las redes, están envenenando la convivencia en nuestro país”, como bien dice Raúl del Pozo. Por ello, debemos de aprender de nuestros errores y respetar las reglas del juego democrático, “ya que todos estamos incondicionalmente comprometidos con la Constitución. Es el camino libre y democráticamente decidido por el pueblo español. Es el origen de la legitimidad de todos los poderes y de todas las instituciones del Estado”, como bien ha dicho Felipe VI en la celebración de la Pascua Militar. Lo contrario sería demoledor. También, nos jugamos mucho.
Autor: MANUEL NOVÁS CAAMAÑO | Abogado