Todos los países tienen sus estereotipos arrullados con el andar del tiempo. De España se dice que entre la siesta, los toros, los puentes y otras bagatelas transitamos el calendario entregados al festejo mientras en el resto del planeta trabajan y además estudian. Spain is different, se repite allende los mares como prueba de nuestra ¿singularidad? A ello han contribuido algunos hispanistas norteamericanos, aunque no son los únicos.
Colt calibre 45
Sin embargo, todo tópico encierra en sí mismo cierta dosis de entelequia y verosimilitud. Nada es por azar; ni la buena ni la mala suerte. Los estadounidenses no están exentos de imágenes trilladas y lugares comunes, tanto en la cotidianidad como en la hechura que proyectan al exterior. Dibujar a un americano sentado en la mecedora del porche o tomando una hamburguesa en el bar de Sam no es infrecuente. Hacerlo con un rifle de asalto o una parabellum en las manos, tampoco.
“Dios creó a los hombres; Samuel Colt los hizo iguales”, se puede oír en el solar estadounidense, y aún fuera de él. No hace mucho lo escuché de boca de uno de los policías neoyorquinos que custodian el rascacielos de la ONU en Manhattan, mientra sonreía mordaz. La sentencia alude al invento del revólver, en 1835, por Samuel Colt, quien ante la enorme demanda de unidades fundó la Colt´s Firearms Company para comercializar, entre otros, el popular calibre 45 que tanto celuloide, tanta literatura y tantos cadáveres ha dado a la historia de la Humanidad.
Asesinatos en masa
En ese contexto habría que situar la relación de los norteamericanos y los trecientos y pico millones de armas que tienen en manos privadas. El año pasado, de los 17.000 homicidios perpetrados en USA, 10.000 lo fueron por armas de fuego y cerca de 20.000 suicidios por el mismo medio. El que la Segunda Enmienda a su Constitución recoja el derecho de cualquier ciudadano a poseer armas no es baladí, a pesar de los asesinatos en masa que periódicamente vienen cometiéndose, incluso en guarderías, colegios y universidades a manos de pistoleros enloquecidos y otros sujetos con graves alteraciones del comportamiento. Sin embargo, tienen acceso a las armerías para comprar auténticos arsenales.
Es un dato objetivo que las armas de fuego causan más muertes en este país que ninguna de las guerras en que se ha visto envuelto. En otras palabras, se cae por su propio peso el aforismo mercantilista de “más armas; menos crimen”.
Asociación Nacional del rifle
La traducción al español de la Segunda Enmienda, aprobada en 1791, señala que “Siendo una milicia bien preparada necesaria para la seguridad de un estado libre, el derecho del Pueblo a tener y portar armas no será vulnerado”. Y aquí está, en su ambigüedad, el problema de interpretación.
Para los partidarios de las restricciones y control de armas, el texto constitucional sólo se refiere, con el paso del tiempo, al ejército y cuerpos de seguridad. Para los defensores de la venta libre a particulares, el “derecho del Pueblo” significa literalmente que todo individuo detenta la facultad de adquirir armas, tanto para su defensa como para actividades recreativas.
La poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA), fundada en 1871, refrenda la segunda interpretación. El club, que en realidad es un lobby con cuatro millones de socios, se define como la organización de derechos civiles más antigua de Estados Unidos de América. Entre sus argumentos se encuentra precisamente el lamentable “Dios creó a los hombres; Samuel Colt los hizo iguales”, sugiriendo que mediante la “democratización” del uso de la fuerza una persona con armas en la cintura o en su casa es igual de importante que su semejante.
Se pone de manifiesto, de esta manera, que la inclinación a la autodefensa conecta con la cultura de una sociedad individualista que no deposita la suficiente confianza en el Estado.
Más armas que habitantes
Todo ello provoca que EE.UU. ostente la mayor tasa de posesión de armas del mundo: cuatrocientos millones de armas civiles, amén de las clandestinas, en un país de trescientos treinta y dos millones de habitantes.
Resulta obvio que el concepto de seguridad en EE.UU. dista mucho del que manejamos en Europa, con un modelo donde el Estado es garante de la misma y por consiguiente se arroga el monopolio de la fuerza legítima que ha de utilizar exclusivamente en última instancia, de forma gradual y bajo responsabilidad de la autoridad o sus agentes.
Después de dos siglos y pico del salvaje Far West, y ya sin los corsés de la época, Estados Unidos, un gran país, debe poner freno a la sangría que suponen cerca de 40.000 muertos anuales (homicidios, suicidios, accidentes…) como consecuencia de las armas de fuego. Lo contrario es vivir en otros tiempos.
Acaso por una vez los de la siesta estemos en condiciones de dar consejos al “joven continente” del otro lado del Atlántico. Quizás porque los siglos y la sangre han corrido abundantemente en la vieja Europa.