En 1987 un jiennense revelaba un pacto, puede que el más reconocible que todavía se recuerda. Aquel trato entre caballeros se firmaba tras el reconocimiento que un joven cantautor le brindaba a un agente de policía.
Sobre lo que ocurrió aquella noche, las reprimendas incluidas hacia ese joven libertario y rebelde todavía no se ha sabido mucho más. Puede que sólo fuese el contenido de una canción que 33 años después sigue sonando para generaciones enteras. O puede que fuese una historia real en la que el complejo de antisistema de un chico de 20 años se rindiese hacia el orden público y la labor de uno de esos agentes encargados de velar por nuestro bienestar.
A veces es difícil pensar que el “malo de la película” en realidad sólo está haciendo su trabajo y que los buenos son ellos. Quién sabe. Pero siempre están ahí. Son los mismos guardianes que desde hace años nos ayudan y protegen, quienes se remangan en tiempos oscuros convirtiéndose en caballeros que llegan a inspirar a directores de cine o televisión. Quienes evitan un reconocimiento tan merecido como escaso en la mayoría de situaciones. Son ángeles custodios, vigilantes capaces de reconciliarnos con nuestros derechos y libertades; y quienes garantizan nuestro modelo de vida. En ellos radica el orden y también el mantener a raya los excesos y el desorden de los que todavía no se han atrevido a hacer público el mismo manifiesto que el de aquel joven jiennense hace más de dos décadas.
Cuando salimos a la calle queremos vivir sin angustia, sin temor a que nadie nos prive de nuestra libertad. Vivimos en una democracia tan débil como necesitada de agentes que ayuden a preservarla. Y ahí estarán ellos otra vez más. Raras son las ocasiones en las que una voz en alto sirve para celebrar el trabajo que realizan durante todo el año, con patrullas que nos respaldan desde lejos y que se presentan cuando más lo necesitamos.
Son considerados por muchos la mejor policía de Europa y una de las mejores de todo el mundo. Al menos así lo reflejan quienes visitan nuestro país y pueden disfrutar sin miedo. Marcan el punto de equilibrio de una sociedad a la que muchas veces hay que llamar al orden, exaltada en pequeños grupos que se rebelan contra un sistema que nos garantiza un mejor futuro. Y también son mujeres y hombres que en pro de una vocación evidente se miden a cualquier amenaza, sacrifican su tiempo y también su integridad física para que los demás seamos mejores cada día.
Nuestros agentes son también para los que va dedicado este aplauso, el de un país que sabe reconocer sus méritos en tiempos sombríos como este que nos ha tocado vivir. Evitan que algunos inconscientes nos perjudiquen a todos y marcan las directrices para que la meta esté más cerca. Por suerte la inmensa mayoría hace bueno lo de quedarse en casa y se entregan al trabajo de quienes luchan en el frente de batalla como sanitarios, empleados de supermercados, farmacéuticos, camioneros, etcétera.
La policía ya ha despedido a uno de sus ángeles custodios, uno más en esta contienda contra el coronavirus; un agente que dio su vida por ayudarnos a recordar que volveremos a tener un presente y un futuro más prósperos. Entre los aplausos que volverán a sonar a las ocho de cada tarde estarán los que se le dediquen a todas y cada uno de los que luchan fuera de casa para que nosotros podamos quedarnos en la nuestra.
33 años después habrá quien también selle su propio pacto entre caballeros, quien se reconcilie con estas fuerzas del orden que nos llamarán la atención, nos amonestarán e incluso nos reprenderán para que seamos más cívicos. Seguirán estando presentes para que esta guerra en la que todos estamos inmersos tenga un sólo vencedor. Y no serán en apariencia los héroes que todos imaginan pero sí los que merecemos y necesitamos. Serán nuestros guías, nuestros guardianes en los momentos más difíciles y también a los que seguiremos aplaudiendo por un trabajo tan ingrato como imprescindible. En la puerta seguirá esperando la policía, la nuestra. “Mucha, mucha policía”.
Autor: Jesús Albarracín – Periodista y comunicador