Columna Desde el Rompeolas con Brau López Matamoros
Nadie la merece, y muchos la desean. Esta escueta frase que dice mucho, así, a simple vista y a pesar de que pueda parecerlo, no es el comienzo de un acertijo, es algo que va más allá de una simple adivinanza. Estas dos maneras de expresar lo que supone el sentimiento de la soledad, no llega a ser del todo descriptivo, ya que le faltan gran cantidad de matices. Pero qué más da, si al fin y al cabo es simplemente pura y fría soledad.
Una soledad que de color gris y gélida como el hielo viste las vidas de Luis y Miguel
Estar confinado en ciento cincuenta metros cuadrados, es todo un lujo en esta época. La luz de una lámpara de cristal de bohemia y la calidez de una moqueta color burdeos son todo aquello a lo que Luis puede aspirar en estos momentos.
Es un 20 de marzo de un año 2020 que podría haber pasado sin pena ni gloria, pero… ¿Para qué hacerlo fácil? Una pandemia azota el mundo, y parece que de esta no se libra nadie. El colapso sanitario es preocupante, el bloqueo mental institucional es evidente, y tiene pinta de ir a peor.
Estado de alarma, y a Luis eso le lleva a recordar cierta inestabilidad democrática de convulsos tiempos pasados. Esto es otra cosa, es otra guerra totalmente diferente, y su fuerte sentido de la responsabilidad hace que cumpla lo que le manden, a sabiendas de que quien lo ordena anda como pollo sin cabeza preocupado en gestionar otras cuestiones personales y buscando excusas para ver a quién demonios le echa la culpa de todo.
Solo se habla de lo mismo, el recurrente tema de conversación aburre y provoca hartazgo. Se dice mucho, pero el discurso está vacío, se aborrece escuchar a tanto experto surgido de la nada. Sin ganas de poner la televisión, ni de hablar con nadie por teléfono, Luis decide leerse todo lo que su cansada vista le permite.
La imponente e inaccesible librería del salón pone a prueba su agilidad, pero a pesar de contar con ochenta y tres años recién cumplidos, pocas cosas se le resisten. Con dificultad llega a coger uno de los libros del estante más alto, y al bajar la vista al suelo, un fuerte mareo le invade, haciéndole perder el equilibrio. Luis cae golpeándose fuertemente la cabeza. Ha quedado inconsciente durante unos minutos, está aturdido por el golpe, y siente un dolor enorme en la nuca. Tirado en el suelo, no es capaz de levantarse, las piernas no reaccionan y es prácticamente imposible llegar al teléfono. Sin voz apenas para pedir ayuda, y tras haber permanecido inmóvil varias horas, Luis no se resigna a que ese sea su final.
Vivir en pleno centro, rodeado de cientos de vecinos que aun compartiendo rellano, no te echarán de menos es triste, y por desgracia muy común. Es una sensación de impersonalidad normalizada, con la que hipócritamente se convive hoy en día.
Ya han pasado dos días desde la fatídica caída y Luis sigue en el suelo, piensa que llega su hora y reza constantemente. Nunca fue muy creyente, pero ya conozco a más de uno, que cuando la cosa se pone fea, siempre se acuerda de Dios. La espera de no se sabe muy bien qué, está por llegar y la soledad y la angustia dan paso a una especie de inexplicable indiferencia por lo que ocurra. Aún con todo en contra, todavía no se puede dar nada por perdido.
La pesada situación de encierro generalizado, se le empieza a atragantar a los ciudadanos, y cada uno lo lleva como puede. Para Miguel, un veterano policía jubilado, la incomodidad del confinamiento le ha hecho volver a fumar. Su ciclo de sueño sigue alterado, casi treinta y cinco años haciendo turnos, le han regalado un insomnio que le destroza. A base de pitillos asomado en la ventana de su cocina, logra calmar esa difícil ansiedad.
Gracias a esa mezcla de no dormir y fumar a deshoras, Miguel ha observado con detenimiento que en el bloque de enfrente hay una luz que lleva varios días encendida. De primeras, no le da mayor importancia, puede ser un despiste, pero un flash se cuela en su cabeza, su instinto policial le pone en alerta. Que la luz del salón permanezca día y noche encendida, ya no es tan normal y piensa que alguien puede estar necesitado de ayuda.
El conoce mejor que nadie como es la soledad, y lo que se sufre viviendo en ella. Desde que falleció su amada esposa, en casa, no ha tenido otra cosa que no fuese soledad. Por lo que pudiera estar ocurriendo, Miguel no lo deja pasar más y marca en su teléfono 091, lo siguiente….
El silencio de una ciudad muda, se ve interrumpido por el sonido atronador de una sirena de policía, un rayo azul recorre las calles con un cegador destello que ilumina todo a su paso. Tres palabras, “En el punto” y la sirena enmudece, el silencio retorna de nuevo.
Dos ángeles vestidos de azul oscuro tocan con insistencia una puerta del quinto piso de un inmueble de la calle Altamirano. La reacción no se hace esperar y una lejana voz se oye dentro, pide auxilio, Luis lleva pidiéndolo desde que cayó, pero la flojera que siente en su cuerpo impide que esa tenue voz sea escuchada. Ante las súplicas de auxilio, no hay reparos, los ángeles de la guarda con suma maestría y bastante fuerza acceden a la vivienda. No hay tiempo que perder, Luis contempla la situación con los ojos vidriosos de haber pasado las horas llorando, está muy contrariado, y extremadamente débil. El tiempo apremia, pero la solicitud de refuerzo sanitario se hace efectiva en escasos minutos. La precisa asistencia médica reanima a un desamparado y deshidratado Luis.
Es necesario pasar por el hospital, y no es una opción muy recomendable en estos días. Tras sopesar las pocas opciones que tienen, la balanza se decanta por el ingreso y no se habla más. Nunca hubiera imaginado ver a un médico dudar en si trasladar a un paciente al hospital era lo más idóneo o no.
La cara de Luis ya no está tan pálida, tiene otra expresión en la mirada, y ahora siente haber recuperado la tranquilidad perdida. Le ha quedado una sensación extraña después de comprobar en su propia piel que la soledad, aunque es cruel, no es completa ni eterna.
En más de una ocasión, he dejado caer que el destino es caprichoso y que al final es el que muchas veces decide por nosotros. En esta ocasión, ha decidido dar una nueva oportunidad a Luis.
Lo que el destino nunca podrá controlar, es que por muy grandes que sean las fatalidades en las que nos encontremos y por muy grises que sean los tiempos en los que vivamos, siempre habrá un ángel de la guarda que nos proteja y acuda a nuestro grito de auxilio. Y lo mejor de todo ello, es que nunca irá un ángel solo, como mínimo serán dos.
Hoy el 23 de marzo de 2020 y podía haber pasado sin pena ni gloria, pero no todo iba a ser tan difícil. La luz de una lámpara de cristal de bohemia se apagó, pero la flameante llama de un mechero luciendo desde una ventana, será una pista para saber que siempre hay alguien que nos cuida.
En un mundo loco, todo puede pasar y aunque esta es una historia pasada, nadie nos asegura que no vuelva a repetirse.
Por todos esos ángeles que nos cuidaron y por los que a día de hoy lo siguen haciendo.
! FELIZ DÍA DE LOS ÁNGELES CUSTODIOS ¡