Manuel Avilés*
El ayuntamiento de Alicante – Barcala es un buen tío y el concejal Villar que era mi compañero de clase, también buen tío- aparte de tener a gala disfrutar de la ciudad más sucia de España, también tienen entre su personal alguna de las personas peor educadas de la población funcionarial de la península. Otras, por ejemplo, una chica que atende al público en lo que era el Palas, es un encanto fuera de lo común, pero hay alguna que le viene al pelo la maldición de mi gitano del mercadillo: ”Ojala te toque una asistente social mala y no te arregle los papeles”. Ignora este loro con ínfulas de directora general, con la mesa vacía y sin nadie esperando y a la que solo falta estar pintándose las uñas mientras alega que tiene mucha prisa y muchas cosas que hacer, ignora, repito, que sueldo sale de los ibis, de los impuestos del tráfico y los recibos de todo tipo. Barcala y Villar, decid a las prepotentes que los ancianos estarán – mos- con ojeras y canas pero que no somos imbéciles. Posiblemente seamos sordos, eso es por los cañonazos de la mili en artillería, dieciséis meses entregados a la patria sin cobrar un duro y no tocándonos el moño en el sillón de ruedas disfrutando del huerto ocioso que nos han creado.
Dejemos a las inútiles con nómina que se vienen arriba por haber logrado el nivel catorce y vamos a lo que vamos.
Esta mañana me ha llamado la rubia del Jaguar. Estaba desaparecida. Es como el Guadiana, que vuelve a salir de cuando en cuando. Salía yo de una manifestación de vejestorios – me cuento entre ellos, no se enfaden los puristas educadísimos hasta la mariconez- que han vuelto en tromba cuando parece que el ministro Oscar – no me viene el apellido- ha resuelto el descalabro de MUFACE, y acuden a las consultas médicas como piojos en costura, a tope, atascadas las filas como si repartieran las recetas de antigripales a paladas, como los curas hacían con la leche en polvo de los americanos en los años del hambre franquistas, cuando no había ni asistentes sociales en los ayuntamientos.
Salgo de la invasión de enfermos, todos tosiendo, cojeando, arrugados como pasas y con dolores hasta en el carnet de identidad – yo también, no me excluyo- y la rubia del Jaguar me requiere para que la invite a un café en la Plaza del Ayuntamiento. Sentado en la terraza, soñando con que la rubia haya vuelto a quererme, oigo una música revolucionaria que habla de libertad seguida de otra chunda chunda, como de radiocassette pasado de moda. Levanto la cabeza y no más de una docena de abuelos sujetan una pancarta que habla de pensiones públicas y dignas. Dejo a la rubia con su media de aceite y su café y me acerco a los protestantes de las pensiones.
Hola, saludo educado. Yo también estoy interesado en las pensiones, aunque a mí, a las puertas de la muerte, ya no me afecte este asunto. No sé si sabéis, aquí dándole la murga al alcalde, que él no tiene ninguna competencia en este asunto y que Sánchez, ocupado en liquidar la deuda catalana para comprar su sillón en Moncloa y en perseguir amorosamente a Puigdemont para que quite lo de la cuestión de confianza, se la suda vuestra presencia con música mala en esta plaza. Una abuela simpática me responde: sabemos que no sirve para nada pero por lo menos venimos y nos levantamos del sillón. Otra, más protestante, se empeña en que las plataformas valen mucho, que los ve la gente y los políticos les hacen caso.
Señora – me vengo arriba aunque la abuela me gana en estatura y energía, ella sola lleva la pancarta si se pone-. Aquí lo único que vale son los votos que sostienen al gobierno en el sillón. Mire los puigdemones, los esquerras, los bildus o los peneuveros. Esos lo consiguen todo, miles de millones de euros mientras los abuelos, que somos diez millones y podríamos tener veinte diputados si fuésemos inteligentes, andamos mendigando como si solo tuviéramos la capacidad de arrastrarnos por la caridad.
La abuela se engalla y pone de corruptos y vendidos a todos los habitantes del congreso y el senado. Me da que ella solo quiere ser líder, aunque sea de ese grupo pancartero musical. Ya saben que hay tres formas de perder el tiempo: confesar a monjas, predicar a curas y darles consejos a los novios. Incluyamos los consejos a esta abuela entre los novios aunque desconozca su situación civil y sentimental.
Termino el mitin discusión sobre pensiones y abuelos caóticos – sigo defendiendo que habría que decretar nuestro fusilamiento, con dos cojones, si somos tan grande obstáculo para la progresión económica del país que hemos creado trabajando durante décadas-. Me vuelvo a casa, la rubia viene conmigo, pero se niega a subir por si le doy tres o cuatro rubiales en el ascensor. No lo haré, argumento contundente, porque no estoy como para pagar diez mil pavos por un rubiales. El código penal contiene mi erotismo decrépito y desatado .
Entro a la soledad ruinosa del domicilio, pensando en la hipoteca inversa, y el teléfono me sorprende. Si son mis hijos, no lo cojo porque esos solo llaman para pedir pasta. Es un número raro, del extranjero, me manda una foto, una rubia explosiva se me declara sin saber siquiera mis apellidos y si tengo el certificado de estudios primarios. Entro al trapo… necesitado de cariño. Ese trauma me viene de los años interno con los curas claretianos.
Tras mucho decir que me quiere, que está locamente enamorada de mí, que le gusto como jamás le gustó nadie y que desea pasar el resto de su vida conmigo – me vengo arriba y hasta tengo, como Agustín González en “La corte del Faraón” un intento de erección-. Dice que está en Costa de Marfil, con una hija y que anda con problemas intentando gestionar una herencia potente. Dice que ha sido una mujer engañada y que yo soy el hombre de su vida y el que busca para que sea el padre que su hija pequeña necesita. Las fotos son espectaculares. Ni siquiera mi paisana Lola Índigo, en la gala de los Goya, le llega a esta rubia excelsa. Argumento que soy mayor para ella y que para padre no voy a valer, todo lo más para bisabuelo. Ella contesta de inmediato con una gilipollez que ya me han dicho dos docenas de veces: la edad solo es un número. Quienes dicen esto, desconocen, o se hacen los tontos, ante la realidad del colesterol, las arritmias, la testosterona, los gatillazos, las lorzas desatadas, las estrías, las bolsas en los ojos, el botox, el cáncer de próstata, las muletas, la tensión alta, el alemán Alzheimer y tantos achaques como surgen para jodernos la vida y que andemos más tiempo en la sala de espera del médico que en soñados refociles con esa rubia que manda fotos desde Costa de Marfil – supuestamente-.
Me dice que le envíe trescientos euros por neosurf. No sé qué es eso. Pues mándalos por Pasplay – o algo parecido-. Tampoco sé qué es. Solo conozco el bizum que es donde me da sablazos mi hija. No te preocupes que ahora te mando un número de bizum para que me hagas el ingreso. Y me manda un número de España, ella que estaba en Costa de Marfil. El número con la indiciación de que ponga ayuda pertenece a un negro que se llama – o así parece porque aquí todo es falso- Fatoumata Konga. Mecagoentoloquesemenea.
Le digo que no puedo andar con mi pensión financiando negros de Costa de Marfil aunque manden fotos de rubias perfectas que ya querría para sí hasta Antonio Banderas como partenaires en una película.
Me vienen a la memoria esas señoras asesinadas en la provincia de Madrid junto a su hermano minusválido por un afgano o un paquistaní al que debían dinero. Estas mujeres se habían arruinado con mil préstamos tras caer en la trampa de unos estafadores que se hacían pasar por militares americanos de alta graduación en Oriente Medio. Los oídos de viejos y jóvenes están siempre dispuestos a escuchar lo que les halaga.
Los estafadores no paran nunca de inventar, no descansan y no se reinsertan en la vida – ver si aprenden esto algunas psicólogas penitenciarias que solo se fijan en el género-. ¿Para que me voy a presentar como un chusquero si por el mismo precio me puedo hacer pasar por un general? ¿Para qué me voy a presentar como un parado en busca de un empleo precario si puedo usar una foto de Brad Pit? Estoy a punto de colgar en mi perfil una foto de algún míster de algún certamen, algún famoso de la telebasura aunque sea analfabeto que ahora cuenta la imagen aunque sea fruto de la inteligencia artificial. Dos realidades contradictorias.
Manuel Avilés, escritor y director de prisiones jubilado, columnista de h50