No soy seguidor, partidario ni consumidor en general de premios y certámenes literarios. Los premios literarios, desde el más importante y cuantioso, hasta el más humilde, son una maniobra publicitaria, una técnica de marketing, un modo de invertir una pasta – la del premio- para multiplicarla, como decía el evangelio canónico, con una rentabilidad del ciento por uno. No obstante lo anterior, como dicen algunos abogados amantes de las frases solemnes y vacías, no obstante lo anterior, otrosí digo: conociendo como conozco a algunos de los miembros del jurado – Carmen Posadas, mujer, escritora excelsa y bellezón de las letras, y Juan Eslava Galán, paisano, intelectual con grandísimo sentido del humor y biblioteca ambulante- digo con toda rotundidad que ninguno de estos dos – con algún otro no me llevo-, vende su alma al diablo eligiendo a quien no lo merece. Lo dudo, no me lo creo y no me harán creerlo ni condenándome al infierno como los curas claretianos de mi infancia, que me tuvieron durante toda la adolescencia sin una miserable paja – perdón- por el temor a la condenación eterna.
¡Menudo rollo les he metido! ¿No? Esto supuesto, mi negativa a creer en ningún premio literario, mecanismo diabólicamente comercial para vender libros, me descubro ante la capacidad escritora de algunos autores que han conseguido premios importantes. Juan Eslava con su “En busca del unicornio”, obrón que pasará a todas las antologías de la literatura por su humor caustico y su capacidad de reírse de la historia. Carmen Posadas, mujer y escritora excelsa repito y que con sus “Pequeñas infamias” nos deleitó con lo enrevesado y hasta lo venenoso de las relaciones humanas. Hoy, el premio le ha correspondido a Sonsoles Ónega y ha habido críticos – muy profesionales ellos- que le han dado hasta en el carnet de identidad.
“El sol fue trepando en el cielo de nubes negras de Monteferro, en ese monte de hierro que se dentraba en el mar…” ¡Cómo se le ocurre a usted decir eso! ¿Qué inexactitud – dice el crítico, barbudo, sesudo, barrigón y calvo-! Porque para ser un crítico como Dios manda, hay que tener barriga cervecera, barba descuidada como de progre – e incluso confundida con mugre- y ser calvo , en la medida de lo posible con una cortinilla por detrás al modo Rubalcaba. ¡Usted, señora escritora, no puede poner que el sol trepa! ¡El sol no trepa a ningún sitio! Hasta Galileo, y a punto estuvo de costarle que lo asaran – vuelta y vuelta- en la hoguera inquisitorial, dejó bien claro que es la tierra la que se mueve en torno al sol, aunque la ilusión óptica sea la contraria. Su libro, doña Sonsoles, queda descalificado solo por esa frase y no me venga con el cuento de que es una metáfora, porque ese es el escudo que usan todos los escritores para meternos pizarrines del tamaño de remolachas gigantes que entran en nuestra anatomía dañándola. No me venga con que los que escriben tienen licencia para inventar y mentir. Y menos hoy, día en que la Constitución – y los políticos que se llenan la boca con ella- celebrada y celebrándose, ya miente bastante. Fíjense en el principio de igualdad ante la ley, machacado, pisoteado, prostituido y vendido como en el mercadillo de Babel al Derecho Penal del Amiguete, léase los puigdemones y compañeros fugados.
¡Ayyyyyyy los críticos! ¡Bienaventurados sean los críticos porque de ellos no será el reino de los cielos! Los críticos – insisto: barriga, barba descuidada y calva a lo Rubalcaba son imprescindibles- son personajes etéreos, ellos están por encima de la realidad y tienen en su mano la exquisitez o vulgaridad de la escritura. Muy probablemente – casi con toda seguridad- no han escrito jamás una línea propia, pero están en el derecho – de algo hay que vivir- en apalear de manera inmisericorde a quien sí es capaz de montar una historia completa con principio, trama, nudo, otro nudo y desenlace.
Para ser un buen crítico hay que tener mala leche reconcentrada y saber despreciar, escupiendo por el colmillo y con la cachimba pudriendo el mal aliento, cualquier argumento. ¡Cómo coños se le ocurre a usted cambiar a dos niñas, una rica y una pobre, después del parto, cuando andan en manos de la nodriza! Eso es vulgar. A la niña hay que someterla a otro tipo de vejaciones que ahora lo que vende es la novela negra, la sangre, el sexo, las aberraciones – aunque esto he oído en algún sitio que son elecciones libres y ya no existen-. Usted, si cambia a las niñas y monta una epopeya en la que hay una auténtica y feroz lucha por la vida, usted es un vulgar. Hay que meter a un violador del ascensor, a un Antonio Anglés en Alcasser, a un mataviejas en Cantabria o a un perseguidor de niñas discotequeras en Castellón. ¿Cómo pollas se le ocurre a usted montar una novela a principios de siglo veinte en Galicia con lo atrasado que es aquello y lo que llueve allí!
Lo siento. Yo me enamoré – no sé de dónde saca tiempo para escribir- de Sonsoles Ónega cuando leí “Después del amor”. Esa obra, con las descripciones de la pasión de la Greta Garbo de Barcelona, los tejemanejes catalanes con la proclamación de la independencia y los líderes corriendo como ratas cuando Batet Mestres – al que luego fusiló Franco como agradecimiento, que cabrón- entró en acción, esa novela, por si sola, justifica y crea una carrera literaria. Mal que le pese al crítico, yo voy a disfrutar en este puente, constitucionalmente obtuso y peor, con “Las hijas de la criada” de Sonsoles.
Querida mía: como eres muy joven – para mi desgracia- es posible que no hayas leído “El español y los siete pecados capitales”, de Fernando Díaz Plaja. Yo lo leí cuando tú aún no habías nacido. Sabe y por si se te ha olvidado yo te lo recuerdo, que la envidia es el pecado número uno. Muy por encima de todos los demás. El crítico no quieren que le den el premio a él. No quiere que se lo den a nadie para no sufrir.
Vuelvo a la realidad. Dejo a las hijas de Sonsoles con la criada malvada y, por cojones, me tengo que ceñir a la realidad. Los de Podemos, que ya hicieron verdad “La rebelión en la granja” de Orwell, poniendo en práctica todo aquello que criticaban, como los cerdos caciques en la granja Orweliana, se han cargado la suma de Yolanda – no me refiero a la canción de Pablo Milanés: si me faltaras yo voy a morirme, si he de vivir quiero que sea contigo-. Claro… como tienen cuatro ministros y no está la señora del que tenía coleta, pues… rompo la baraja. Yo ya no los voto. Tampoco a Sánchez ni a Feijoy.
La vida es una mierda llena de contradicciones. MIra que llevo años predicando – en el desierto- lo que yo mismo no cumplo. Hoy un policía – de la revista policial en que publico- me ha dicho un piropo como en mi vida. He llegado a pensar que era pansexual, fluido, no binario, poliamoroso o no sé cuántas gilipolleces más. Nada de eso. El policía es clásico, casado con niños y esperando jubilarse de un momento a otro para que los nietos le den la brasa. El piropo, sin ánimo sexual de ningún tipo, ha sido: Dicen los lectores de la revista policial que escribes con una mala leche deliciosa. ¡Joder, que me he venido arriba! Hasta se me ha quitado la depresión que arrastro por el abandono del amor de mi vida y por las contradicciones en que me veo sumido: hay que procurar fundar el menor número de cosas posibles. Fundas algo, te hacen la rosca, te echan incienso, te dedican “cantemos al amor de los amores, cantemos al señor” y cuando menos te lo esperas, te apuñalan por la espalda como Bruto a César. “Tu quoque, Brute, fili mei?”. Si tienes un amor, no compres nada a plazos. Por mucha rebaja que te hagan compra al contado. Compras a plazos y te pasa como al himno aquel que cantaban los jugadores de la selección de baloncesto. Estas pagando los plazos y de pronto ves el brillante. Es ella pero… el brillante luce en su mano y su mano y esta va sobre el hombro del monitor de su gimnasio. Ya daré más consejos que vendo y para mi no tengo. ¡Señor…llévame pronto!