Estamos, perdón estoy hasta los mismísimos de frases hechas, grandilocuentes y vacías. Se nos llena la boca a todos de “estado de igualdad”, “el derecho impera”, “los principios constitucionales son intocables”, “la ley trata a todos por igual”, “la imagen de la Justicia lleva una venda en los ojos porque no distingue la cualidad de quien tiene ante ella”…. Y otras muchas de similar contenido e idéntico incumplimiento.
Ahora andamos de celebración. Ya verán cómo se les llena la boca a todos los políticos glosando las bondades de la Carta Magna, la Ley de Leyes, la Constitución que nos ha dado un periodo de paz y de convivencia como nunca lo hubo en la historia. Bien.
Yo era un iluso que se creyó todo eso. No les voy a contar la mili – algo que está tipificado como tortura- pero en mi mili, en el año 1978, me pegué dos meses vigilando un polvorín en Sardón de Duero porque se iba a votar la Constitución y había que tener cuidado con infraestructuras esenciales en el país – un polvorín atascado de explosivos lo era- por si atacaban los etarras que entonces estaban en plenitud de facultades terroristas y aun no se habían creído que, muerto Franco, la democracia había llegado al país. Los soldados rasos que purgábamos nuestra miseria en el polvorín de Sardón, votamos todos por correspondencia porque, si nos hubiéramos ido a votar cada uno a nuestro pueblo, nos habrían metido un puro como la copa de un pino por desertores. Ninguno de los que estábamos en aquel monte pelado, aquel sitio frío e inhóspito, nebuloso y húmedo – hoy lugar del lujo porque se ha puesto de moda el Ribera del Duero, río que rodeaba el puñetero polvorín- ninguno de los parias que allí estábamos leímos la Constitución que votábamos. Yo escuchaba algo la radio, no llegaban allí los periódicos y no había televisión en aquel desierto, y el grupo de desheredados pasaba las horas que no estaba durmiendo o haciendo garitas – en las que también dormían- jugando a las siete y media y dejándose hasta la pestañas en las timbas de las que siempre se beneficiaban los mismos. Hasta para ser tahúr hay que valer y un par de ellos, nos llevaban al huerto con la misma facilidad con que bajaban al pueblo a dejarse las ganancias en cuba libres que les impedían subir al monte por su propio pie de las cogorzas. Una enseñanza, que nunca he abandonado, saqué de mis dos meses constitucionales: el juego es una ruina. No hay que caer en él en ninguna circunstancia.
Moral aparte, recuerdo que todos estábamos ilusionados pensando que la Constitución resolvía todos nuestros problemas: finalizada la dictadura franquista todo iba a ser miel sobre hojuelas, decían – dormí una noche en el calabozo porque un capitán fascista me pilló leyendo una revista de Historia 16 cuyo título aun recuerdo perfectamente: Las cárceles en España. Cinco siglos de horror- . Muerto Franco creíamos que el Derecho iba a imperar en España y la Constitución se presentaba como una garantía invulnerable. Los años – cuarenta y cinco no son nada- nos han devuelto a la realidad y la preciosa Constitución sigue sin cumplirse. Yo no soy un especialista y no puedo hacer un análisis exhaustivo. No soy especialista en nada y ando más cerca del analfabetismo que de cualquier especialidad, pero solo con abrir los ojos veo que el derecho de igualdad se ha ido a hacer puñetas, que ante la ley te puede ir mejor o peor dependiendo de muchas cosas que no son precisamente igualitarias, se ha creado el “derecho del amiguete” y la seguridad jurídica anda por los suelos. Dices estas cosas, dices que te identificas con Alfonso Guerra, con Rodríguez Ibarra o con Juan Alberto Belloch y te llaman facha aunque no hayas votados a la derecha en tu vida.
Vamos a hablar claro. Le doy vueltas a la situación creada – no me meto en la ola feminazi con algún sicario que se hace llamar periodista y que se beneficia de ese movimiento; no me meto en la persecución del hombre porque sesenta hijos de puta maten a su mujer cada año en España y tres o cuatro de esos se carguen además a sus hijos el mismo acto con una conducta que repugna al ser humano; no me meto en la desigualdad de armas para hacer frente a un proceso con garantías- en la situación creada me limito a la política.
Recapitulemos: en octubre de 2017 hubo un golpe de estado en Cataluña. Se resolvió con el Derecho y la Constitución, aplicando las penas correspondientes a todos los que habían delinquido. Uno de los delincuentes huyó en un maletero y se instaló en Waterloo a mesa y mantel en lo que muchos manipuladores profesionales, han llamado exilio. ¡Qué asco! Comparar el exilio de Machado, de Sánchez Albornoz, Américo Castro, Alberti, Buñuel y tantos otros, con el veraneo pagado por todos de Puigdemont, el fugado en el maletero.
La democracia se defiende muy mal a sí misma – esto lo oí hace cuarenta años en la Facultad de Derecho de Alicante y nunca lo he olvidado-. Puigdemont siguió – con su partido golpista y corrupto, heredero de los pujoles- partiendo el bacalao desde Bélgica y proclamando a todos los vientos que lo volvería a repetir.
La paciencia todo lo alcanza, decía la Santa de Ávila, y Pujol, perdón Puigdemont, se tenía la lección de la mística bien aprendida. Le llegó la hora de la mano de los votos democráticos. Sánchez hizo las cuentas y necesitaba los votos de un partido de derechas de toda la vida para que le cuadrara su investidura. Puigdemont, que será lo que sea pero de tonto no tiene un pelo, le puso las peras al cuarto y le dijo: los votos de los puigdemones valen … sanchez contestó raudo: lo que haga falta. Como en las bodas andaluzas al grito de ¡que no falte de na! Se aprestó a dar lo que hiciera falta. ¿Una amnistía? Lo que tu digas. ¿Pasta? La que queráis ¿Competencias? Las que te hagan falta. Y mandó a Bruselas a un señor con la Formación Profesional terminada a negociar todo lo preciso. ¡Ojo que yo no desprecio la formación profesional! Que un tío electricista o fontanero o mecánico tiene trabajo hasta reventar y un licenciado en arte, en hispánicas, en arqueología, en historia o en lo que sea de las llamadas antes humanidades, puede pasar más hambre que un caracol en un espejo. Le tengo una envidia negra a cualquiera de “efepé” porque yo, carcelero durante cuarenta años, no sé ni cambiar la zapata de un grifo que gotea. Un inútil total. Yo.
Bueno, pues va el de la “efepé”, se reúne diez o doce veces con los puigdemones encabezados por su jefe, consigue la investidura y ahora los tenemos a todos en Suiza supervisados por un salvadoreño.
No tengo nada contra los de El Salvador, ni contra los colombianos, ni los alemanes, ni los finlandeses. Tampoco contra los chinos, los indios o los filipinos. ¿Es preciso que venga un señor de El Salvador a supervisar no se sabe qué como si de dos estados soberanos se tratara? ¡Ahhhhhhh, me olvidaba! Negocia el estado Español venido a menos con el estado Catalán venido a más.
Señor….llévame pronto. Perdonen si hay alguna errata o alguna barbaridad pero he escrito este artículo el domingo por la tarde, con un frío pelón en León y torturado por unos cuantos nietos que llaman a gritos a un Herodes resurrecto. No les cuento las putadas a que he sido sometido porque les aplicarían la ley del menor sin amnistía ni pollas. ¡Angelitos!