Muchos eruditos de los disturbios callejeros han sentado cátedra durante los últimos días criticando duramente las intervenciones policiales. Pocos se han parado a pensar que los agentes de las Unidades de Intervención Policial (UIP) se han convertido en el condimento principal para cocinar a fuego lento sus “exquisitos análisis” bajo el codiciado resultado de prostituir la opinión pública. Una vez más, los perros del estado han esquivado el foco mediático y los guardianes de la ley han pasado a ser los malos de la película.
Forma ya parte del espectáculo que los antidisturbios se desplieguen con una cámara pegada a su nuca. Eso si, de gran angular y con objetivo bastante corto, no vaya a ser que veamos más allá. La misión es conseguir el primer plano porque no conviene detenerse en los detalles ni en el fondo, cuanto menos ampliar la escena no vaya a ser que cambié la perspectiva… En el centro del plano siempre se sitúan los mismos elementos: la trayectoria de la defensa, la bruma del gas pimienta, la simetría de los escudos en formación… Los eruditos no quieren que su audiencia se exceda en cuando a capacidad crítica se refiere. El producto es sencillo y está diseñado para no pensar, solo para conseguir un like o retuitear, ser la portada de un periódico o abrir un telediario. Cualquier agnóstico será eliminado de entre su público objetivo porque la verdad no tiene sentido en la paradójica cruzada de la fuerza y el orden.
“Los perros del estado han pasado de nuevo sigilosos y tras de sí dejado su fétido rezumo ideológico”
Se puede trazar una perfilación animal de aquellos ejemplares que se aferran tras la valla de contención. En ese hábitat es donde encontramos a la fauna que pocos te quieren mostrar. Es la zona de confort de los perros del estado, aquellos que salen a cazar con pasamontañas, cazadoras bomber, mechero en el bolsillo y bien amaestrados por su líder espiritual.
Para los perros del estado los disturbios son como para los jabalíes el cenagal. Forman diversas manadas que reciben instrucciones claras y precisas. Embisten y se repliegan bajo la misión de aumentar progresivamente la tensión o el odio conscientes de que con el paso del tiempo todo se viralizará. Solo una vez calculado el momento dulce ejecutan de forma planificada y coordinada la destrucción de cualquier elemento que identifique el orden y la ley vigente. A posteriori se diluirán entre la multitud.
Su mejor camuflaje es el instinto ideológico. Si se trata de una “manifa” contra la izquierda los polis serán los comunistas, si se trata de una “manifa” de izquierdas, los polis serán los fachas, ese es el mensaje que hay que lanzar. Para los perros del estado, los antidisturbios son presa fácil, están colocados como estafermos y fácilmente vulnerables. Los han colocado allí precisamente por ellos y se han convertido en centro de lanzamiento de botellas, latas, bengalas y adoquines. Todo vale y no dudan porque la cámara siempre graba donde cae la piedra pero rara vez enfoca a quien esconde la mano.
El entorno ha sido orquestado para ellos mientras otros piensan como mercantilizarlo. Los perros del estado saben a donde y cuando acudir a sus citas. Actúan en cuidadosas y mimadas reservas subvencionadas con el dinero de tus impuestos. Las estirpes se constituyen como organizaciones de dudosa culturalidad para así extirpar el néctar de los fondos públicos. El amo alimenta y diseña la cacería sabiendo que venderá muy bien el producto final para sacarle un jugoso rédito.
Pocos se detendrán en las fauces y en las garras de los perros del estado porque lo más importante es la reacción de los guardas uniformados. Saben que el plano se cortará milimétricamente en el plano de reacción y que se desechará el detonante. Todo ello se acompañará de un lenguaje claro y sencillo sin tecnicismos que siembren la duda. Los eruditos no quieren hablar en detalle sobre los métodos de caza de los perros del estado, cuanto menos de sus motivaciones porque ellos mismos han probado el mismo veneno.
Autor: Jose Mª Puig