Insolidarios, desmemoriados, poco empáticos, bla bla bla… Es lo más light que nos dedican a los que hablamos abiertamente sobre la inmigración ilegal y lo que conlleva. Pero aquí no nos escondemos y llamamos a las cosas por su nombre a pesar de exponernos a ser el blanco perfecto de quienes utilizan el insulto fácil para rebatir lo que se argumenta con fundamento y no sólo con meras opiniones escuchadas de oídas.
Cuando desde ciertos ámbitos se toca ese tema aunque sea de refilón siempre se termina polemizando. Esto ha pasado de ser algo casual a ser más bien causal, y es en gran medida debido a la disparidad de opiniones que genera la materia y a la poca tolerancia mostrada por personas que tienen un punto de vista diferente. Tanto interés en sacar las cosas de contexto y tanta vehemencia en el ataque carecería de importancia si no fuese porque la crítica y el improperio vienen siempre de parte de buenistas de pin y pancarta que vocean mucho y se mojan muy poco.
Dicho lo anterior, me ceñiré a lo que bajo mi humilde opinión es la parte fundamental y más interesadamente olvidada de esta cuestión. Hablar de inmigración ilegal no es únicamente reseñar que se trata de un problema creciente, altamente preocupante y que se da en parte por el fallo de las políticas en asuntos exteriores y en migraciones de los países afectados. Es exponer un problema y a la vez aportar algún tipo de solución o alternativa.
Que es necesario tratar el tema con perspectiva y sin prejuicios es algo que se da por hecho, pero a la hora de la verdad esa premisa se le olvida a la mayoría. Si queremos hablar de drama humano también debemos plantearnos hacerlo también del oscuro negocio que hay detrás.
Se pone constantemente el foco en la foto de pateras rebosantes de hombres exhaustos y medio moribundos llegando a las costas de Europa, pero recordemos que la sombra de ese foco que ilumina la miseria, la pobreza y la inhumanidad es la que tapa a las mafias de la inmigración. Desde tiempos inmemoriales el hombre ha traficado con sus semejantes, el vil negocio no es nada moderno. La falta de escrúpulos y el afán de hacer dinero con el mercadeo de quienes desean buscar una vida mejor en Europa ha creado un entramado mafioso que opera en tierra y mar a fin de asegurarse un buen rédito económico.
En esta sinrazón de esclavitud moderna es necesario hacer distinciones y señalar quiénes son los malos, quiénes son las víctimas y quiénes son los beneficiarios indirectos. Las mafias que actúan en las costas africanas saben demasiado bien que Europa no va a dejar tirados en el mar a los navegantes de las pateras. Ellos ya han cobrado su cuota y les importa bien poco si unas millas más adelante la embarcación se hunde. Para salvarlos ya están otros.
Esos otros… no están por casualidad ahí y no me refiero a los Guardacostas de Salvamento Marítimo, ni a la Guardia Civil, ni a los patrulleros de las costas italianas. Esos otros… en ocasiones son voluntarios a sueldo o en otras, son maduros adinerados que supuestamente con un fin altruista se visten de intrépidos rescatadores excusados en la patente de corso de las ONG. Estos modernos buenos samaritanos aunque gozan de liquidez y solvencia en sus cuentas no hacen ascos al dinero público, ya que de no estar suculentamente bien untados con subvenciones estatales no podrían dedicarse a recoger inmigrantes y colocarlos en los puertos seguros de Europa. Para muchos puede resultar una labor digna de alabar si no fuera por los intereses secundarios que les mueven.
Casos concretos.
A pesar de todas las medidas que se nos imponen en forma de recomendaciones de la Unión Europea, es prácticamente imposible dar abasto a las llegadas de miles de personas a nuestras costas. El ejemplo de las Islas Canarias es hiriente ya que la dejadez de algunas autoridades sumado a la falta de efectivos policiales permiten que avalanchas de inmigrantes superen en número a la población autóctona.
Tanto las Islas Canarias, como las costas del sur de España o incluso las islas más septentrionales de Baleares han sido zonas muy sensibles a la llegada de pateras provenientes del norte de África, pero en los últimos meses llama clamorosamente la atención cómo se ha desviado el tráfico de pateras desde la parte central del Mediterráneo hacia nuestras costas.
Italia ha demostrado no tener complejos.
La aprobación de la reforma de la ley de migraciones por el Parlamento italiano ha sido aprovechada por el gobierno del país transalpino. No han dejado pasar la oportunidad y sin más demora han instado al ejército a que las fragatas de su armada patrullen y vigilen su zona de influencia. Ante tal muestra de fuerza las mafias de la inmigración ilegal se han visto obligadas a buscar nuevas alternativas y nuevos puertos a los que dirigir sus pateras, siendo España el lugar elegido. La consigna estaba muy clara, barco nodriza o lanchas pilotadas por las mafias debían ser advertidas y en caso de persistir su actividad hundidas. Ningún país europeo quiere estar en la picota como causante de una tragedia humanitaria en su mar, al igual que las mafias tampoco pueden permitirse el lujo de plantar cara a un estado a sabiendas que echar ese pulso le supondría unas pérdidas irrecuperables.
Nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado se emplean muy duro tanto en el apoyo humanitario como a nivel burocrático y de identificación. Las unidades de Policía Nacional y Guardia Civil cada una dentro de sus competencias se encargan de garantizar la seguridad en nuestras fronteras y realizar controles exhaustivos de todos aquellos que de manera ilegal ingresan en nuestro país. Es conocido el caso de muchos delincuentes y criminales que forman parte de grupos organizados o incluso yihadistas qué entraron en Europa como inmigrantes ilegales. Con las políticas migratorias actuales y los medios de dotación existentes es muy complicado que no se cuelen algunos malos.
No caigamos en la trampa hipócrita de aquellos que quieren hacernos ver que la inmigración ilegal es solamente la huida de la miseria. Veamos también la parte oscura del negocio de la trata de seres humanos que les guste o no es la esclavitud del siglo XXI.