Me voy a meter en un charco importante, pero… sigo la máxima que oí hace bastantes años a mi amigo Juan Alberto Belloch: Si con cincuenta años no decimos lo que pensamos … ¿a cuándo vamos a esperar? Lo de los cincuenta para mí solo es un recuerdo lejano. ¿Qué me puede pasar si digo lo que pienso? ¿Qué me denuncien y me condenen? ¿Que me embarguen el piso para la responsabilidad civil? ¿Qué me embarguen el coche? ¿Que me estigmaticen como delincuente? Todo eso me la suda – noten que he prescindido del lenguaje granadino y no he usado la palabra polla, porque el amor de mi vida me dice a cada poco: cariño tente, modérate-.
Un denuncia o una condena para cualquiera puede ocupar un recorte mínimo en un periódico y solo con las iniciales y la cara tapada – si es a mí, sobre todo para un diario ultraderechista y con un mal periodista y mala persona firmando, es noticia de portada, con foto – a ser posible con cara del criminal nato de Lombroso porque si la foto la hace Carolina Roca, artista excelsa de la fotografía, triunfas por doquier-. Hace muchos años tuve un enfrentamiento serio con un periodista famoso al que no citaré, porque es un jubilado desaparecido del mapa y no sé si criando malvas ya. Yo le dije: si hago una semana cultural en Nanclares no viene ni Dios. Si aviso de una rueda de prensa por torturas y violaciones entre rejas se pone la sala petada. No cabe un alma. Os gusta la sangre. Y se lió parda. Ya saben el gusto por la casquería que solo hay que ver lo de Tailandia y el beso eufórico de ese impresentable.
Conclusión: me importa un huevo si hay una denuncia. Tampoco me asusta una condena porque conozco sobradamente la cárcel y mil veces he dicho que, habiendo pasado cuarenta años en ellas, ahora no me va a impresionar entrar, teniendo derecho a mis libros, mi radio y mis útiles de escritura. Hasta Kerrigan se frotaría las manos con el libro “sin ficción”: “De director a preso. Una experiencia singular.” El amor de mi vida me ha dejado y, apuntado a inglés en el sociocultural y con algo de peculio para café y tabaco, tendría vis a vis con toda seguridad cada quince días, algo impensable en la vida libre. ¿Qué me importa esperar a la Parca en la cárcel o en un asilo que no puedo pagar siquiera con la pensión privilegiada que tengo? Los asilos se han convertido en un sitio en el que hacen negocio determinados empresarios y no son un recurso del Estado para cumplir con las necesidades que tienen los abuelos.
¿Me embargan el piso o el coche? Pregúntenle a un banco por la hipoteca inversa que el Director del Banco de España – al que aun no han cesado porque no le ha dado ningún beso a una funcionaria de allí- dijo que los abuelos que teníamos casa la debíamos usar para completar la pensión porque en este Estado justo, el litro de gasolina cuesta trescientas pesetas el litro para el jubilado pobre y para el rey que cobra más de doscientos cincuenta mil pavos al año y, encima, no tiene que pagar la que gasta. En fin que me la suda y voy a hablar en serio.
Yo soy feminista sin ningún género de dudas y me repugna cualquier violencia contra una mujer como también me repugna la violencia contra el hombre. En mi penúltimo libro “De prisiones, putas y pistolas”, conté un delito que cometí hace treinta y dos años, cortando el pelo al cero a un preso muy cabrón que nos tenía amargados con sus continuas subidas al tejado de la cárcel, y aun me estoy arrepintiendo de haber perdido la dignidad en aquel momento y dejarme llevar por el gran cabreo que aquel imbécil nos ocasionaba un día si y otro también. Pero él, por ser imbécil estaba preso y mi obligación era no ponerme a su altura. Y lo hice. Yo que era el garante de su seguridad jurídica y el encargado de velar por sus derechos me los salté a la torera y fui tan delincuente como él aunque no atracara, cosa que él hacía.
Me repugna la violencia contra la mujer – a la vez que me resulta gilipollesca esa frasecita que se han inventado los lumbreras para impactar: “violencia contra la mujer solo por ser mujer”, cuando detrás hay muchas más causas y motivaciones. En toda violencia – cuarenta años de cárcel me avalan para opinar: hay sexo, odio, amor, dinero, rencillas de todo tipo y viejas deudas – pregúntenle a Putin por la muerte del jefe de ese grupo de sicarios llamado Wagner o al chico que está preso en Tailandia por la muerte del cirujano colombiano. Todos delitos de crisis: cometes un delito para salir de una situación conflictiva y complicada y te metes en otra peor porque delinquir casi nunca trae cuenta.
Cuando yo estudiaba Filosofía en Granada – un adolescente imbécil que se creía que lo sabía ya todo- tenía dos asignaturas de Antropología. Aquel hombre que daba las clases como llorando del sentimiento que ponía, hoy estaría preso por machista. El hombre – y un gemido- el guerrero, el defensor de la familia, el conquistador, el que trae el pan a la casa y mantiene a los hijos… La mujer – otro gemido, yo creo que era porque Franco estaba vivo aún y no acababa de morirse- el hogar, el acogimiento, la dulzura, el cuidado de la cohesión… la que mantiene la cordura y la casa en armonía y gemía y suspiraba con cada frase. Y luego nos recitaba una poesía de Blas de Otero sobre las contradicciones humanas: El hombre… ángel con grandes alas de cadenas.
Aquel tipo, que ya habrá muerto por lo que no podemos exigirle responsabilidades, creo que era cura y trasladaba la doctrina que el apóstol Pablo, aquel de Tarso perseguidor de cristianos, trasladaba a los fieles de Éfeso en sus cartas: “Las mujeres deben someterse a sus esposos al igual que se someten al Señor. Porque el esposo es cabeza de la esposa, de la misma manera que Cristo es cabeza y salvador de ese cuerpo suyo que es la iglesia. Así que las esposas deben estar sujetas en todo a sus esposos, así como la iglesia lo está a Cristo”.
He ahí la doctrina paulina que la Iglesia se ha encargado de transmitir en cada generación y por la cual los maridos – reflejado incluso hasta hace muy poco en el código civil- eran la autoridad, el mando, el cabo chusquero de la casa y la mujer una simple marmota. De ahí a darle un par de guantazos para “corregirla” había solo un paso. Eso era la normalidad hasta hace cuarenta años en España.
Si una mujer le contaba al cura del pueblo – él tenía novia formal por su parte- que el marido la maltrataba la contestación era siempre la misma: Esa es la cruz que Dios te ha dado y la tienes que soportar. Solo el Cabo Colomera – chusquero con un sentido de la Justicia muy suyo- ponía algo de orden. Si se enteraba que un individuo de gastaba el jornal en vino y luego le partía la cara a la mujer con la borrachera – mies de casos de violencia he conocido en la cárcel en los que “estar colocado y no saber lo que hacía” eran la excusa- llamaba al borrachín al cuartel, le soplaba tres o cuatro hostias bien dadas y le advertía de que la vez siguiente le daría el doble. Mano de santo. Colomera … taumaturgo, milagrero como el “Sabio de Villanueva” que curaba casi con la mirada.
La violencia contra la mujer, en España, es bastante menor que en el resto del mundo. No obstante, una sola mujer agredida o muerta a manos de su marido es una tragedia que hay que evitar por todos los medios. Una sola mujer muerta, aunque también he conocido a algunos hombres – bastantes menos- es un crimen que hay que evitar. Los mil y un grupos de presión que andan manejando este problema no dejan que nadie opine porque ellos son quienes tienen la “auctoritas” y creen que el conocimiento y la solución. Yo creé la primera Unidad de trabajo sobre violencia en España y les voy a dar los datos para que vean que no miento. Recién aprobada la Ley en 2004 me di cuenta de que mucha ley y mucha verborrea y poca capacidad operativa porque el papel lo soporta todo y luego hay que trabajar – tengo testigos y pueden contarlo si ellos quieren-: entraba un tío a la cárcel por una agresión grave. La mujer estaba tranquila con el tipo en prisión y cuando menos lo esperaba lo tenía en la puerta porque estaba de permiso – es solo un ejemplo-. En diciembre de 2005 lo comenté con la mayor autoridad judicial de la provincia y coincidió conmigo en la situación precaria e irracional – todo el mundo se cree que las cosas se arreglan haciendo leyes y luego hay que poner los medios para hacerlas funcionar-.
Mercedes Gallizo – secretaria de estado de prisiones y mujer trabajadora, inteligente y buena persona- me dijo: hacemos lo que sea preciso. Y montamos una oficina que, con cuatro funcionarios y dos trabajadoras sociales realizó un gran trabajo, pese a la resistencia de pocos personajes y con la magnífica colaboración de casi todos. Yo atendía el teléfono de las víctimas las veinticuatro horas del día todos los días del año – tengo testigos-. Como la memoria es lo único que me funciona bien, me acuerdo de cada persona que pasó por allí y de los dramas que se vivían a diario. Allí vi una mujer que había sido degollada por un hijo de puta, otra que había sido estrangulada, una la que quemaron la cara con ácido y otra estafada hasta sacarle los hígados por un falso guaperas que iba de situado y no tenía ni para tabaco.
También vi algún caso contrario, una mujer mentirosa, una vengativa y una que para quedarse con el piso familiar y el coche estaba dispuesta a vender su alma al diablo. Todo con tal de que el imbécil acabara amargado, arruinado y colgándose de una viga.
Maltratar a una mujer es una infamia, y como tal debe ser duramente castigado. Machacar a un hombre también.
No podemos caer en la ley del péndulo, e irnos al lado contrario, para compensar ese gran error cultural e histórico de hacer de la mujer un ser de segundo orden, sometido y esclavizado al varón. No podemos predicar y ensalzar la igualdad cuando lo pretendido es destrozarla: la mujer siempre es buena, la mujer siempre es veraz, la mujer siempre es inocente. El hombre siempre es malo, el hombre siempre es criminal y agresor. El hombre, por sistema, es presunto culpable. Liberamos a una, oprimida durante siglos, y oprimimos al otro.
¿Dónde queda el principio de igualdad ante la ley, dónde la presunción de inocencia, dónde la carga de la prueba? Cuarenta años en la cárcel me han enseñado a desconfiar – un estigma carcelario-. La Criminología, la Escuela Crítica a la que me honro en pertenecer, no es una secta, no chupa el suelo detrás de nadie, aunque sea ministra, no se somete sin poner en tela de juicio todo lo que se le somete a consideración, ni comulga con ruedas de molino por mucho que los grupos de presión le empujen. Nadie es presunto culpable por sistema. Todo hay que estudiarlo. Las Leyes de Mendel, la de la Gravedad, el Principio de Arquímedes, la de la Relatividad…todas fueron fruto de la observación y el estudio reposado y racional. Nunca un científico descubrió nada tirándose a la piscina de la opinión pública ni publicada. Dejemos los presuntos culpabes para las novelas negras malas.