Un policía fue el destinatario de la segunda carta bomba (1831)

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Sumario:
  1. INTRODUCCION.
  2. OLEADA DE CARTAS BOMBA.
  3. UN TEXTO BÁSICO: OFICIO CIRCULAR DE 16 DE MARZO DE 1831
  4. DIFUSIÓN A LAS AUDIENCIAS Y TRIBUNALES
  5. LOS ANARQUISTAS.
  6. LA SITUACION DE LOS LIBERALES EN EL EXILIO.
  7. LA POLICIA.
  8. EL ESPIONAJE.
  9. CONCLUSIÓN. ANEXO EL ATENTADO CONTRA EL SUBDELEGADO DE POLICÍA DE CÁDIZ CONTADO EN EL DIARIO DE AVISOS DE MADRID.

Las referencias hechas a la utilización de las cartas-bomba por los autores de libros sobre terrorismo son muy escasas y sumamente vagas e indefinidas. Por lo general, se cree que esos artefactos fueron empleados por primera vez en la década final del siglo XIX, siendo entre ellos la opinión más extendida, que fue en Rusia, hacia 1891, correspondiendo la autoría a un grupo terrorista denominado Narodnaia Volia (Voluntad del Pueblo). El dato, sin embargo, se deja siempre en el aire, como si estuviera falto de las debidas comprobaciones. A pesar de ello se transmite de unos autores a otros.

Frente a esta opinión se puede asegurar que en España se utilizó por primera vez el 29 de octubre de 1829, siendo su primera víctima el capitán general de la Coruña, Nazario Eguía. En 1831 se desató una campaña de envíos de cartas bomba. El 16 de marzo  se inició con el envío de una contra el Subdelegado de Policía de Jerez de la Frontera. Afortunadamente, salió ileso del atentado. Fue el segundo policía víctima de un atentado terrorista. El primero había sido el subdelegado de policía y gobernador militar de Cádiz muerto en el atentado que tuvo lugar pocos días antes en el que fue apuñalado. Decimos que se puede asegurar, porque existen fuentes documentales: en este artículo se utiliza, de forma preferente, un oficio circular aparecido en el Archivo de Murcia, pero existe además todo un expediente en el Archivo Histórico Nacional, en la sección de Consejos Suprimidos, con el que ha sido posible completar y dar sentido a aquel oficio circular. También en Correos existe constancia documental.

La enorme importancia que ha adquirido el uso de explosivos por parte de grupos terroristas hace que el estudio de estos primeros precedentes resulte interesante y aleccionador. Y desde luego, si en algo coinciden los terroristas actuales con los de entonces, es precisamente en la tendencia a cometer acciones ruidosas: no les basta con matar o destruir. Matan o destruyen haciendo todo el ruido posible, como si tuvieran un extraño temor a pasar desapercibidos.

OLEADA DE CARTAS BOMBA

La carta bomba recibida por el Subdelegado de Policía de Jerez de la Frontera, José María Malvar, fue la segunda dentro de una oleada de cartas bomba, recibidas por varias autoridades del Estado. El envío de esta se produjo en medio de una circunstancia muy alarmante: el asesinato del gobernador militar y subdelegado de policía principal de Cádiz, el brigadier Don Antonio del Hierro Oliver. La primera de ellas fue la enviada al general Nazario Eguía, capitán general de La Coruña, el 29 de octubre de 1829, que tuvo éxito porque, al abrirla, le causó la amputación de varios dedos de una mano y numerosas heridas en todo el cuerpo. La segunda la recibió el Subdelegado de Policía de Jerez de la Frontera el 16 de marzo de 1831. No tuvo consecuencias. Pero fue la causa de que se difundiera el modus operandi de los terroristas por todas las dependencias policiales para evitar desgracias.

Ese año se recibieron tres cartas bombas más: el 28 de junio se recibió otra en el despacho del Ministro de Justicia, Tadeo Calomarde. El mismísimo rey Fernando VII fue el destinatario de la tercera el día 11 de julio y al día siguiente lo fue la princesa de Beira, Bárbara de Braganza. Pocos días después, el 17 de julio, al manipular los que habían quedado adheridos al papel resultó herido en la explosión el secretario de Calomarde. Lo cuentan así Eva Bernal Alonso y Cecilia Martín Moreno: “En la noche del 17 de julio José González Maldonado, Secretario Mayor de la Secretaría de Gracia y Justicia, recoge los fragmentos del “pliego fulminante (que se abrió con alguna reserva), reunió los fragmentos de su carga con otros pegados al papel y, para conservarlos mejor, los cerró todos dentro de un sobre y que, en semejante acto, sucedió una explosión, tan fuerte como el tiro de un fusil, siendo esta ocurrencia sobre las once de la noche del 17”. Se trataba del pliego que en la noche del 11 Calomarde había mandado abrir tras introducirlo en un lebrillo con agua. El secretario quedó herido en ambas manos, rostro y ojos como consecuencia de los fragmentos de vidrio que contenía como metralla, de los que quedaron algunos restos “dentro del pliego, según su sonido al menearle”, que son los que se han conservado en el expediente ya sin más peligros de explosión (o eso esperamos)”.

La gravedad de los hechos y la imposibilidad de descubrir quiénes fueron los autores materiales causaron un gran impacto. Desgraciadamente, empezó a ser cierto aquel dicho de Mao Tse Tung: “Mata a uno y asustarás a diez mil”. En este caso, hubo tres factores que contribuyeron a aumentar la alarme social: la difusión de circulares sobre el modus operandi; la forma de abrir esas cartas para evitar desgracias y los rumores que hicieron circular los autores de los atentados en el sentido de que estaban buscando la forma de hacer bombas más pequeñas y efectivas.

UN TEXTO BÁSICO: OFICIO CIRCULAR DE 16 DE MARZO DE 1831

Es muy curioso el hecho de que esta carta-bomba haya sido enviada desde Gibraltar a Jerez de la Frontera el 16 de marzo de 1831. Damos a continuación la transcripción del documento hallado en el Archivo de Murcia y publicado en Policía Española, sin transcribir, añadiéndole unas cuantas notas, que se creen de interés para su mejor comprensión.

El documento en cuestión es un oficio circular que dirige el Subdelegado de Policía de Murcia al de Lorca para comunicarle noticias sobre el «modus operandi» de los liberales, que estaban en el exilio, para que tuviera cuidado al abrir la correspondencia.

“Subdelegación Principal de Policía de la provincia de Murcia. Número 204. Reservado.

“El Sr. Superintendente General del Ramo, con fecha 30 de abril próximo pasado, me dice lo que copio.

El Subdelegado Principal de Policía de Granada, en oficio de 6 de este mes, me dice lo que sigue: Enterado de lo que Vuestra Señoría se sirvió manifestarme, con fecha 24 de marzo último, el Subdelegado Principal de Policía de Jerez, sobre lo que le ocurrió con el pliego recibido en la mañana del 16 entre la correspondencia del correo de Cádiz, debo manifestarle que ahora han acordado los anarquistas dirigir dichos pliegos con menos volumen y más disimulados, introduciendo o mezclando con pólvora fulminante porción de arsénico, con objeto de conseguir al mismo tiempo el envenenamiento de la persona que lo abra, no valiéndose de los alambres ni demás materiales que por precisión tenían que hacer los expresados pliegos de algún volumen; y solamente dentro de la oblea o lacra se pone un circulito de cristal molido algo grueso, y en el centro la pólvora con el arsénico, y, al tiempo de abrirse, hendiendo uno con otro se causa el sacudimiento eléctrico, y con la inflamación de la pólvora y los estragos que son consiguientes; los que puedan evitarse fácilmente mojando antes las cartas o pliegos o cortándolos con unas tijeras muy finas sin tocar en la oblea. Lo que traslado a Vuestra Señoría para su inteligencia y gobierno”.

Lo que comunico a Vuestra Señoría para los efectos consiguientes. Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años. Murcia, a 7 de mayo de 1831. Firmado: Juan Félix de Maruri.

Señor Subdelegado de Policía de Lorca”.

Hay en este oficio dos características que le diferencian claramente del resto de los emitidos por la Superintendencia General de Policía. La primera de ellas consistía en que se trata de la difusión de un «modus operandi», y la segunda, que esta difusión tiene por objeto advertir de la posible comisión de un acto terrorista. Las difusiones de los modus operandi a todas las comisarías tenían por objeto que, en caso del desplazamiento de los delincuentes, por ejemplo de los atracadores a bancos, supieran, en el caso de que los detuvieran, que habían podido cometer los mismos delitos en otros lugares. Por este medio, podrían relacionarlos con hechos similares.

Lo normal era,  hasta ese momento, la difusión de circulares ordenando buscas y capturas o localizaciones de domicilio, describiendo animales o cosas robadas, pero no de «modus operandi». Las buscas y capturas tenían una solera que les venía desde la Santa Hermandad, que ya las utilizó profusamente. En el Quijote existe una perfecta descripción de cómo se utilizaba el sistema por los cuadrilleros que no me resisto a transcribir:

«Pero a uno de ellos… le vino a la memoria que entre algunos mandamientos que traía para prender a algunos delincuentes, traía uno contra Don Quijote, a quien la Santa Hermandad había mandado prender por la libertad que dio a los galeotes, y como Sancho, con mucha razón, había temido. Imaginando, pues, esto, quiso certificarse si las señas que de Don Quijote traía venían bien, y, sacando del seno un pergamino, topó con el que buscaba, y poniéndosele a leer despacio, porque no era buen lector, a cada palabra que leía ponía los ojos en Don Quijote e iba cotejando las señas del mandamiento con el rostro de Don Quijote, y halló que sin duda alguna era el que en el mandamiento rezaba.» (Primera parte, capítulo XLV.)

DIFUSIÓN A LAS AUDIENCIAS Y TRIBUNALES

La difusión de ese oficio no se limitó al ámbito policial, sino que se extendió a todos los tribunales de justicia que también podrían ser objetivo de esos “pliegos fulminantes”. Este oficio que se copia, se halla en la Biblioteca Nacional y fue publicado en el siglo XIX en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, dentro de unas normas que el autor calificaba de “curiosas”.

Se omite la parte central del oficio porque es la misma que el anteriormente trascrito de la Policía. Únicamente se mantiene la parte primera, del destinatario, la Real Chancillería de Valladolid y la parte final que añade algo más al anterior.

“Orden para precaverse contra los efectos de los sellos explosivos de cartas de los anarquistas. El Excmo. Sr. Gobernador del Real y Supremo Consejo de Castilla ha comunicado al Excmo. Sr. Capitán General Presidente de esta Real Chancillería, para su inteligencia y la del acuerdo, la Real orden que, con la providencia dada en su vista, son del tenor siguiente: Presidencia de Castilla. Excmo. Señor: Con fecha 22 de este mes me ha comunicado el señor Secretario del despacho de Gracia y Justicia la Real orden siguiente: «Excmo. Señor: El Superintendente general interino de Policía de Granada en 6 del corriente me dice lo que sigue:

… Y habiendo dado cuenta a S, M. del preinserto oficio, se ha servido mandar lo comunique á V. E., como lo ejecuto, a fin de que disponga circular su contenido a las autoridades dependientes de esa Presidencia, y de que con su noticia puedan éstas tomar las precauciones oportunas y evitar los funestos accidentes y resultados que la refinada perversidad de los revolucionarios se propone en el uso de tan infernal composición o artificio para vengarse alevosamente, en su impotente rabia y desesperación, de las personas que por su adhesión a los legítimos derechos del Trono y acreditado celo por el mejor servicio público, consideran como un grande obstáculo para el logro de sus abominables planes y designios. De Real orden lo comunico a V. E. para su inteligencia y cumplimiento[1].»

Lo traslado a V. E. para su conocimiento, el de ese Tribunal y demás efectos consiguientes. Dios guarde a V. E. muchos años. Madrid 25 de Abril de 1831.  Josef María Puig. Excmo. Sr. Capitán general, Presidente de la Chancillería de Valladolid.

LOS ANARQUISTAS

Más de uno se habrá sorprendido del término «anarquistas», que aparece en el documento. Está claro desde luego que estos anarquistas no son discípulos de Bakunin y que no se refiere a lo que nosotros entendemos en la actualidad por anarquismo. Se trata de la misma sorpresa que ha asaltado a los televidentes al contemplar la serie «Mariana Pineda». Sin embargo, la explicación es muy sencilla: los liberales llamaban serviles” a los partidarios de una monarquía absoluta, y éstos respondían a la fineza, denominando «anarquistas o partidarios del sistema anárquico» a los liberales.

¿Cuál era la razón de este epíteto denigrante? Mientras los partidarios de la monarquía absoluta reconocían una única fuente de poder y de justicia: el Rey, los liberales, con su doctrina de la soberanía nacional, diluían este principio hasta el extremo, según los realistas, de pulverizarle en la práctica. De ahí deducían que anarquizaban el poder político. Esta «anarquía» no era tal en la práctica, porque las Cortes eran las únicas representantes y ejercientes de esa soberanía nacional, pero esto no pasaba de ser una filigrana dialéctica para los monárquicos.

Otro mote con el que eran tildados los liberales era el de “negros”, por contraposición a los absolutistas, que serían los “blancos”. La coincidencia en este caso de que en las banderas anarquistas posteriores figure el color negro se debe atribuir a una coincidencia, que no puede ser explicada sino por el azar o la casualidad.

Lo curioso, en este caso, es que pocos años después, en 1835 un periódico progresista, “El Eco del Comercio” se refería también a este grupo de radicales como “anarquistas”, aunque, por ser próximos a ellos ideológicamente, restaran importancia a este grupo y a sus acciones.

LA SITUACION DE LOS LIBERALES EN EL EXILIO

La situación económica de estos exiliados liberales era lamentable: sólo un pequeñísimo grupo vivía con holgura. En su exposición al Rey, decía Javier de Burgos: «De estos prófugos hay bastantes que, en la indigencia con que luchan, exhiben un nuevo título a la compasión de las almas generosas» (1826). Es decir, que la mayoría de ellos, alejados de sus propiedades y de sus negocios, que eran los que verdaderamente les proporcionaban sus medios de vida, tuvo que asistir a su hundimiento o desaparición por no poderlos atender como era debido. Tan crítica llegó a ser la situación, que algunos de los residentes en Inglaterra, tras largas discusiones, llegaron a pedir ayuda económica al mismísimo Fernando VII, quien, naturalmente, hizo oídos sordos a esa petición.

En estas circunstancias extremas no es de extrañar el que en muchos de ellos pudiera más el ansia de sobrevivir que sus ideas, por lo cual no fue difícil reclutar agentes y espías entre ellos, a cambio en ocasiones de simples promesas de gratificación económica. Una de las víctimas de esta infiltración -tal vez también la más célebre fue Torrijos del grupo de liberales que actuaban en Gibraltar-, que fueron atraídos a las playas de Málaga por medio de una falsa promesa y allí apresados y ejecutados, precisamente poco días antes del envío de la carta bomba al Subdelegado de Policía de Jerez de la Frontera.

¿Quiénes fueron los autores del envío de la carta bomba? En la documentación consultada se ve claramente que desde el primer momento y sin pruebas fehacientes, se echó la culpa a los liberales de Gibraltar. Pero hay dos hechos en contra de esta suposición gratuita: la carta fue enviada desde Cádiz, ciudad donde había sido asesinado el gobernador, General Hierro, por unos embozados. Esto ocurrió el día 3 de marzo. Cuatro de los autores fueron detenidos poco después, por lo que se sabe que fue obra de un grupo de liberales gaditanos.         Otro dato muy importante debe ser tenido en cuenta: por la época del envío de la carta ya había uno o varios infiltrados en el grupo de Torrijos, y estos no detectaron el envío de explosivos desde Gibraltar; a pesar de que estaban al tanto de todo lo que se cocía allí. Los rumores sobre el perfeccionamiento del explosivo que hicieron circular los liberales del grupo de Torrijos se deben tomar únicamente como un intento de explotar el éxito y de seguir creando un clima de intranquilidad. Cosa que en parte consiguieron, como se deduce del contenido oficio circular.

LA POLICÍA

Como ya sabemos, el destinatario fue el Subdelegado de Policía de Jerez de la Frontera, es decir, un jefe local de Policía. Los motivos, que indujeron a escoger a este personaje y desechar a otros, los desconocemos. Sin embargo, podía ser explicado este atentado en el contexto de la reforma de la Policía, llevada a cabo por Tadeo Calomarde, tras la guerra de los Agraviados en 1827.

Esta reforma fue una concesión a las peticiones de los agraviados de Cataluña, ya que con esa medida se pensó que los ánimos se calmarían y volvería la tranquilidad. Calomarde creyó que aminorando la importancia de la Policía, desaparecerían los motivos de la guerra, pero no fue así. La descripción del viaje del Rey a Cataluña lo dice claramente:

«La revolución continuaba sin descanso su marcha en Cataluña, y la saludable reforma de la Policía, contra quien los rebeldes en todas sus proclamas dirigían los tiros, no     influyó nada para calmar los ánimos. La revolución no conoce más que pretextos para disfrazarse y fascinar a los incautos”.

La citada reforma cambió el nombre de los Intendentes de Policía por el de Subdelegados. Como dato anecdótico tenemos que entonces era Subdelegado Principal de Policía de Madrid y Superintendente General de Policía, don José Zorrilla Caballero,  padre del famoso poeta y dramaturgo romántico. La Policía dependía enteramente de la Secretaría de Despacho (ministerio) de Gracia y Justicia, dependencia que ya no sería modificada hasta 1832, cuando fue creado el Ministerio de Fomento.

Los trámites seguidos por el oficio circular proporcionan las bases para podernos aproximar a su organización. En su camino hacia arriba el oficio salió de Jerez de la Frontera para Sevilla, y desde allí, al Superintendente General de Policía, que era entonces don Marcelino de la Torre. Desde la Superintendencia se cursaron los oficios a todos los Subdelegados Principales, y éstos a su vez lo transmitieron a sus subordinados (así el de Murcia lo envió al de Lorca). Ni qué decirse tiene que todos estos trámites eran muy lentos: desde el 16 de marzo en que se produjo el hecho hasta el 8 o el 9 de mayo en que se recibieron las noticias del mismo en Murcia pasaron casi dos meses. El hecho de tener que hacer tantas copias, porque la reserva en que debería mantenerse la difusión de esta noticia impedía su impresión, dificultaba mucho la posibilidad de que pudiera difundirse con rapidez. Había que tener en cuenta otro dato: los transportes no eran precisamente rápidos.

EL ESPIONAJE

El espionaje -la Alta Policía- estaba confiado a un hombre, cuya labor merecería mucha mayor atención de la que se le puede prestar aquí: José Manuel del Regato. Con mucha paciencia y no poca presteza fue el creador y director de una red de espías, infiltrados y chivatos -que de todo hubo en ella- cuyos puntos principales de actuación fueron Lisboa, Toulouse, Londres y Gibraltar.

La infiltración de estos grupos no supuso, por otra parte, muchas dificultades, ya que los gravísimos apuros económicos por los que estaban pasando los liberales en el exilio les hacían muy vulnerables a este tipo de manejos.

El mismísimo don Marcelino de la Torre, que, como se ha dicho antes, era el Superintendente General de Policía, había llevado a cabo varias misiones de espionaje por cuenta del Gobierno. Una de ellas, la más larga y fructífera, tuvo lugar en 1829 en Lisboa, con el pretexto de montar un servicio de diligencias entre esa ciudad y Madrid.

Estas labores de espionaje estaban financiadas en parte con fondos de policía. Afirman algunos, haciendo gala de una desinformación total, que la policía secreta es un argumento para defender que la policía de 1824 fue una policía política, y se basan en la existencia de la policía secreta. Sin embargo, estos tales no saben dos cosas: que la policía secreta no fue sino el nombre que se dio a los fondos reservados de entonces, es decir, que fue una simple partida presupuestaria, englobada a veces dentro de la destinada a la Superintendencia General de Policía y otras veces de forma independiente dentro de la anterior. Estos fondos para pagar por información se preveían en el párrafo cuarto del artículo XXI de la Real Cédula, que decía: “Un fondo reservado para gratificaciones extraordinarias a los individuos que hagan a la Policía revelaciones importantes a la tranquilidad o seguridad del Estado, expedición de correos extraordinarios para anunciar ocurrencias que interesen inmediatamente a la misma tranquilidad y seguridad, y otros gastos imprevistos”.

Estos fondos pasaron a tener vigencia oficial y completamente legal a través de los Presupuestos Generales del Estado, de modo que en los primeros que se aprobaron en 1827 ya aparecía una cantidad considerable destinada a ellos.

A estos fondos tuvieron acceso los intendentes de policía de cada provincia. Como se puede leer en un bando del Intendente de Policía de Guadalajara: “Los que según lo dispuesto en el 2º artículo de esta citada Real resolución me denuncien los autores y cómplices y descubrimiento de las alhajas serán pronta y religiosamente satisfechos de la cantidad que se señala, sin que jamás sus nombres sean descubiertos”.  Se refería a las alhajas robadas en los templos, que estaban siendo objeto de numerosos robos cuando se escribió ese bando en 1826.

Con este medio a su disposición, se fue formando desde la misma Superintendencia General de la Policía y  de sus subdelegaciones provinciales una red de informantes muy completa y que llegó a funcionar bastante bien. La necesidad de mantenerla se puso ya de manifiesto en 1831, a raíz del envío de las cinco cartas bomba

CONCLUSIÓN

El episodio de Jerez de la Frontera tuvo una resonancia que hasta cierto punto no mereció: los mínimos daños que causó (aparte del lógico susto, unas manchas negras en la cara del subdelegado) no hubieran debido contribuir a hacerla temible. Pero como el hecho ocurrió a los pocos días del asesinato del gobernador de Cádiz, la explosión tuvo unas repercusiones mucho mayores de las que se podía esperar en buena lógica. La posibilidad de ser víctima de un envío semejante pesó más que cualquier otra consideración.

La trascendencia, por ello, radicó en dos circunstancias: la primera es que la carta-bomba no falló, porque efectivamente hizo explosión, lo que vino a dar una verosimilitud a las amenazas, y la segunda, la posibilidad de perfeccionamiento del artefacto mediante una carga de arsénico para hacerla a la vez tóxica y el intentar hacerlo menos voluminoso (apareciendo así el mito de la reducción de la bomba, tan querido por los anarquistas de finales de siglo).

Los remedios que se proponen en la circular para evitar la explosión son bien sencillos: «mojando antes las cartas o pliegos, o cortándolos con unas tijeras muy finas, sin tocar en la oblea». La sencillez del remedio se corresponde evidentemente con la de la preparación del artefacto.

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
  • Bernal Alonso, Eva y Martín Moreno, Cecilia. PIEZA DEL MES DE JULIO-AGOSTO DE 2022.
  • AHN. CONSEJOS,12223,Exp.16  Expediente sobre el pliego fulminante dirigido desde Cádiz para matar a Francisco Tadeo Calomarde así como otros pliegos dirigidos al rey, a la princesa de Beira y a otros personajes. AHN. OBJETOS, N.233 Pliego fulminante o carta AHN. OBJETOS, N.233
  • Pliego fulminante o carta bomba dirigida desde Cádiz a Francisco Tadeo Calomarde para atentar contra su vida.
  • LINAJE, Francisco, “Reseña del atentado contra la persona del General Eguía en 1829”, en “La Revista Militar. Periódico de Arte, Ciencia y Literatura Militar”, Tomo XII, Primer Semestre de 1853, 407-417 Establecimiento Tipográfico Militar de Fermín Torrubia, Madrid, 1853, pags.407-427.
  • PIRALA, Antonio, “Historia de la Guerra Civil y de los partidos Liberal y Carlista. 2ª Ed.”, Imprenta del Crédito Comercial, Madrid, 1868.
  • Real Academia de la Historia:
  • http://dbe.rah.es/
  • http://dbe.rah.es/biografias/26691/maria-teresa-de-braganza-y-borbon
  • http://dbe.rah.es/biografias/26666/nazario-de-eguia-y-saenz-de-buruaga
  • BENITO RUANO, Eloy; Don José Manuel del Regato y su misión de “Alta Policía.(1824-1831). En Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo CLXXIV, Cuaderno I, págs. 93-120.
ANEXO

Atentado contra el gobernador militar de Cádiz y subdelegado principal de policía en la  provincia, contado en  Diario de avisos de Madrid. 15/3/1831

Gaceta extraordinaria de Madrid del martes 8 de marzo de 1831. Con la destrucción total de la facción de Torrijos, cuyo desembarco se anunció ayer, hay que publicar hoy el súbito aniquilamiento de otra revolución obrada en la Isla de S. Fernando el día 3 del corriente. Entraba en los planes de los demagogos sublevar a Cádiz y S. Fernando al tiempo mismo que se verificase dicho desembarco; pero habiéndolo impedido por algunos días el celo y la valentía del brigadier D. Antonio del Hierro y Oliver, gobernador y subdelegado de policía de Cádiz llegaron los malvados a realizar en parte su plan, asesinando antes a este dignísimo español.

Aunque el infeliz Oliver tuvo noticias del proyecto formado recientemente contra su persona, no cabía en su corazón generoso el temor de que pudiera verificarse tan horrendo asesinato. Confiado en su propio valor, y en la estimación pública que gozaba por su rectitud y lenidad, salió a las tres y media de la tarde del día 3 sin acompañamiento para su casa-habitación desde la de las oficinas; pero asaltado inadvertidamente en la calle de la Verónica por cinco o seis hombres embozados, recibió seis puñaladas por la espalda, y espiró al momento.

¿Cuál fuere la impresión que este acontecimiento había de hacer en el pueblo, no era cosa prevista por los revolucionarios; pues que tan lejos de verificarse la conmoción que esperaban, se manifestó inmediatamente la consternación pública, cerrando todo el mundo las puertas de las casas y tiendas. Ni un momento vaciló la autoridad y el poder real. El señor teniente rey tomó al momento el mando, y el Excmo. Sr. capitán general de Sevilla, que se hallaba en el Puerto de Sta. María, se trasladó al instante a la plaza; hallándose ya presos cuatro de los reos.

Pero mientras esto pasaba en Cádiz los conspiradores realizaban su proyecto en S. Fernando. Persuadidos sin duda del buen éxito de la empresa en aquella ciudad, se arrojaron en esta última al crimen, y lo lograron por medio de algunas tropas de marina compradas al efecto. Ayer vino la noticia de este suceso; y esta noche ha llegado el parte oficial que se inserta a la letra después del relativo al exterminio de la gavilla de Torrijos. Anoche bien tarde me trasladé de S. Roque a esta ciudad, y en ella he recibido por extraordinario el parte que me da el coronel comandante militar de la serranía de Ronda, que dice así.

Subdelegación principal de policía de Algeciras. “Excmo. Sr.: Tengo el gusto de participar a V. E. cómo a esta hora, que son las doce del día, acabamos de exterminar a los revolucionarios, siendo prisioneros 21; y se me asegura que el inicuo Manzares lo es también, y que está preso en Casares: después daré a V. E. noticia de los pormenores. Dios guarde á V. E. muchos años. Fuente de la Encina a la falda de Crestellina,  3 de marzo de 1831. =:Excmo. Sr. = Vicente Mateos. =:Excmo. Sr. comandante general del campo de Gibraltar.

Lo que sin pérdida de tiempo trasmito a V. S. para su conocimiento y satisfacción, quedando, como indiqué en mi extraordinario de ayer, en participar a V. S. el total resultado de este importante particular. Dios guarde a V. S. muchos años. Algeciras 4 de marzo de 1831.=: Juan Ramírez de Orozco. = Señor superintendente general de Policía del reino.        Subdelegación de policía principal de Jerez. “Aprovecho la ocasión de un extraordinario que despacha el capitán general de Andalucía desde este punto para participar a V. S. que la revolución de S. Fernando, causada principalmente por una parte del batallón de marina ha terminado en dicho punto, habiéndolo abandonado los rebeldes desde las diez de la noche anterior, que se fugaron por la barca de Chiclana hacia Vejer, probablemente con la idea de procurar incorporarse a los del campo de Gibraltar, que según aviso recibido por el mismo capitán general hablan sido batidos, y se espera por momentos la noticia de su total exterminio; de manera que parece imposible que se escapen los nuevos traidores.

La tranquilidad no se ha alterado en otro punto, y yo me he visto precisado a permanecer en este hasta ahora a la inmediación del citado jefe militar de la provincia para combinar mis medidas con las suyas, como lo he ejecutado, auxiliándolas en cuanto puedo. Hoy tengo la satisfacción de que habiendo regresado mi explorador de la sierra, asegura hallarse el país con el mayor entusiasmo y noble predisposición contra los enemigos de S. M. y de los pueblos. Todo lo que pongo en consideración de V. S. para su superior conocimiento y fines que juzgue oportunos. Dios guarde a V. S. muchos años. Puerto de Sta. María 5 de marzo de 1831.—Jose María Malvar. =Señor superintendente general de Policía del Reino

[1] Por la copia: Antonio Paz y  Meliá (Documentos existentes hoy en la Sección de Varios de la Biblioteca Nacional) En Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 3ª época, julio de 1899, nº 2.202,pag. 433

Autor: Martín Turrado Vidal Licenciado en Filosofía y Letras, rama de Historia, por la UNED (1981) Máster en Documentación (1993). Cronista Oficial de Valdetorres de Jarama Vicepresidente del  Instituto de Historiadores del Sur de Madrid, “Jiménez de Gregorio”. Vocal de Publicaciones del Foro para el Estudio de la Historia Militar de España.

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