Aún no se sabe, cuando escribo esta columna, si Julia Wendell, una muchacha polaca de 21 años es en realidad, como asegura ella, Madeleine McCann.
Aventuraré mi pronóstico. No creo que Julia, adoptada cuando era niña, sea Madeleine. Ojalá. Eso significaría que Madeleine estaría viva y, todo indica, por el contrario, que acabaron con su vida después de secuestrarla en Praia da Luz, en el Algarve portugués, la noche del 3 de mayo de 2007, hace casi dieciséis años.
De buena fe o por afán indecente de notoriedad en las redes, Julia, con casi medio millón de seguidores en su perfil y gran parecido físico a Madeleine, es cierto, lleva días acaparando titulares en los medios de comunicación de los cinco continentes. Posiblemente su comportamiento obedezca a un impulso, fuera de control, cuestionando a sus padres adoptivos. Las redes sociales y el morbo hacen el resto.
Los padres de Madeleine han aceptado el test de ADN. No pierden nada, después de tantos años de sufrimiento. Saben no obstante en su fuero interno que la prueba dará negativo. Por desgracia, su hija cayó en manos de Chistian Brueckner, un pedófilo alemán con un largo historial criminal que se encuentra actualmente encarcelado. Brueckner actuaba en la zona de la urbanización lusa del Ocean Club donde pasaba sus vacaciones la familia McCann. Solo él conoce el lugar dónde se deshizo del cadáver de la pequeña Madeleine. Igual que Carcaño sabe donde está el cuerpo de Marta del Castillo. Ninguno de los dos demonios dirá nada.
No es humano jugar de este modo con el dolor de unos padres descorazonados. No todo puede valer por un miserable clic.