Los que habitualmente somos usuarios de las carreteras españolas, estamos acostumbrados a compartir vía con agentes de la Guardia Civil, concretamente, los de la unidad de Tráfico. Hoy toca hablar de ellos.
El tópico
Aún conduciendo cumpliendo las normas de circulación como toca, es echar un vistazo por el retrovisor, y ver que se acerca una patrulla de tráfico, con los acústicos y luminosos activados, y te entra un sudor frío por el cuerpo, seguido de un “joooooderrr”.
Para el que circula como es debido, la presencia de los agentes, no solamente es sinónimo de tranquilidad, también lo es de respeto, ese que se han ganado con creces durante años. Caso contrario, pasa con aquellos que lo hacen yendo al límite y no cumpliendo las normas, ya que el “canguele” les invade, experimentando como sus…. se le suben a la altura del gaznate. Saber que “los de tráfico” están ahí, les trae más pesadillas que una notificación de la agencia tributaria.
La realidad
Ahora ya, bromas a un lado, cuántas veces con un sol de justicia, o jarreando agua a más no poder, desde la confortabilidad de nuestro vehículo, hemos visto como una pareja de guardia civil de tráfico paraban a auxiliar a un conductor. Sean las tres de la tarde, como si son las once de la noche, ahí les tienes, bien por un reventón de neumático, por una indisposición al volante, o porque te has pasado pisando el acelerador, repito, ellos siempre están ahí.
Haciendo gala de una formalidad exquisita, mantienen siempre una firmeza envidiable, sin moverse ni un ápice de su criterio objetivo, éstos agentes, son el ejemplo perfecto de lo que representa vestir el verde uniforme de la Benemérita.
Sello de profesionalidad
El respeto y la admiración, se lo han ganado con años de trabajo, de entrega, con disponibilidad completa y viviendo constantemente en el riesgo. Son testigos directos de los peores desenlaces en un accidente, lo que ven y viven no son historias bonitas con las que amenizar una conversación entre compañeros al finalizar el servicio. No son los mecánicos de tu mutua, pero cuando te falla el vehículo y les ves llegar, ya te sientes mucho más tranquilo, porque sabes que con ellos puedes contar.
La anécdota
Según un ilustrado, de esos de barra de bar a deshora, entre tinto y pincho de tortilla, en una conversación muy típica del cuñadismo más pedante, afirmaba saber todo sobre la guardia civil y sus unidades más famosas, espetando a su interlocutor, que la unidad de tráfico de la guardia civil eran los niños mimados del cuerpo.
Uno, que tiene ya bastante carretera y algún que otro amigo que viste de verde, andaba atento a ese histriónico tipo y a su escasamente versada explicación. Su flojo argumento no era merecedor ni de un segundo de réplica, y es que estamos en lo de siempre, en hablar desde el desconocimiento de la cuestión.
¿Mimados?
Atrevido ignorante, te diré que no está suficientemente compensado
Ni el sueldo de un ministro, vamos, ni el de dos, son suficientes para pagar a quien sin medios adecuados, con jornadas interminables y con la peor desidia de las instituciones y del ciudadano, se ha llegado a tragar platos tan desagradables como asistir a heridos con amputaciones traumáticas, a dar las últimas palabras de despedida a quien aún le quedaba un hilo de vida, o incluso a dar ánimo a unos padres malheridos que todavía no eran conscientes de la muerte de sus niños.
Eso es un muy pequeño ejemplo de mi argumento, y no es tremendista, es real, es el día a día de quienes, cuando unos salimos felices y contentos de vacaciones, otros se visten el uniforme para garantizar que nuestro viaje sea más seguro.
Sin olvidar
Por cierto, aunque ellos son muy buenos en lo suyo, nosotros no debemos desatender lo nuestro. Su labor es complementaria a la de los conductores, sin responsabilidad al volante, por mucho que estos ángeles se dejen la piel, no siempre pueden hacer milagros.
¡Nos vemos en la carretera!