Columna de Ricardo Magaz en h50 Digital Policial. “CRÓNICAS DEL NUEVE PARABELLUM”.
Para Epicuro de Samos la felicidad consistía básicamente en buscar el placer. Sin embargo, no a cualquier precio. El filósofo griego imprimió su propia doctrina acerca del “hedonismo racional” para evitar tergiversaciones. Estableció una cuidadosa categorización de los placeres que en síntesis viene a recomendar moderación, control y racionalidad en su búsqueda. Rechazar goces a los que les sigan sufrimientos. Verbigracia, el consumo de drogas u otras adicciones de nuestros días.
A mi juicio, la idea del mal y por consiguiente su relación directa con el concepto de seguridad personal y colectiva están muy presentes en la ética epicurista. La llamada “paradoja de Epicuro” viene a demostrarlo figuradamente.
Riesgos sensatos
Partiendo del hecho de que la seguridad es una necesidad básica en la vida, podemos definirla en términos generales como un estado de bienestar que percibe y busca incansablemente el ser humano. Según la famosa pirámide de Maslow, la seguridad ocupa el segundo puesto dentro de las siete necesidades primordiales del hombre.
Y así llegamos inevitablemente al origen de la cuestión: el mal mediante la transgresión. Una transgresión moral o de normas jurídicas, ya sea en busca de un placer irracional o que atente contra otro bien amenazando la seguridad.
En definitiva, si volvemos al discernimiento epicurista, lo opuesto a la seguridad es la inseguridad, y la única manera de superar la inseguridad es tomando riesgos… sensatos. Así es la vida, en verdad.
Por cierto, Marlaska, el placer, como el poder, a cualquier precio, es infame. No leas a Epicuro; tendrías que recapacitar.