Antes de comenzar a leer la columna de Xavier Eguiguren no se pierda el inicio y pinche en el enlace Cinco destinos, sonidos y colores de un guardia civil: Primer destino, puedo ver los sonidos (Sinestesia)
Y así continúa la terapia con María José, la psicóloga:
«Los juegos de la sangre
Llanto que se apaga con la saliva de nuestras gargantas. Decían que los guardias civiles no podían llorar; se equivocaban, eran gemidos desgarradores, sonidos guturales escapaban de entre las paredes de la capilla ardiente. Fluían lágrimas, ríos oscuros de sangre se desprendían para lanzarse al vacío sobre los féretros barnizados en dos colores, unos marrones y otros blancos, todos aparcados en batería frente a la antesala de un cielo triste.
Esos pequeños solo jugaban en el patio de un cuartel, un 29 de mayo de 1991. Los interfonos de las garitas, uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis, de la cárcel de Trinitat Vella de Barcelona, imploraban un descanso en paz con la intención de atenuar el dolor de pensar en esas pequeñas almas retorcidas por la deflagración.
¿Qué ha ocurrido?, son vidas que el asesinato ha desmenuzado en un atentado contra la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Vich (Barcelona). Un comando de ETA había enviado un coche cargado de muerte al interior del recinto, un macabro regalo que desgarraba la inocencia sin el beneplácito del destino, este último ignoraba eso mismo, su propio destino, incapaz de premeditar un final tan roto.
¿Quién habla?, el triste guardia civil que durante dos horas habitó en una pequeña torre, la número seis. Respirar entrecortado en una minúscula cárcel infinitamente circular. El continente cerrado con candado retiene el contenido de carne con cubierta uniformada. El todo acaba mordisqueado y engullido por ese penal de nombre Trinitat Vella. Todas las estructuras animadas que sienten y respiran en Barcelona, cuenta los segundos cerca de un infierno, de nombre Vich».
In memoriam a las víctimas del atentado a la casa cuartel de Vich en Barcelona
«Decúbito prono, me tapo los oídos, uno, dos, tres, cuatro y cinco disparos.
Sin vehículos blindados, tampoco hay chalecos antibalas, no puedo decirle a mi madre que regalan nuestras vidas.
Las pesadillas no quieren marcharse. Los pulcros uniformes en formación visten sentimientos que desfilan de tres en tres. En este preciso momento pasan las nubes y se nublan los pensamientos. ¡Dios mío!, puedo oír los colores en blanco y negro del invierno, huele a pólvora; en los sueños, la pólvora tiene un olor, creo que a carne quemada.
¿Quiénes son?, son madres y padres que lloran y sujetan una bandera. Una cuadrícula de tela muy pequeña, es tan desproporcionada la doblez del lienzo. Pienso en un pañuelo olvidado en el fondo de unas manos temblorosas.
Las tonalidades muertas atraen como gritos desesperados las lágrimas que caen muy despacio, con absoluta lentitud. El mar de llanto se hace impotencia, incapaz de retener el agua en el descampado de un corazón agujereado a balazos, cinco. Uno, dos, tres, cuatro y cinco disparos.
Que se duerma el dolor, poder sedar la desesperación, no sentir las punzadas de los cartuchos que giran en espiral y arrancan la carne, el verbo y el nombre propio. Se ahogan los gritos en la soledad. El cielo está más de mil veces encapotado por la congoja.
¿Estás dormido?, no, ¡te han asesinado!, tus ojos son mares sin agua. Una muerte tan infinita, el daño incontable que quiebra los dientes. Rechinan los cristales mordidos, luego escupidos al aire para volver y rayar las córneas de esos ojos.
¿Te han hecho daño?, te han matado y no has podido ver la cara de los verdugos. ¿Quién ha apagado tu vida?, nosotros nos empeñaremos en encender para siempre tu alma.
Ayer, hoy, y pasado mañana, la semilla del sinsentido de la barbarie. Olvidarte es revivir cada segundo el último de los tormentos sobre tu envoltorio de carne y piel. Negar tu recuerdo es escuchar eternamente el grito apagado con aquella primera bala. Cerrar los ojos al sufrimiento es permanecer en la oscura noche.
Tienen nombre y cara los cobardes, por la espalda lo hicieron, acribillaron el alma. Ochocientos veintinueve pajaritos me han dicho que la muerte no es el final».
In memoriam a Francisco Javier Delgado González – navarro, Policía Nacional asesinado por ETA en Barcelona, el 13 de diciembre de 1991.
—Qué duro lo que me has contado, no me extraña que estés como estás —culmina la psicóloga así la sesión de hoy.