Hoy toca comentar las consecuencias del rastro que dejan las tarjetas de crédito y otros medios de pago digitales, cuyo uso mayoritario supondrá que en 10-15 años, incluso antes, desaparezca el dinero físico (billetes y monedas), como otra represión del vigilante Gran Hermano. Supondrá la marca del esclavo actual. Ya lo anticipaba el Apocalipsis, capítulo 13, versículos 16 y 17, que dice: “Y hacía que a todos, a pequeños y a grandes, a ricos y a pobres, a libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviera la marca, o el nombre de la bestia, o el número de su nombre”.
Suecia, que fue el primer país europeo en introducir los primeros billetes en 1661, paradójicamente, se ha marcado el objetivo de que en 2030 todos los pagos sean digitales. También Noruega, Dinamarca y Holanda le siguen la estela de poder convertirse en los primeros países sin efectivo. China, donde se creó el primer billete en el siglo VII, incluso podría estar preparada para suprimirlos antes de 2025. En la Eurozona se encuentra en fase de pruebas el Euro Digital con el que sería posible la recaudación y el pago de impuestos en el momento en que se realiza cualquier pago.
Aquí en España el 24 de abril de 2020, el Gobierno ya registró en el Congreso una Proposición no de ley para proceder a la “eliminación gradual del pago en efectivo, con el horizonte de su desaparición definitiva”. Así, la Ley 11/2021, de 9 de julio, de Medidas de Prevención y Lucha contra el Fraude Fiscal contempla la disminución de pagos en efectivo de 2.500 a 1.000 euros. Ahora bien, debemos hacernos la siguiente pregunta
¿Por qué los Gobiernos, con la excusa de perseguir las transacciones en dinero negro, limitan la validez de nuestro dinero físico, cuando las criptomonedas funcionan con el anonimato del dinero efectivo?
Con la excusa de la correlación entre dinero efectivo y economía sumergida, así como la disminución de los gastos estatales en su fabricación, incluso el respeto al medio ambiente, muchos Estados defienden desde hace tiempo la eliminación del dinero efectivo. Pero, lo que realmente se esconde detrás de esta medida es la vigilancia y control de los ciudadanos, su esclavización por parte del sistema, empezando por las pérdidas de confidencialidad y de intimidad. Al ser registradas y rastreadas todas las transacciones económicas de los individuos, no sólo se monitorizan sus actuaciones en el ámbito de la economía sino de todas las facetas de su vida privada, como bien ha dicho Joaquín Galván.
Unas de las formas de controlar nuestras vidas es a través de las operaciones de nuestras tarjetas de crédito y demás medios de pago digitales. Así, nuestros hábitos de consumo y los lugares donde compramos, practicamos actividades de ocio, por no hablar de los vicios quedarán al descubierto. Sin ánimo de exhaustividad: lugares donde compramos, desayunamos, comemos, merendamos, cenamos, tomamos copas, viajamos, tenemos vicios, y un largo etcétera. Todo esto hace una fotografía de la vida del ciudadano susceptible de ser auditada por parte de los gobiernos y empresas que accedan a esta información. Supone coartar las libertades individuales y controlar al máximo todos los aspectos de nuestra existencia. Somos niños en sus grandes manos que mecen nuestra cuna.
En este sentido, por ejemplo, una entidad financiera podría bloquear operaciones o rebajar el límite de crédito si considera que el cliente es demasiado pródigo en gastos, o el Estado puede congelar las cuentas de los ciudadanos si lo considera oportuno, quedando así los ya esclavos en la más pura indigencia.
Tampoco podemos olvidar que los ancianos y los colectivos más desfavorecidos en muchos casos no tienen tarjetas de crédito, ni medios digitales, ni móviles de última generación. La desaparición del dinero efectivo supondría incluso su exclusión económica y social, como poco aumentaría la desigualdad y la distribución injusta de la riqueza.
Autor: Manuel Novás Caamaño | Abogado