Hoy es 12 de octubre, día de la Hispanidad, de la Virgen del Pilar, de la Guardia Civil… día de España y de los valores que representan los colores de su bandera. Día de unión, de una lengua y de la consagración de unos principios democráticos dentro de una Constitución.
La democracia, con sus defectos, tiene la virtud de acoger a todas las corrientes de opinión y fines. La Hispanofobia o antiespañolismo es una repulsa a esos colores que también debe ser acogida dentro del pluralismo. Quizás esa sea la grandeza del sistema que destapa la incongruencia del odio al mismo.
La aversión a lo hispano no es un fenómeno unitario, al contrario, se desarrolla en muchos ámbitos como el mediático, político o social. En todos ellos es un negocio rentable. Una idea de odio llevada al extremo que produce beneficios a quien la dirige y orienta en los diferentes sectores sociales.
En la mayor parte de las ocasiones redunda en una rentabilidad de quien emite la aversión. Desde la Tribuna de oradores del Parlamento escuchamos a políticos, pagados con impuestos de todos, hablar de independencia por falta de democracia este país. Sus pronunciamientos evidentemente no sean perseguidos, su riesgo es similar a la valentía de emitirlos en ese foro.
En otras ocasiones el odio trasciende a lo social. Como la de algún cineasta que odia España, sin más motivo o explicación, y su siguiente película se verá en cines españoles o países de habla hispana.
Mediáticamente llama la atención la pretendida asimilación de dos colores en una bandera al fascismo. La ridiculez no es sólo histórica sino cultural. La dictadura en este país desapareció hace más de 40 años y debemos seguir avanzando sin mirar atrás.
En definitiva, la hispanofobia es una idea rentable para quien la practica con descaro. No hay problema de persecución en la democracia hispana, no está recogido penalmente como delito de odio y siempre tendrás adeptos que te sigan.
Yo siempre esbozo una sonrisa, me encanta el “folklore” español.