Columna de Ricardo Magaz. “CRÓNICAS DEL NUEVE PARABELLUM”.
Hay quien asegura que el género negro está cerca de la novela social. Me abono a esa tesis. Recrear la figura del antihéroe, verbigracia, y hacerla verosímil es prueba de ello. Arrimaré el ascua para reivindicar el cauce imaginario negro-policíaco y de suspense. En él se puede concebir una literatura moderna y excitante que se interne en espacios prohibidos y refleje, mejor que cualquier otra, el agitado mundo por el que transitamos.
Narrativa criminal
Definir lo que es en esencia la narrativa criminal constituye todavía hoy un interesante tema de discusión. Desde Edgar Allan Poe y Gastón Leroux han subsistido elementos que parecen predeterminar de alguna forma el género. Los críticos más rigoristas suponen que cualquier volumen policíaco, para serlo, debe basarse en el denominado problema del “recinto cerrado” y en la creación de un superdetective sagaz que logre descubrir con éxito el enigma en cuestión. Son muchos los escritores que creyeron que el modelo estaba condenado a sucumbir. Se equivocaron. El modo negro ha avanzado con el tiempo y hoy es algo más que esa vieja concepción inmovilista del duro sabueso o indagador con escasa dimensión.
Género maldito
En tiempos, los juicios más comunes sobre la fabulación policíaca y el thriller respondían, la mayoría de las veces, a vagas generalizaciones que muy poco a nada tenían que ver con los prosistas que las producían. La opinión más vulgar y distendida hace tres o cuatro décadas era la que se refería al género maldito por excelencia como un elemento de evasión sin más. En una encuesta realizada en los años 70 sobre la lectura de estos libros entre escritores que no cultivaban la materia, la primera respuesta de los entrevistados fue: la lectura de una novela policíaca constituye una manera agradable de pasar el tiempo; es decir, de abstraerse de la vida activa y productiva y, en la medida de lo posible, olvidar sus preocupaciones y no pensar más en la historia relatada.
Semana Negra
La realidad de nuestros días demuestra lo contrario. Las colecciones B están cada vez más solicitadas por los lectores y son legión los autores que tienen obras de corte policíaco en los escaparates de las librerías. La dimensión internacional de la Semana Negra de Gijón, que acaba de celebrar su XXXV edición con más de un millón de visitantes presenciales, es un hecho “hampón” irrebatible.
Por otro lado, y respecto al importante capítulo de la crítica, es necesario afirmar que en muchas ocasiones la tarea de hacer análisis y estimaciones de los volúmenes detectivescos se confió a examinadores “aprioristas” a quienes no les gustaban las narraciones de esta naturaleza. No es, por tanto, un acto razonable. No se envía un poemario a un alma al que le aburren los versos. Una novela de costumbres modernas no se somete al criterio de un moralista severo que considera insolentes este tipo de textos. Si se presentan a juicio crítico los libros policíacos, de intriga…, justo es que sean analizados por personas al menos imparciales.
Ya ha pasado a la historia el reducto inmovilista que practicaba en tiempos rancios la “segregación literaria”. No han tenido más remedio que reconocer la demanda imparable del género y la calidad que ofrece. Así, estoy convencido de que hay más vida en un relato negro que en mil páginas de Marcel Proust.