El 16 de octubre de 2020 era asesinado en Francia Samuel Paty, un joven profesor de Geografía e Historia, por un islamista checheno a las puertas de su centro de enseñanza. Su “motivo”, rememorar en clase el monstruoso asesinato de los dibujantes de “Charlie Hebdo”, exhibiendo unas caricaturas de Mahoma, y así luchar por la laicidad. Fue decapitado por haber impartido clases sobre la tolerancia y la libertad de expresión.
Ahora, el pasado 12 de agosto era acuchillado el escritor Salman Rushdie en Chautauqua (Nueva York), tras ser sentenciado a muerte por el régimen iraní durante más de 33 años, con recompensa económica incluida, después de publicar sus “versos satánicos”.
Ha supuesto un más que evidente fallo de seguridad, puesto que los escritores que en el pleno uso de su libertad de expresión se sublevan contra esos regímenes criminales, que violentan los más elementales derechos humanos, son ajusticiados sin derecho a defenderse.
Occidente huyó de Afganistán con el culo al aire, como ahora ya lo hace en Ucrania. No voy a recordar más la famosa frase de Winston Churchill y el resultado de elegir entre guerra o deshonor, que hoy bien podría suponer elegir entre guerra o pérdida del mundo libre occidental. Lo acontecido hace unos días en Nueva York es un crimen a la libertad de expresión en toda regla cometido en un país al que amo por su ejemplo de respeto a su estatua. Ahora bien, últimamente algo está sucediendo con su símbolo de la libertad que a todas luces se tambalea.
Salman Rushdie ha sido ya asesinado, aunque sobreviva a las quince cuchilladas, por un mandado de las fuerzas aéreas de élite iraníes. Es un crimen contra el escritor, contra los pueblos libres, contra el pensamiento expresado. Y, el pensamiento es como el agua, que ahora tanto necesitamos, la propia vida.
Como bien ha dicho la Gobernadora de Nueva York, Kathy Hochul, “Nunca un hombre con un cuchillo silenciará a otro con una pluma”. No podemos tener miedo a la cuchilla del islamismo radical, que trata de asesinar la libertad de las naciones libres. Aunque, ya sabemos que existen tres clases de ignorancia: no saber lo que debería saberse, saber lo que se sabe y saber lo que no debería saberse.
Estos salvajes degolladores de la libertad y su cultura se dejan arrastrar por toda clase de perversiones. Buscan el triunfo del terror islamista. Pero nosotros nunca deberemos rendirnos, ya que sería nuestra perdición.