Columna de Ricardo Magaz. “CRÓNICAS DEL NUEVE PARABELLUM”.
Cuando entras en el impresionante edificio de la ONU, en la Primera Avenida de Nueva York, te conmueven varias cosas. La primera, el mural de los Derechos Humanos de 20 metros que el leonés de adopción Vela Zanetti pintó en el vestíbulo principal en 1952. En segundo lugar, el estado decrépito del interior del rascacielos. Si preguntas disimuladamente por qué parpadean las lámparas o la moqueta luce llena de manchas, te responden delinquency (morosidad).
Falta de autoridad
La ONU se financia con las contribuciones voluntarias de los Estados miembros (193, actualmente), de los que pagan la cuota a duras penas una treintena. Este contexto explica la situación de Naciones Unidas en el mundo: falta de recursos y, lo más preocupante, falta de autoridad suficiente.
António Guterres, Secretario General de la ONU, regresó con las manos vacías de su viaje bienintencionado a Moscú y a Kiev. El zar loco del Kremlin le despachó sin miramientos, humillándole en el otro extremo de la mesa, mientras el presidente Zelenskyy pide ayuda desesperada para frenar la sangría que la invasión del ejército ruso está perpetrando en Ucrania.
Cascos azules
¿Qué puede hacer la ONU en este escenario bélico endiablado? Pese al estado ruinoso de la sede y de sus arcas menguantes, Naciones Unidas tiene dos instrumentos propios que debe activar cuanto antes: los cascos azules y el Tribunal Internacional de Justicia.
Las Fuerzas de la ONU son, desde su creación en 1948, los encargados de mantener la paz y la seguridad internacional. Más de 71 operaciones en todo el mundo les contemplan hasta ahora, con la intervención de observadores, soldados, expertos, policías y personal civil: Canal de Suez, Congo, Ruanda, Somalia, Sierra Leona, Liberia, Burundi, Sudán, Nepal, Timor Oriental, Bosnia y Herzegovina…
Investigación y tribunales
En el plano jurídico, la Corte Internacional de Justicia, como principal órgano judicial de Naciones Unidas, tiene que actuar sin demora ante la invasión y los crímenes de guerra de las tropas rusas, conforme al derecho internacional.
El presidente Sánchez, de visita-postureo por las calles de Kiev, dijo que iba a mandar policías y guardias civiles a investigar los crímenes de lesa humanidad. Toda ayuda es poca para el pueblo Ucraniano. No parece probable, sin embargo, que veinte funcionarios del Ministerio del Interior español vayan a parar la invasión rusa ni las matanzas de civiles.
Detener la tragedia
En rigor, los agentes de policía científica, españoles y de otras latitudes, han de ir a Ucrania comisionados bajo el paraguas de la ONU. Unas Naciones Unidas que necesitan recuperar urgentemente el principio de autoridad si no quieren quedar más dañadas de lo que ya están. Como su edificio de Manhattan.
La comunidad internacional debe detener la tragedia humanitaria en Ucrania. Casi seis millones de personas han salido del país para refugiarse y salvar de ese modo la vida. Miles de muertos, civiles y militares, acrecientan día a día el calvario de una nación invadida por el Führer ruso que, no lo olvidemos, no cesará en sus ansias napoleónicas. La ingenuidad y el buenismo sólo darán más alas al genocida.
Capítulo aparte son, en España, los radicales que se sientan en el Consejos de Ministros mirando al techo con cara de despistados para no condenar a Putin. Es evidente que, si te declaras neutral en una injusticia como esta, has elegido el lado del sátrapa moscovita. Acaso, siempre has estado de paje doméstico en sus filas.