Columna de Ricardo Magaz en h50 Digital Policial. “CRÓNICAS DEL NUEVE PARABELLUM”.
Cuando en España morían miles de personas a diario en la primera ola de la pandemia de coronavirus en 2020, y otros muchos estábamos en riesgo de ese trance enchufados a la máquina del oxígeno en el hospital (mi compañero de habitación falleció), unos miserables se hacían millonarios trapicheando a costa del sufrimiento ajeno.
Indecencia
Luis Medina Abascal, de “profesión” marqués de Villalba, y el comisionista Alberto Javier Luceño Cerón se embolsaron en pleno confinamiento una mordida de seis millones de euros inflando indecentemente los precios de mascarillas, guantes y test, en muchos casos defectuosos, para repartir mayormente entre policías y bomberos del ayuntamiento de Madrid, expuestos en aquellas semanas iniciales al virus en primera línea.
La Fiscalía Anticorrupción abrió diligencias de investigación contra los “empresarios” piratas por presuntos delitos de estafa, blanqueo de capitales y falsedad documental. La querella, aceptada por el Juzgado de Instrucción número 47 de la plaza de Castilla, respaldó el embargó de sus bienes en previsión de fugas repentinas de patrimonio. Además de engañar al consistorio madrileño con el pelotazo del material sanitario, los aristócratas del tocomocho intentaron blanquear el dinero a base de comprar un yate matriculado en Gibraltar, coches de lujo tipo Porsche o Lamborghini, un chalet en Pozuelo y colecciones de relojes Rolex.
Bajada familiar a los infiernos
La bajada a los infiernos familiares del investigado Luis Medina Abascal, asiduo de la jet set y del papel couche, no es nueva. ¿De tal palo, tal astilla? No necesariamente, hay que ser justos, aunque aquí, pendientes de lo que digan los tribunales, el tema tiene análisis de fondo.
En 1993 el padre de Luis Medina, Rafael Medina Fernández de Córdoba, duque de Feria y Grande de España, fue condenado a 18 años de prisión, rebajados finalmente a 9, por tráfico de drogas y corrupción de menores. Una de las penas le cayó por el rapto de una niña de cinco años que “compró” a una prostituta por 25.000 pesetas de la época. En agosto de 2001, acusado de otros delitos, se suicidó con una sobredosis en su palacio ducal de Pilatos, del siglo XVI, en el centro de la capital sevillana.
Es de sobra conocido que Pilatos, amén de gobernador romano de Judea en el siglo I, perdura en los anales como símbolo tradicional de vileza. Pocas veces una metáfora resulta más descriptiva. Pilatos en Madrid.
(*) Ricardo Magaz es profesor de Fenomenología Criminal en la UNED, ensayista y miembro de la Policía Nacional (sgda/ac)
Me uno a tu rabia, te explicas a la perfección. También a mí me zurro de lo lindo la pandemia en sus inicios. Gentuza como está hace que España parezca lo que no es.