Ya solo nos queda rezar por Ucrania, que traducido es rezar por occidente, rezar por la libertad, rezar por la democracia, rezo para creyentes y lo contrario. Es la situación en la que nos encontramos después de tres semanas de invasión de un país independiente por un sátrapa que ya ha provocado en tan sólo ese tiempo el mayor éxodo de refugiados de la historia con más de tres millones de personas que han huido atemorizados por la barbarie, como piltrafas humanas, mientras los autollamados defensores de la democracia siguen cruzados de brazos consintiendo esta ignominia que constituye una vergüenza para el mundo civilizado, vergüenza para occidente, vergüenza por consentir esta tropelía, vergüenza de que los seres humanos sean dilapidados, vergüenza al contemplar a mujeres, niños y ancianos que son exterminados como en la época hitleriana o estalinista, vergüenza por tolerar en pleno siglo XXI un nuevo genocidio, vergüenza de que Putin se cague literalmente en nuestra propia cara, en la libertad, seguridad, democracia, derechos humanos, en definitiva, en nuestros derechos y libertades. Hemos pasado de la luz a la oscuridad.
Se me humedecen los ojos al contemplar tanto sufrimiento de un pueblo que lucha por ser libre y un tirano no se lo permite, con el consentimiento de un anciano y de unos líderes de cartón piedra acogotados porque el sátrapa les pueda liquidar su bienestar. Es la realidad occidental atrapada por su propia comodidad, cuando lo cierto es que la libertad hay que defenderla cada segundo, cada minuto, cada hora y cada día con todos los medios a nuestro alcance. Así pasó en la primera y segunda guerra mundial. Pero, los “líderes de occidente” con Biden y los europeos a la cabeza siguen confiando en sus medidas de estrangulamiento económico sobre Rusia y sus oligarcas, cuando las consecuencias de las mismas pueden suponer incluso nuestra propia ruina. A Putin, que lleva 22 años con su poder omnímodo y de hecho vitalicio, le importa un bledo una suspensión de pagos de su ansiado imperio. Lo que pretende es anexionar Ucrania sin importarle el coste de vidas humanas, el dolor de las madres e hijos y la tragedia de perderlo todo, sus aspiraciones expansionistas no tendrán límites si Occidente no le pone la proa militar con cierre del espacio aéreo. Su atrocidad sería infinita y la democracia se iría por el retrete. Supondría la rendición de occidente. Como ha dicho el historiador escocés Niall Ferguson, sobre la responsabilidad occidental, “La guerra no termina porque los responsables de Washington son unos completos incompetentes”.
Así las cosas, Zelenski le ofrece al tirano Putin que Ucrania se compromete a no integrarse en la OTAN, es decir, a renunciar a ser un país libre e independiente, y ahora se vislumbra según los “estrategas” que fruto de las negociaciones podría haber un alto el fuego. Ojalá que ahora me equivoque, no como en recientes ocasiones que atiné. Si existiera un Alto el Fuego sería aprovechado por los rusos para organizarse, rearmarse y reabastecerse con el único objetivo de lanzar su ataque final para apoderarse de toda Ucrania. Mientras, China amaga con suministrar armas a su aliado ruso, aunque debería pensárselo seriamente. Su política económica podría sufrir un claro revés y unas consecuencias estrepitosas para su desarrollo, puesto que, como ya se sabe, los supuestamente más aventajados de una guerra podrían perderla, pasando de vencedores virtuales a perdedores reales, que se lo pregunten a Alemania, Italia o Japón, por poner tan sólo unos ejemplos.
Autor: Manuel Novás Caamaño | Abogado