Columna de Ricardo Magaz en h50 Digital Policial. “CRÓNICAS DEL NUEVE PARABELLUM”.
Cuando escribo esta columna de 300 palabras aún no se ha resuelto la angustiosa incertidumbre de la muerte violenta de la joven de 35 años Esther López en la localidad vallisoletana de Traspinedo.
Etiología violenta
¿Muerte violenta? Sin duda. Esa es de momento la única certeza que arroja la autopsia, o al menos la que ha trascendido a la opinión pública en un caso declarado secreto por el juzgado. Esther murió a causa de un shock hipovolémico que le produjo una hemorragia interna.
En lenguaje forense el concepto “muerte violenta” hay que entenderlo según los protocolos: homicidio, suicidio o accidente. Estos son los supuestos que se recogen normativamente en ese campo.
Descartando en este caso el suicidio, solo quedan dos opciones: homicidio o accidente.
¿Homicidio?
Si se tratara de un homicidio habría que analizar el hecho de si es doloso o no, es decir, si la mujer fue asesinada (pateada, por ejemplo) o murió como consecuencia, verbi gratia, de un brusco masaje tipo cardiaco mal aplicado sobre el abdomen que le originó lesiones internas y el posterior fallecimiento. Hay que tener en cuenta que no presentaba heridas defensivas.
¿Accidente?
Si se tratara de un accidente, habría que contemplar, a priori, tres hipótesis: que Esther cayera desplomada a la cuneta cuando caminaba sola por la carretera, que se arrojó desde un coche en marcha o, quizás, que fuera atropellada fortuita o intencionadamente (en esta última coyuntura no sería un accidente) por un vehículo que se dio a la fuga en mitad de la noche.
Los investigadores trabajan contrarreloj con estas y otras sospechas encima de la mesa. Nada está descartado. Nada. Las casualidades suelen ser un desenlace, pero no una explicación. La sociedad espera ansiosa.
(*) Ricardo Magaz es profesor de Fenomenología Criminal en la UNED, ensayista y miembro de la Policía Nacional (sgda/ac)