El modelo de resolución de un presunto delito es una de las pruebas más duras para un ciudadano de a pie. Nunca es plato de gusto ser objetivo de los delincuentes; a más si lo son tus hijos, recién salidos del cascarón, cuyos primeros pasos en la vida se ven sacudidos por la barbarie.
Las ideícas son lo peor. En la juventud, nos guiamos muchas veces por el «qué dirán», «si no voy me mirarán mal», «es un poco fuerte, pero no se notará que vamos tan lejos». Bajo esos dimes y diretes, nos embarcamos con nuestros amigos en viajes silenciados a nuestros padres. Normal, se alertarían de la distancia y es complicado explicarles que, la mejor música actual, se escucha a cuatrocientos kilómetros del domicilio. «No pasará nada, vamos todos los amigos».
Entre unos y otros nos animamos, superamos el temor y confabulamos «me quedo en su casa» y «me quedo en su casa», respectivamente, para que nuestros padres tengan garantizada la creencia de nuestra posición geográfica cercana en la capital de la provincia. Y con ello, llega el día. Ropa chula, maquedados, prestos y dispuestos. El planazo. Nos pillamos un tren, que va rapidito y nos lleva a doscientos por hora; un taxi entre los cuatro hacia el templo de la fiestuqui, que sale bien barato. Llevamos ahorrando tanto tiempo sin salir por ahí, «un día es un día».
Local conocido de oídas, la mayoría buenas; ambiente, música, gente guapa, simpática, accesible y con ganas de todo, como todos. Entramos. Espectacular. Además de la música, que es muy similar al local de nuestra ciudad, luces; bueno, muchas más luces porque hay más espacio; tan grande que, en lugar del centro de la ciudad, está en un polígono industrial. Eso es poco cool, pero compensa por la libertad de sonido, de marcha, de movida, de todo, todo. Vemos también a gente algo más rara de lo habitual. Vestimenta, corte de pelo, zapatos, gafas y collares, de cadenas doradas, anillos y pendientes, todo muy dorado y brilli-brilli. «¡Qué avanzados son aquí!».
Se va haciendo de día. Hora de pirarse. ¡Un momento! «¡Mi móvil!», dice uno de nosotros. El teléfono ha desaparecido. Nuevo, apenas días, un regalazo de mamá y papá. Pedazo disgusto. Nos vamos, el tren no espera. «Cuando lleguemos a nuestra ciudad ponemos la denuncia». Y empieza el calvario.
Nunca has ido a comisaría de Policía Nacional, salvo para hacerte el DNI, ni al cuartel de la Guardia Civil, que está en el pueblo de al lado. Nunca recuerdas haber hablado con sus agentes. «Yo soy de los buenos, no me meto en líos, paso de follones». La denuncia es complicada y comienza a llegar la vergüenza. Sí, tienes 19 palotes, eres mayor para pillar un tren e ir a bailar chunda-chunda a otra ciudad. Pero eres joven, muy joven y confiado cuando piensas que los móviles sólo los roban en las tiendas rompiendo los cristales. ¿Quién te iba a levantar tu móvil? «Lo llevaba en el bolsillo, creo; no estoy seguro, quizá en el de atrás», comienzan a surgir las dudas, el sudor, los recuerdos de aquellos apretones en la pista de baile, que parecían divertidos. Ayudado por los agentes y su experiencia, porque ni eres el primero ni el último de esos sustos, acabas la denuncia.
El móvil es chulo, bonito, funcional. Además trae la posibilidad de geolocalizar su posición. «¡Qué chupi!». Delante de los funcionarios compruebas dónde está tu móvil: calle, número, barrio, provincia y comunidad autónoma. «¡Cojonudo, igual no se enteran!», en referencia a los padres. Los funcionarios llaman a la otra ciudad. Una patrulla se persona en la dirección y no ven nada en el portal del edificio. Allí, no está:
Podemos entrar en los lugares «públicos», pero no en los domicilios privados de los vecinos sin orden judicial y más si no sabemos el piso exacto.
Te caes, derrumbas, a tomar por el culo, la ley da derechos a los delincuentes y obligaciones al resto de ciudadanos. A ti también, eres mayor de edad, como si fueras gilipollas, pero sin el como. Así te sientes, ni te imaginas ese trámite. Ahora toca explicar la mierda de fin de semana que has pasado. Por sorpresa, tus padres se muestran comprensivos, confiados en el buen hacer de la Policía, ¡cómo no!, y en su constante defensa de la buena gente, como nosotros.
Lunes. Has bloqueado la tarjeta y hecho un duplicado. Enviado un mensaje, por si encienden el dispositivo de más de mil euracos, «está denunciado», «si me lo devuelves, quito la denuncia, no te pasará nada; el teléfono no va a funcionar nunca». Silencio; peor, te ignora el chorizo, pasa de ti y de la mierda, al menos eso parece; no contesta. Llamas para ver cómo va la denuncia, el teléfono sigue dando la misma posición. Ellos también: no pueden entrar en ningún piso. Te informan que, las diligencias de investigación, se han enviado al puesto de la Guardia Civil de la zona donde se produjo la sustracción. El presunto hecho delictivo, en fino, legal.
El puesto está a veinte o cincuenta kilómetros de la posición del móvil. Ellos, aunque tienen de palabra el lugar donde está, mientras no reciban las diligencias, no pueden acudir allí. Necesitan un respaldo legal, número de diligencias, conocimiento oficial del hecho, recibir los papeles. Año 2021, informática a tope, correos electrónicos, escaneos, fotografías y huellas digitales. Han de enviar desde la comisaría a la jefatura de la provincia; visto bueno del jefe; de esta a la jefatura de la otra provincia; visto bueno del jefe. Buscar la dirección de correo de la jefatura de la provincia de la Guardia Civil y enviar; recepción, lectura y estudio del jefe; enviar a la jefatura del puesto; estudio del jefe y visto bueno; enviar al puesto de la demarcación donde se produjo el presunto hecho delictivo. Una vez allí, el jefe entrega a la unidad de investigación, quien está esperando llegue el dichoso papelito para poder desplazarse al lugar donde estaba ubicado el teléfono móvil.
¿Cuántos días ha tardado en tener conocimiento de manera oficial y comenzado la investigación «a quien corresponde» por ley? Sí, la familia y tú confiáis en la Policía Nacional, en la Guardia Civil —¡eres español y a mucha honra!—; la burocracia, el papeleo, trámites que iban a ser sencillos con las nuevas tecnologías te devuelven a la realidad. «¿Qué cojones hacías tan lejos de tu casa, locales con música de tu ciudad y, sobretodo, con ese pedazo móvil en el bolsillo sin tenerlo atado con una cadena y siete candados?». Esas preguntas te las haces tú, no hacen falta tus padres. Has crecido, eres mayor, un adulto, un estúpido adulto a quien han levantado el teléfono del bolsillo. Ni eres el primero ni serás el último. Podías ser tú, querido lector, o yo; tus hijos o los míos. Es una realidad en este hermoso país llamado España.
“Confiemos en la recuperación del aparato. No es una película, es la vida.”