Entrevista al escritor y periodista Fernando Sánchez Dragó

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En esta profesión muchas veces ocurre que, cuando sientes honda admiración por alguien, y se te ofrece la posibilidad de entrevistarlo, superar el bloqueo inicial y que la entrevista fluya con naturalidad, puede ser todo un reto. Algo parecido me sucedió a mí con el entrevistado de hoy. Pero —y ahí es donde se nota la calidad humana de una persona—, él supo darle la vuelta a la situación, haciendo desde el primer momento que la conversación discurriera de manera cercana y consiguiendo, con sus habilidades de orador, que la entrevista fuera todo un éxito.

Mi invitado de hoy es un escritor consagrado, ganador de varios premios. Ha trabajado como presentador de televisión y como profesor en universidades de numerosos países. Es colaborador de varios medios de prensa escrita y hasta posee su propio periódico semanal, “La Retaguardia”, donde colaboran figuras de primerísimo orden.

Es también un incansable viajero, que adora conocer nuevas culturas, y al que pocos lugares le faltan hoy en día por visitar. De gustos sencillos, vive en un pequeño pueblo de Soria, donde posee una de las más extensas y envidiadas bibliotecas privadas del mundo. Posee una personalidad arrolladora y es un auténtico seductor con las señoras.

Por último, y no por ello menos importante, ha tenido el honor de que una nueva especie de escarabajo africano haya sido bautizada como Somaticus Sánchez dragoi.

Señoras…, señores…, tengo el honor de presentarles a… Fernando Sánchez Dragó.

Siempre ha sido una persona comprometida con la coyuntura política del momento. Leyendo sus vivencias y su extensa trayectoria en este sentido, es algo que puede parecer casi como una cuestión para Ud. de responsabilidad histórica. ¿Es así? ¿Podemos influir los ciudadanos en el curso de la historia?

Hombre, los ciudadanos siempre han influido en el curso de la historia, a veces para bien, a veces para mal, pero bueno… sí, podemos influir. Lo que pasa es que en estos tiempos es cada vez más difícil influir, porque debido a la aparición de Internet que es un instrumento totalitario formidable que permite a los políticos controlarnos a todos y llegar hasta los últimos rincones de nuestras vidas, pues la influencia de los ciudadanos es infinitamente menor de lo que lo era antes. Pero bueno, aún así, algo cabe hacer… poquito, pero algo cabe hacer.

La mediocridad y el conformismo, ¿son signos de nuestro tiempo?

No, yo soy mucho más pesimista, yo creo que la mediocridad y el conformismo forman parte de la condición humana y yo creo que eso ha existido siempre. Los hombres, en contra de lo que se nos dice, somos seres todos desiguales, no hay dos personas iguales, entonces naturalmente en el conjunto de la humanidad ha habido gente para todo, desde genios en el arte, la música… hasta perfectos imbéciles, ¿no?

Lo que es cierto es que —vuelvo un poco a Internet, que es una de mis obsesiones— la aparición de las redes sociales, por ejemplo, permite que los mediocres y conformistas pinten más de lo que pintaban antes… antes estaban un poquito, en fin, un poquito silenciados, ¿no?, un poquito en los rincones oscuros de la sociedad. En cambio, ahora aparecen en las redes, se codean, se les ve por todas partes y, en definitiva, como los mediocres son más que los no mediocres, son los que terminan mandando en estas democracias invertebradas que padecemos.

¿Por qué le valdría la pena a Sánchez Dragó, hoy día, partirse la cara?

Por nada, por nada. Yo he sido siempre una persona sumamente pacífica, nunca he entendido la violencia. Hombre, cuando era niño… en fin, cuando éramos niños de verdad y los niños vivíamos en la calle y podíamos salir a la calle… y nos peleábamos con otros compañeros en el colegio y nos hacíamos sangre en las rodillas… pues, alguna peleílla tuve, muy poquitas, la verdad, en mis años infantiles.

Pero la verdad es que, con posterioridad, la violencia es algo que me es completamente ajena, porque es irracional. Quien recurre a la violencia, si tiene razón, siempre la pierde; y si no la tiene, con mayor razón la pierde, claro.

Entonces… no… Yo soy absolutamente incapaz de partirme la cara con nadie, por ningún motivo.

Lo que realmente le quería preguntar, es ¿por qué motivo le merece la pena a Ud. luchar a muerte?

Vamos a ver… Hace cosa de año y pico, al calor del confinamiento, que me obligó a estar metido en casa, dije bueno… voy a meterme en twitter —cosa rara en mí, porque había jurado y perjurado que jamás me metería en una red social; aunque resulta que en twitter tengo un gran éxito, más de 86.000 seguidores—. Y bueno, la verdad es que he encontrado un género literario que me divierte, es un poco el vuelo de la avispa, que te permite aguijonear por aquí y por allá y dar picotazos.

Entonces, hace 3 o 4 días, colgué en twitter un comentario que suscitó muchísimos otros comentarios por parte de quienes lo leyeron, en donde decía algo así como: voy a confesarles una cosa, a mis 85 años, todo lo que a Uds. les preocupa, a mí me la sopla.

Digamos que yo ahora soy como un torero retirado, que mira los toros desde la barrera. En estos momentos, por nada del mundo descendería al ruedo. Es verdad que, si Ud. lee mis columnas, las cosas que escribo por aquí y por allá… parece como si siguiera siendo una persona que se parte el pecho, como lo he hecho durante la mayor parte de mi vida… en fin, por salvar a la humanidad —digámoslo de una forma pretenciosa—. Pero poco a poco he llegado a la conclusión de que a la humanidad no hay quien la salve.

Hay una novela que a mí me gusta muchísimo, de Voltaire, que es una de mis novelas preferidas, El cándido. En esta obra Voltaire nos cuenta la historia de este personaje, Cándido, cuyo nombre ya nos lo dice todo, que es un discípulo de un filósofo, Pangloss      —que, en realidad, es una versión de el filósofo alemán Leibniz.

Leibniz, decía que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Pangloss y sobre todo su discípulo, Cándido, también creían en eso. Más o menos este es el mismo espíritu con el que ahora muchos jóvenes —más o menos rebeldes, etc…— dicen: otro mundo es posible, o sí se puede. Bueno pues Cándido marcha por el mundo, convencido de que otro mundo es posible y de que sí se puede mejorar la suerte de la humanidad. Y, poco a podo, a medida que la humanidad le va disuadiendo de lo contrario, llega a la conclusión de que no, que el ser humano no tiene salvación; de que la sociedad no tiene salvación y de que la única solución que a él se le ocurre es cultivar su huerto. Va a Estambul, compra allí un pequeño huerto y se pone a cultivarlo. Y un poco después, sus amigos, la gente.. inquietos, se preguntan: ha desaparecido Cándido, este hombre que tanto alborotaba, que tanto se preocupaba por los demás, que era tan altruista… ¿qué será de él? Y por fin lo encuentran, van a verle y le preguntan ¿pero ahora qué haces, Cándido? Y Cándido —y ahí termina la novela, prácticamente— responde: cultivo mi huerto.

Mi actitud es exactamente esa. Yo creo en las virtudes del egoísmo frente a las del altruismo; sálvenos, Dios de quienes quieren salvar el mundo. Si todos fuéramos lo suficientemente sensatos y ecuánimes como para cultivar nuestro propio huerto, y nada más que nuestro propio huerto, sin meternos en el del vecino, el mundo sería un vergel. Esa es mi actitud, la de Cándido y allá se las apañen los demás con sus huertos.

Como decía Rousseau… ¿el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe?

Acabo de mencionar a Voltaire y digamos que el adversario ideológico de Voltaire —fueron coetáneos— era precisamente Rousseau. Yo, de la misma manera que soy muy volteriano, soy muy anti roussoniano. Voltaire, que tenía fama de ser muy perverso, era una buenísima persona; en cambio, Rousseau, que tanto presumía de el buen salvaje y esas cosas… era una malísima persona, que tuvo cinco hijos, abandonó a todos ellos, etc.

Rousseau se sacó de la manga este dislate de el buen salvaje: que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe; y que, por lo tanto, para evitar que esa corrupción se lleve a cabo hay que firmar un contrato social. Ahí está, en mi opinión, la cuna de todas nuestras desdichas; es, en definitiva, lo que condujo a la Revolución Francesa —y ya sabemos que la Revolución Francesa trató de imponer la libertad y la diosa Razón a golpe de guillotina; fue catastrófica.

Yo creo que uno de los grandes errores, desde mi punto de vista —no pretendo sentar cátedra, ni mucho menos— es el que comete Aristóteles, cuando dice que el ser humano es zoon politikon, es decir, animal social. Yo no soy un animal social, yo soy un animal cordial, que es una cosa muy distinta, porque la cordialidad resulta de la individualidad, en cambio, lo social es fruto de lo colectivo.

Entonces, yo estoy totalmente en contra del contrato social, yo estoy a favor del no intervencionismo. Y estoy a favor de que la política prácticamente desaparezca de la sociedad y que los seres humanos, dejados a su libre arbitrio y albedrío, se organicen poco a poco de una forma más lógica, más sensata y menos agresiva posible. Así que estoy, radicalmente, en contra del contrato social de Rosusseau.

Perdona un momento, Fran, que acaba de llegar mi hijo Akela, ayer cumplió 9 años y se ha empeñado en decirte algo…

Sí, cómo no, pásamelo…

Hola, ¿qué tal? Oye, ¡felicidades!, que me he enterado de que ayer fue tu cumpleaños. ¿Lo celebraste? ¿Te regalaron muchas cosas?

Bien, sí.

¿Qué me quieres decir?

Pues…

(S. Dragó): a ver, quieres ser famoso… di algo para hacerte famoso.

Akela: ¿el qué?

(S. Dragó): Ah, no sé, se te tiene que ocurrir a ti… Dile que ayer, en el colegio, echaste un pulso con tus compañeros y los ganaste a todos.

Akela: Ayer, en el colegio, eché un pulso y gané a todos los de mi clase. Bueno… adiós.

(S. Dragó): Perdona esta interrupción, Fran, pero es que como va a empezar la fiesta de su cumpleaños, está hecho un flan.

(Fran): Si le va mal, podemos acabar la entrevista otro día.

(S. Dragó): No, qué va. Es que, como ve lo que pasa conmigo, se ha emperrado en hacerse famoso también… Hombre, yo deseo lo mejor para mis hijos, así que no le puedo desear que se haga famoso, eso es horrible.

Ya lo decía Epicuro, mi filósofo favorito; decía: “si quieres ser feliz, vive oculto”.

De ahí que yo siempre diga que mi vida ha sido un fracaso, porque no he conseguido vivir oculto, por más que me he esforzado… Porque, cuidado, yo soy un escritor raro, he hecho cosas raras toda mi vida… me he ido a vivir a un pueblo soriano de doce almas… he estado en el extranjero continuamente… y, sin embargo, todo el mundo me conoce, es una cosa terrible. El fracaso de mi vida. No hay hipocresía en mis palabras. Lo peor que a mí me ha pasado en la vida ha sido hacerme famoso.

Sociólogos y filósofos contemporáneos —como el pensador coreano, Byung-Chul Han— sostienen que estamos asistiendo a una pérdida progresiva de los rituales sociales, aquellos que definen nuestras señas de identidad como individuos y que hacen posible que las comunidades se mantengan cohesionadas. El resultado —afirman— es la desorientación del individuo y de la sociedad como tal. ¿Qué opina al respecto?

Tienen toda la razón del mundo, a mi juicio. Los ritos —religiosos, de educación y buena cortesía, etc.— ordenan una sociedad, son como los tabiques en una casa, si Ud. los quita y lo convierte en eso que ahora está tan de moda, un loft, desaparece el orden de la casa, desaparece la intimidad, ya nadie se encuentra a gusto. Lo mismo sucede con esta manía que le ha entrado a la humanidad de que desaparezcan las fronteras, el espacio Schengen y todas estas cosas… Las fronteras son un instrumento de ordenación de las culturas, las filtran: colocan a cada persona, a cada familia, a cada conjunto de seres humanos en su sitio.

Pues con los ritos pasa lo mismo y, en estos momentos, efectivamente, no es que estén desapareciendo, sino que están surgiendo nuevos ritos, con la diferencia de que los nuevos ritos, al contrario que los anteriores —que eran sacramentales y, por consiguiente, tenían una autoridad moral— ahora los nuevos ritos como internet, las redes sociales, los influencers, etc., a los cuales ya nos hemos referido anteriormente, son ritos estúpidos, que no sirven para solucionar y ordenar las cosas, sino para desordenarlas.

Así que yo soy absolutamente partidario de que vuelvan las fronteras, de que vuelvan los pasaportes y de que levantemos paredes y tabiques en las casas. Eso son los ritos. La buena educación, en definitiva; el cruzarse en la escalera con un vecino y decirse “buenos días” es un rito, el rito de la educación, que ayuda a la convivencia. Pues la buena educación se ha perdido por completo: por ejemplo, la desaparición del Ud., que es dramática. Ahora todo el mundo trata de “tú” a todo el mundo, lo cual, entre otras cosas, significa cargarse la tercera parte de las formas verbales, porque el “Ud.” es tercera persona. Estamos mutilando la lengua en la que hablamos de una forma verdaderamente salvaje y brutal.

A mí me impresionó mucho hace unos años cuando vino a hacerme una entrevista una chica que era licenciada en Ciencias de la Información, y en fin, era espabilada, lista…  Y empezó diciéndome: mira, Dragó, perdona que te tutee, pero es que yo no sé hablar con el “Ud.”. ¡Una licenciada en Ciencias de la Información que no sabe utilizar el “Ud.”! El “ Ud.” es también un rito, un respeto… pues ha desaparecido por completo. Esto, curiosamente, es característico de los fascismos, de los de derechas y de los de izquierdas. Mussolini eliminó el “Ud.” en Italia y ya sabemos que los comunistas también tuteaban a todo el mundo y convertían a todo el mundo en camaradas. No todos somos camaradas, la camaradería se elige, yo elijo a mis camaradas; pero automáticamente, no los demás son mis camaradas. A veces llega, por ejemplo, un mensajero que me trae un libro, y que es un joven de 20 años, y que le abro la puerta y dice: “te traigo esto…” Yo a veces le digo: “¿Nos han presentado?” Y se queda muy impresionado, jajaja,

Hay quien dice que el orgullo es el complemento de la ignorancia. ¿Ese es el mal de nuestro país y de nuestros políticos?

No, el mal de nuestro país lo tenemos perfectamente identificado desde hace mucho tiempo —y concretamente, desde que lo dijo Ortega. El mal de nuestro país es la envidia. Bueno, cada país, cada comunidad, cada grupo de personas y cada persona tiene sus propios pecados capitales. Se llaman pecados capitales porque todos los compartimos y los tenemos en alguna medida; lo que pasa es que algunos lo tienen más vigorosos y otros más sujetos a freno.

Hay tres pecados capitales que son mortíferos, que son los verdaderamente malos. En primer lugar, la envidia, y ese es el mal de España, lo que Ortega llamaba la aristofobia; y luego la pereza, el español es muy perezoso; y por último, la ira, el español también es muy iracundo, —como lo demuestra lo que está pasando en estos momentos en las calles, y el que España sea el país del mundo —y esto es un dato histórico, no es una opinión— que más guerras civiles ha tenido. Así que yo creo que el problema de España es un problema de envidia, de pereza y de ira.

El orgullo es un mal menor, puede ser hasta legítimo, puede estar bien fundamentado. Si uno es un idiota y está orgulloso de serlo, pues es un idiota. Si uno es inteligente y es un gran filósofo, un pensador, un pintor, un músico… es natural que tenga cierto orgullo. Eso en sí mismo no es malo; lo malo es cuando el orgullo, efectivamente, se asocia a la ignorancia. En estos momentos, la ignorancia de la sociedad es verdaderamente enciclopédica, con lo cual, en cierta medida, su pregunta está fundamentada.

Lo del orgullo tiene que mucho que ver con eso que antes se llamaba amor propio y ahora se llama autoestima. Efectivamente, el amor propio es importantísimo, uno tiene que quererse y apreciarse a sí mismo y solo, a partir de ahí, podrá apreciar a los demás. Sin embargo, ahora eso está mal visto: se dice despectivamente que uno está encantado de haberse conocido; pues naturalmente, como debe ser; una persona tiene que estar encantada de haberse conocido porque eso significa que es una persona decente, con conciencia, que no hace daño, que se esfuerza por crecer y por mejorarse.

¿Qué le parece el rol que están asumiendo los medios de comunicación españoles?

Bueno, ya no hay medios de comunicación, sino de incomunicación. Hoy día los medios de comunicación están al servicio de los políticos, de las ideologías, de las multinacionales, de las grandes empresas, del dinero… Yo que soy hijo, nieto y bisnieto de periodistas, en estos momentos, que me llamen periodista —y lo soy— me avergüenza. Es verdaderamente bochornoso lo que está pasando en el periodismo español, y probablemente en todas partes. Por lo tanto, ya no hay periodistas.

El periodismo empieza a desaparecer cuando se crea, primero la Escuela de Periodismo y, después, la Facultad de Ciencias de la Información. Uno puede ser Doctor en Ciencias Exactas, Doctor en Filosofía, Ingeniero Industrial, o lo que sea… y, además, Periodista. Y con esto, será mejor periodista, porque tendrá más cultura y un abanico más amplio de referencias para poder opinar. Ser Periodista es ser un señor al cual el director de un periódico le da un carnet y se convierte en parte de la redacción y lo envía a la guerra del Vietnam… y va y lo cuenta; eso es ser Periodista, eso hoy ha desaparecido.

Antes, la prensa escrita estaba en el centro de Madrid. En la calle San Roque estaba el Informaciones, en Alonso Martínez estaba El Sol, El Abc estaba en Serrano, el Madrid estaba en la calle Maldonado… El periodista bajaba la calle y buscaba la noticia, se mezclaba con ella. Y ahora el periodista trabaja entre mamparas de cristal y lo único que hace es recibir noticias de aquí y de allá, a través de internet, de las redes, de las agencias de información… y corta y pega, corta y pega… y corta y pega. Y así se hace el periodismo actual, es una vergüenza.

Ahora ya no leemos la prensa de papel, sino la digital, y nuestras miradas se deslizan por los titulares… Si alguien se dedica, además de a leer el titular a ver lo que pone debajo del titular, se dará cuenta de que rara vez el titular coincide con lo que se dice debajo, lo cual es una vergonzosa manipulación porque lo que lee la gente son los titulares y los titulares no los hace el periodista, los hace el conjunto del periódico, el jefe de redacción, de opinión, etc. Es una falsificación terrible. Yo siempre digo: si quieres estar informado, no leas el periódico, no oigas la radio y no mires la televisión. Si lo haces, hazlo porque te entretiene… pero nada más. Además, todo es publicidad… cuando sabemos que todo lo que se dice en publicidad es mentira; en estos momentos, todos los medios de comunicación están llenos de publicidad y lo que se dice son mentiras.

Hablemos de libros. ¿En qué libro está trabajando actualmente?

Por primera vez en mis últimos 60 años, no me encuentro escribiendo ningún libro. En primer lugar, porque recientemente he publicado tres: Largo corredor, el segundo volumen de mis memorias y Habáname. Y acaba de de salir una revisión de la primera novela que escribí, en 1960, El dorado, y que inauguró lo que se ha dado en llamar Literatura Torremolinense. Por lo tanto, digamos que estoy en un momento de pausa entre la inspiración y la expiración.

El problema es que la novela que tengo en mente —y no quiero decir de lo que trata porque yo jamás hablo de mis libros hasta que están escritos— me obliga a emprender un viaje por Grecia, Turquía, Israel, Ucrania y Japón, y en estos momentos con los impedimentos y las restricciones de la pandemia, esto es casi imposible. Así que me encuentro un poco como un león, agazapado sobre un árbol, esperando a que pase la gacela para abalanzarme sobre ella.

Así que no estoy escribiendo ningún libro en estos momentos. Tengo intención también de seguir con el que sería el tercer volumen de mis memorias —el primero es los años de la infancia y adolescencia; el segundo, los años de la universidad; y ahora escribiré sobre los años viajeros, porque yo me fui al exilio el año 1963, y ahí empezó mi etapa viajera que me ha durado años y años… y que me ha llevado a recorrer 100 países.

Su vida literaria ha ido de la mano en muchas ocasiones de su participación en los medios de comunicación. ¿Con qué ha disfrutado más?

Por supuesto, con la vida literaria. Yo soy escritor, todo lo demás es anecdótico. Es verdad que para mí, ser periodista —como ser profesor de universidad en países extranjeros— me ha permitido desarrollar mi obra literaria —por ejemplo, me ha permitido viajar, conocer a mucha gente, y meterme en todas partes… como ir a la guerra de Vietnam o al terremoto de Fukushima. Yo todo lo que he hecho en la vida ha sido para escribir, he sido escritor y nada más que escritor.

En el primer volumen de mis memorias, Esos días azules: memorias de un niño raro, en el que evoco la infancia y la adolescencia, comienza mi primer recuerdo nítido, mío —porque muchas veces recordamos cosas que nos han contado otras personas. Pero yo, mi primer recuerdo se remonta a cuando yo tenía 3 o 4 años. Yo aprendí a leer enseguida —es en lo único en lo que he sido muy precoz. Y leía muy bien, con una clara dicción castellana; y mi mamá estaba muy orgullosa de lo bien que leía su nene. Entonces vino de visita a verme una amiga de mi madre para que yo leyera delante de esta señora. Yo leí, fui muy aplaudido y me fui a jugar. Y cuando ella se marchó, me llamaron para que me despidiera de ella. Y en el rellano de la escalera la señora me preguntó lo típico que se le pregunta a un niño, qué iba a ser de mayor. Y yo, con un aplomo formidable que desconcertó a la señora, a mi madre e incluso a mí mismo, le dije: yo voy a ser escritor.

Y toda mi vida he sido escritor y he querido ser escritor; he sido un caso de vocación clarísima. Y qué duda cabe que he sido escritor, tengo más de 50 libros escritos. Yo escribo todos los días del año, a veces periodismo, a veces literatura… pero lo hago todos los días del año sin descansar ni uno solo. Y esto lo llevo haciendo 60 años, así que, por supuesto que para mí ha sido mucho más rentable —tanto desde el punto de vista de mi felicidad personal, como incluso en lo económico y en todos los aspectos de mi vida— lo literario que lo periodístico.

Son caminos paralelos, en definitiva, porque yo he sido un escritor que escribe en los periódicos; y nunca, un periodista que escribe libros.

Entonces, ¿no añora volver a hacer televisión?

Yo, la televisión la detesto y la he detestado toda mi vida, la llamo el maligno. Otra cosa es que la haya hecho, porque yo aplico el criterio de las artes marciales de Oriente, que es aprovechar el impulso del enemigo; en la medida en que la televisión era mi enemigo, yo acudí a ella. Pero yo jamás he montado un programa, cosa que me parece una falsificación; mis programas, tal y como salían, así se emitían. El 90% de lo que yo he hecho en televisión ha sido televisión literaria: hablar con escritores —después de leer sus libros. Mi lema en los programas, y lo decía a menudo, pare y lea, porque lo que usted está viendo en estos momentos sustituye a la lectura; usted cree que sustituye a la lectura, pero no, lo importante no es lo que el escritor diga sobre su libro, lo importante es que usted lea el libro de ese escritor. Entonces, mi contacto con la televisión —aunque a los ojos de mucha gente, yo soy un presentador de programas de televisión— ha sido completamente superficial, trivial, anecdótico.

De todos modos, es posible, incluso, que vuelva, porque llevo 50 años en televisión —soy el más viejo de la cuadrilla en estos momentos. Ahora me están echando los tejos en un canal de televisión nuevo y lo mismo vuelvo, porque, entre otras cosas, es verdad que la televisión me ha permitido ganarme la vida con holgura y gracias a eso he podido permitirme el lujo, en primer lugar, de leer mucho, porque me pagaban por leer —un privilegio extraordinario; y, en segundo lugar, poder escribir, gracias a los emolumentos superiores a los que seguramente habría obtenido con otras actividades. Pero era una estrategia literaria.

¿Cree que la televisión actual forma parte de esta decadencia que estamos viviendo?

Pues efectivamente, sí. Porque cuando yo hacía televisión —o la que siempre he hecho, hasta hace relativamente poco— era una televisión con dignidad. Ahora la televisión es infame; en primer lugar, por la telebasura, los cotilleos, la prensa rosa… y además, porque no te dejan hablar. Es rarísimo que yo ya me preste a ir a un programa de televisión, porque continuamente te piden sé breve, sé breve y sé breve… Hombre, si tú me preguntas por cuántos años tengo, seré breve; pero si me preguntas por la crítica de la razón pura de Kant, pues no podré ser breve.

Y además, la televisión hoy día es malísima, la gente está dejando de verla, los jóvenes ya no ven televisión, ven YouTube, siguen las redes, etc., la televisión está cayendo en picado. terminará por desaparecer.

¿Recuerda el primer libro que compró?

No lo puedo recordar porque empecé a leer —como te he dicho— a los 3 años y, desde entonces, todos los regalos que recibía, ya fuera por mi santo, por mi cumpleaños o por Reyes, eran libros. En aquel Madrid de mi época, un niño podía salir a la calle, recuerdo perfectamente que con 6 o 7 años me iba libremente, sin ir acompañado por nadie, a recorrer las librerías del barrio —yo vivía en el barrio de Salamanca—, anotaba los libros que me llamaban la atención y luego le pasaba la lista a mis padres y tíos para que me los compraran.

No puedo recordar el primer libro que leí porque era muy pequeño, pero el primero que leí conscientemente, que me sedujo, y que sigue en mi mesilla de noche y continuamente vuelvo a releer, es un libro que se llamaba Travesuras de Guillermo, que marcó varias generaciones, hay 50 libros de Guillermo extraordinarios. Savater lo calificó de único anarquista triunfante de la historia de la humanidad. Yo no lo compré, me operaron de vegetaciones, tuve que estar dos días sin hablar, y mi tía, para que me entretuviera en la cama, me trajo este libro.

Así que el primer libro que compré, no lo recuerdo. Yo, a los 8 años, ya tenía 400 libros y ahora tengo 120000.

Para terminar esta primera parte de la entrevista, y dado que todas ellas las acompaño de un tema musical elegido por el entrevistado, quisiera saber ¿cuál es su tema musical favorito?

Bueno, vamos a ver…, mira.. , el tema musical que más me gusta, no sé si lo conocerás, aunque es conocidísimo, la canción que interpretó Narciso Yepes, el guitarrista, y que todos los grandes guitarristas lo han interpretado, es… Juegos prohibidos. Sabes cuál es?

(Fran) Si se cual es, y me gusta mucho.

Esa es mi canción favorita y la que he pedido a los míos que suene cuando me entierren, porque toda mi vida… han sido juegos prohibidos.

 

(Fran) Muchas gracias don Fernando.

A ti, Fran

La semana que viene continuaremos con la segunda parte de esta interesante entrevista, en la que ya os avanzamos que Sánchez Dragó, con su erudición y su particular visión de la vida —a veces polémica, pero siempre apasionante—, no dejará indiferente a nadie.

Hasta la semana que viene.

Autor: Fran J. Fradejas | Analista – investigador, articulista y divulgador en diferentes medios de comunicación

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