Columna de Ricardo Magaz. “CRÓNICAS DEL NUEVE PARABELLUM”.
Los venenos son tan arcaicos como la propia vida. Hay mil formas de venenos y otras tantas de utilizarlos: para sus propósitos originales… o para todo lo contrario.
Matar mediante envenenamiento es una vieja práctica desde que el mundo gira sobre sí mismo. Pero, ¿quién utiliza el veneno con fines homicidas? Las personas, naturalmente. Y lo hacen con premeditación, salvo accidentes.
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Si consultamos las estadísticas del último siglo, por acotar un periodo determinado, tenemos que el 80 por ciento de los crímenes donde se utilizaron venenos o productos tóxicos que llevaron a la muerte de la víctima, son obra de mujeres.
En efecto. Las féminas recurren más a este modus operandi. De la casuística acreditada se colige que la ausencia de enfrentamiento directo, la menor exigencia de violencia, la carencia de sangre y, sobre todo, que el acto tiene lugar comúnmente en el ámbito del hogar, son factores determinantes. Este modo de asesinato, alevoso, suele exigir cercanía, confianza y dominio del escenario.
En los crímenes, los hombres emplean más a menudo la violencia física; las mujeres, la sutileza.
Envenenar a la familia
Hace meses, una anciana envenenó poco a poco la comida diaria de la familia con la que vivía de alquiler bajo el mismo techo en Móstoles, incluidos dos niños. Pudieron detenerla a tiempo antes de que lograra su propósito criminal. Cuando la policía le preguntó el motivo, confesó: “No sé disparar un arma”.
Ya lo dejaron cincelado en piedra los clásicos: en la venganza, el débil es siempre el más implacable.
(*) Ricardo Magaz es profesor de Fenomenología Criminal en la UNED, ensayista y miembro de la Policía Nacional (sgda/ac)