Allá en el Monte Olimpo, donde moraban los Dioses de la antigua Grecia, no esperaban que los humanos fueran capaces de las gestas que estaban reservadas sólo a los que tenían otorgada la divinidad, pero hoy mismo las ejecutan.
Los humanos inventaron los Juegos Olímpicos y, sobre todo, los Paralímpicos para demostrar que lo divino está al alcance de cualquier ser humano, que lo imposible deja de serlo sólo con trabajo.
Hoy, mientras hacía mi breve sesión física en el gimnasio, en las televisiones se sintonizaba la retransmisión en directo de un evento que habla de lo divino que hay en el ser humano: los Juegos Paralímpicos. Muchos de los allí presentes dejamos de entrenar. En la piscina olímpica se zambullían personas gigantes, personas capaces de crecer y conseguir lo que a muchos de nosotros se nos antoja del todo imposible. Todos los que mirábamos la tele comentamos: “espectacular”, “que barbaridad de personas”, “¿cómo es posible que hagan eso?”; y también se notaba un halo de emoción difícil de disimular.
El deporte es quizás la forma más civilizada que hemos inventado los humanos de competir, de crecer, de superarnos día a día. Pero no sólo eso, el deporte es para muchos convivencia, amistad, paz, orgullo de pertenencia a una nación y sobre y ante todo es vida. Ver competir con ímpetu, con solvencia y con una tremenda ilusión a esas personas con diversidad funcional, (no voy a usar otros términos), es de las cosas más emocionantes que jamás he visto. No me gustaría irme de este mundo sin verlo en directo.
No es la primera vez que escribo sobre esto, pero es casi imposible no emocionarse viendo a estos hombres y mujeres competir hasta la extenuación por una gloria que todos y cada uno de ellos obtiene nada más acabar la prueba, tengan medalla o no.
Qué maravilloso ejemplo nos dan, qué espectáculo tan precioso nos ofrecen, qué personas más enormes existen.
“Gracias dioses”