Columna de Ricardo Magaz. “CRÓNICAS DEL NUEVE PARABELLUM”.
Poco antes de que la pandemia nos confinara como reclusos en nuestras propias casas, fui a un almuerzo de polis con trienios y canas en las patillas. El acto, aunque privado, había empezado solemne y, como suele ocurrir a los postres, las anécdotas salpicaban las charlas presididas por un rioja aceptable.
Última palabra
Habían hablado varios colegas y me tocaba cerrar informalmente por una cuestión de amistad entrañable y años de destino común. Lo bueno de cerrar una pitanza de caimanes es que tienes la última palabra; lo malo, es que todo lo interesante está ya pronunciado. O tiras de tópicos o recurres a batallitas acicaladas.
Necio ministerial
Antonio, el agasajado y aún convaleciente de sus lesiones, se había jugado el pellejo literalmente en una de esas intervenciones que suelen abrir los telediarios. Le solicitaron la Roja, que es la medalla que reconocemos con integridad cuando está bien dada y no hay detrás componendas, pero algún necio ministerial del paseo de la Castellana pensó que mejor colgarle la Blanca, que viene a ser una especie de premio de consolación. Como si en lugar de darte un Rolex te calzaran un despertador chino de plástico.
Brindis
Y en esas estaba la cosa cuando llegó el turno de mi panegírico de amigo entregado antes de echarnos unos brindis y entrar ya directamente en la fase etílica. De pronto recordé los versos de Alfred de Vigny: “El honor es la poesía del deber”. Y los solté con sequedad. No hizo falta más. El necio de la Castellana nunca los comprenderá. Antonio, sí. El rioja, excelente.
(*) Ricardo Magaz es profesor de Fenomenología Criminal en la UNED, ensayista y miembro de la Policía Nacional (sgda/ac)