Ayer se celebró la final de la Copa del Rey de fútbol en España, veintidós jugadores de dos equipos vascos corrían detrás de un balón para tratar de encajarlo en una portería. Su premio era levantar una copa que lleva el nombre del rey de un país que, por estadística, una parte importante de los aficionados detestan.
La pasión une lo que la política separa. Esa paradoja de la condición humana, tiene algo de grotesco; convierte al futbol en pegamento de la intransigencia política.
Está claro que, sin rivalidad, excepto en la cama, no existe excitación. La misma estupidez la tienen, quienes ayer levantaban banderas blanquiazules, que los que lo hacen con otros colores, tras un resultado electoral.
Hay frases que llevamos en nuestro recuerdo toda la vida. Decía en sus clases un profesor de derecho constitucional en Salamanca; “la política y el deporte de competición son negocios que tienen similares componentes de fanatismo para quienes no participan en ellos. Nunca votéis a un color, hacedlo siempre al político que ponga una farola en la puerta de vuestra casa”
Llevo una vida tratando de aprender y no lo consigo, soy del Real Madrid y votaré en las próximas autonómicas por pasión, aunque no luzca la farola.