El pasado sábado 9 de enero Madrid veía cómo Filomena descargaba la mayor nevada desde que existen registros meteorológicos. Mientras la mayoría de los pequeños pensaban en los muñecos de nieve que harían y sus padres hacían cábalas sobre si sus coches estaban protegidos y si había suficiente comida en casa, la nieve caía de manera incesante hasta las 17:00, sin que nadie reparase en la cantidad de trabajadores de los servicios esenciales que, después de 30 horas de nevada, permanecían en sus puestos por la práctica imposibilidad de desplazarse.
En el hangar del Servicio de Medios Aéreos de la Policía Nacional, situado en el aeropuerto de Cuatro Vientos en Madrid, dos compañeros se encontraban bloqueados por la nieve. Uno de ellos había entrado de servicio el viernes a las 14:00 y el otro, el que debía ser su relevo, había llegado a duras penas el mismo viernes a las 20:30 para permitir que su compañero pudiese irse a casa antes de que llegase lo peor de la tormenta de nieve. Su antelación no fue suficiente y ambos pasaron allí las siguientes horas esperando una mejora que les permitiese volver a sus hogares.
En el cercano barrio del Pau de Carabanchel, conocido como la Peseta por su avenida principal y el nombre de su parada de metro, al reparar en las dificultades para los desplazamientos que traía la bucólica escena blanca que se veía desde la ventana, el Inspector Jefe R.M.F, piloto de helicópteros de la Policía Nacional, cayó en la cuenta de que los mismos problemas que había tenido él para irse el viernes los tendrían los compañeros de seguridad entrantes y, sin más razón que asegurarse, levantó el teléfono para preguntar a quien estuviese en seguridad por su situación en general.
Al decirle los dos policías que allí se encontraban que llevaban 24 y 17 horas allí, sin posibilidad de ser relevados por las condiciones meteorológicas, este Inspector Jefe se vistió con la ropa habitual de sus trayectos en moto, las únicas prendas de abrigo impermeables con las que contaba, y salió a hacer una compra en el supermercado más cercano. Cargando con esa compra recorrió a pie los aproximadamente dos kilómetros que separan su casa y el hangar a través del Pinar de San José, viendo cómo las ramas de los árboles caían a su alrededor por el peso de la nieve caída.
Finalmente pudo llegar al hangar y entregar a los compañeros esa compra para aliviar en la medida de lo posible la dureza de tanto tiempo fuera de sus domicilios e interesarse por su estado en general antes de afrontar otra vez dos kilómetros de terreno nevado para volver a su casa.
Como si haber estado de servicio el viernes y haber ido a entregar comida a los compañeros el sábado no fuese suficiente, este Inspector Jefe contactó con la UPR el domingo para garantizar que los compañeros de seguridad fuesen relevados y llegasen a sus hogares, volviendo a caminar hasta el hangar para ponerse manos a la obra en las tareas de retirada de nieve de la plataforma que permitiesen el despegue del helicóptero en cuanto fuese requerido para ello y gestionando los efectivos que prestarían servicio en los próximos días ante la dificultad para los desplazamientos de otros miembros de Medios Aéreos
Como no podía ser de otra manera en alguien que demuestra ese grado de entrega, el Inspector Jefe R.M.F se ofreció voluntariamente como comandante de la tripulación que estaría de servicio a lo largo de todo el lunes 11 de enero para evitar que ningún otro comandante tuviese que pasar el riesgo de conducir kilómetros por carreteras heladas.
Lo que todos los Policías anhelan cuando están en sus puestos es tener no solo un jefe, sino un líder. Quien no solo dirige desde la distancia sino que da ejemplo con sus acciones y se moja para minimizar la carga de quienes están a sus órdenes se convierte en un referente de lo que la Policía Nacional debe ser: Un cuerpo en el que jerarquía y compañerismo no son excluyentes, sino complementarios.
Un gran compañero, ese inspector jefe, al q tengo el honor de conocer