Transformar a la fuerzas de seguridad en una válvula de presión frente a la sociedad es el sueño de todo villano que se precie, las tiranías se muestran como benevolentes, se esconden tras un discurso inocente, hablan de víctimas y de personas vulnerables, invocan a valores indeterminados como los derechos humanos, la democracia, la solidaridad o el bien común. Señalan como amenaza a quien se escapan a su control y tratan de silenciarlos explotando sus debilidades, a menudo con denuncias infundadas, por eso desde las instituciones lo democrático es una comunicación distribuida y no la centralizada como proponíamos en el artículo “Policía y Tik-Tok”. Menos propagandística y más técnica, con datos y hechos, sin ideologías.
Disponer de una válvula de presión que se pueda apretar o aflojar a conveniencia, es necesario para crear problemas y vender soluciones sin que los problemas exploten en la cara de quien los crea. El sindicato Jupol ha denunciado la orden de efectuar controles dentro del espacio Schengen, orden que había impartido el Jefe Superior y que entendemos, a él le venía de Interior. Si la Policía deja de actuar como válvula de presión, la presión social asciende hasta llegar al poder político y no lo pagan los ciudadanos a quienes se debe proteger, también frente al enemigo interno. Los hasta ahora condescendientes con la inmigración irregular, se ven obligados a cambiar su discurso en unos casos, en otros acusan de racistas a otros mientras ordenan medidas contra la inmigración irregular. Esto prueba que sin presión policial la agenda política está fuera de control, ha cambiado su discurso la diputada Canaria Ana Oramás frente al Gobierno y también ha tenido que pronunciarse Ximo Puig, Presidente de la Comunidad Valenciana, quien pide “Garantizar el cierre perimetral”, o sea que no vengan inmigrantes irregulares desde Canarias pero como medida “en contra del racismo”, pretexto que sirve para adoptar una decisión y también la contraria.
Los “agentes del orden” se han dado cuenta de que, si actúan como válvula de presión, la presión estaría dirigida sobre un colectivo -inmigrantes irregulares- y le explotará al ciudadano, los primeros decidieron venir porque alguien con un interés político o económico, creó un efecto llamada para que vinieran (1), les otorgó un trato más que digno alojándolos en hoteles (2) y les ha organizado y pagado el vuelo hasta la península (3), donde alguien continuará cobrando por alojarlos y darles asistencia (4), también están reclutándolos en las universidades. Este esquema cuadra con la necesidad de quienes necesitan crear una “masa proletaria” joven, con mucho que ganar, poco que perder y en buena forma para organizar una disidencia controlada, alimentada y empoderada, a la que someter a presión en un futuro -p.ej. retirándoles las subvenciones- y culpar de esa presión a un colectivo que ni siquiera sabe la que se le viene encima, ese colectivo será el de los “racistas, los islamófobos, los hetero-patriarcas, los fascistas, los que comen carne, los españoles, etc.”
Esta agenda se ajusta a lo anunciado por Samuel Huntington en el Choque de las Civilizaciones y ya está en marcha en países de cultura protestante como Alemania, Francia y Reino Unido, también en Estados Unidos. En España, algunos nos dimos cuenta de la aberración jurídica de usar a la Policía para identificar a todo bicho viviente por motivos étnicos y raciales ya en 2011. Eran identificaciones arbitrarias y colectivas que no servían a ninguna lógica criminal, que detraía recursos de combatir la delincuencia y permitían que el rol del Gobierno fuera controlar el crimen en lugar de combatirlo, como ya proponía en el año 2009 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en sus recomendaciones sobre seguridad ciudadana y derechos humanos. El documento, patrocinado por Open Society Foundation y demócratas liberales, es un tratado postmodernista sobre cómo controlar a los cuerpos policiales desde la política tras la máscara de los derechos humanos, para que la Policía sea parte activa de la agenda política y hacerlo empleando el adoctrinamiento entre algunas medidas, otras son el efecto intimidatorio del régimen disciplinario. En Venezuela ya les ha funcionado controlar el crimen para mantener a la oposición a raya.
Volviendo al tema de las identificaciones masivas y arbitrarias que se practicaban hasta 2012, esa práctica de presión cesó gracias a la circular 2/2012, que prohibía expresamente las identificaciones sobre los que tuvieran cara de inmigrante, lo primero que se experimentó fue una reducción importante de la delincuencia, especialmente de los delitos contra la propiedad, porque la Policía pasaba de perseguir personas a perseguir hechos. Las detenciones de extranjeros dejaban de ser la excusa para compensar la criminalidad y alegar que se estaba haciendo algo, aunque en realidad lo que se cocinaban estadísticas para sostener presupuestos y negocios familiares, lo que hoy conocemos como “caciques, cortijos y poltronas”.
Si vemos esto con retrospectiva, gracias a que cesó la presión policial en las calles sobre los inmigrantes en 2012, ocho años después los “agentes del caos” no han tenido en España el éxito que sí han tenido con su disidencia controlada en Estados Unidos (Black Life Matters) o en Francia con los Gilet Noires (chalecos negros). Tampoco han conseguido provocar en España la respuesta “deseada” de movimientos aceleracionistas (ultraderecha) como en Alemania y en Estados Unidos más radicales que los Proud Boys, que necesitan como pretexto para dirigir la presión policial sobre el chivo expiatorio de cada momento. El movimiento antipolicías en España está formado por unos pocos adoctrinados, que no encuentran la forma de acusar a la policía de racismo desde el propio Gobierno, no hallan pretexto para aumentar la presión sobre los agentes con más controles administrativos, crear más burocracia e interponer nuevos obstáculos a quienes pretenden combatir el crimen en vez de controlarlo, como ellos pretenden.
Las técnicas de manipulación que se aplican sobre los agentes del orden no son diferentes a las empleadas sobre el resto de la sociedad, se trata de un abanico que va desde la manipulación (1) hasta la intimidación (5), escalando a través de la persuasión (2), la negociación (3) y la decepción (4). Veamos la escala de táctica menos a más invasiva:
- Manipulación. Pretende una lealtad incondicional y para su éxito necesita policías permeables al adoctrinamiento. Están dispuestos a obedecer en beneficio de un bien superior, aceptarán como válido lo que dice cualquiera que parece tener autoridad, a la que no cuestionan, son inexpertos y les motiva tener una carrera profesional.
- Persuasión. Necesita de expectativas, aunque sean indefinidas. Su nivel de compromiso es menor que al principio y no funciona sin expectativas de recompensa. Los permeables a esta clase de dirección son fáciles de emplear con fines políticos y puede que reciban su recompensa o que se queden con las ganas (decepción). Gracias a la persuasión se dirige a quienes confían en la autoridad o en quien le toca ejercerla en ese momento.
- Negociación. Requiere de incentivos más concretos, inmediatos, y menos ambiguos. Gracias a la persuasión y la negociación han conseguido controlar a una parte de las fuerzas de seguridad recompensas como ascensos, cargos y medallas, aun así, han conseguido cambiar a las cúpulas, dividirlas y a menudo aislarlas de las bases con más experiencia, ya que no hay premios para todos y todo el mundo no se deja comprar.
- Decepción. Es el sistema de control más sofisticado y recurrido porque es el que mejor funciona, además de ser imperceptible. Explota errores de razonamiento, ignorancia y sesgos. Los errores de razonamiento más importantes que contribuyen a ser dirigido por el engaño son: transformar hipótesis en causas (1), no creer que se pueda ser víctima de engaño (2), una alta estimación de probabilidades (3) y no considerar que se puede estar ante una evidencia de falsos positivos (4). La decepción funciona negando las evidencias y construyendo la realidad sin descanso, aunque haya contradicciones.
- Intimidación. Esta táctica ya la conocemos, ha demostrado que no funciona en términos absolutos, pero sí en relativos según aumenta la independencia del Gobierno frente a las leyes. Se basa en la gestión del miedo para conseguir una cultura del silencio como hace la mafia, busca la pasividad y la connivencia con una autoridad que se percibe a sí misma como impune, disociada del estado de derecho y no sujeta por la ley.
Una tiranía necesita toneladas de estupidez, tales como darle el número de teléfono privado a una víctima, oficinistas acomodados y obedientes, tertulianos que hablan mucho y no dicen nada, narcisistas usando el uniforme para ligar en Tinder, haciendo postureo en Instagram y monerías en Tik-Tok, y a ser posible que la estupidez sea trending topic en Twitter para distraer la atención mientras cuelan su agenda revolucionaria por la puerta de atrás.
En Una Policía para el Siglo XXI seguiremos apostando por la libertad de expresión de los agentes del orden, pero una opinión analítica, fundamentada y crítica.
La libertad de expresión es un derecho que hay que ganarse cada día para no perderlo.
Articulo de Una Policía Para el Siglo XXI