¿Qué es el feminismo? Y más importante aún, ¿Cómo hablar de feminismo sin meterse en ningún jardín? No crean que es una respuesta sencilla. Desde ya, sepan que según la mayoría de teorizadoras, mi posición como hombre me incapacita para hablar de ello. Otras, más benévolas, me permitirían opinar pero bajito y el mínimo tiempo imprescindible. Al final, nada de lo que yo dijera -no importa qué o cómo-, sería considerado “mansplaining”. Todo lo que no comenzara con algo rimbombante como “deconstrucción de mi masculinidad” o algún término similar, de esos que no significan nada, no sería tenido en cuenta.
Sin embargo, una gigante proporción de féminas (cada día más) tiene interés por escuchar lo que sobre feminismo, o cualquier otra cuestión asociada, tenga que decir cualquiera, sin importar su sexo, como hay una gigante proporción de hombres que tiene interés por idénticas cuestiones, provengan de quien provengan. He llegado a escuchar a algunas mujeres decir -más bien ordenar- a otras que no deben atender a absolutamente ninguna explicación o conversación en la que un hombre participe. La cuestión es que –dicen-, los hombres, debemos ceder el espacio a las mujeres.
Esto de ceder los espacios, parece lo que es; una concesión. Si te cedo mi espacio no puede ser sino la afirmación inequívoca de que es mío y que, por gracia especial, voy a dejártelo un ratito. Lo que ocurre es que somos muchos los que, ya hace mucho tiempo, tenemos claro que estos espacios ni son nuestros, ni tenemos potestad para cederlos. Así, poco a poco, se crea un relato feminista que, muy lejos de dar categoría a la mujer, la vuelve a anular. El feminismo moderno sigue sin enterarse: Las mujeres no necesitan que nadie les ceda el espacio porque lo ocupan ellas solitas cuando quieren y si es que quieren. En cualquier caso, ya es tarde para muchas. El mensaje victimista ha calado en un occidente, donde -aunque la hubo-no existe ya ninguna estructura social que someta a la mujer (Sí puede haber y los hay casos, ejemplos y situaciones).
En otras tierras, no tan lejanas, el feminismo no existe ni se le espera y, sin embargo, activistas patrias y otras repartidas por todo el mundo occidental, abogan por la ruptura de nuestro modelo. No sería tan descabellado plantearlo si propusieran otro más eficaz. En lugar de eso, proponen y postulan formas de feminismo marxista, anarcofeminismo, ecofeminismo o, ¡Pásmense! Feminismo islamista. Mientras todo esto ocurre, feministas de verdad, como Saba Kord o Nasrin Sotoudeh, pasan sus días en una prisión iraní por negarse a vestir hiyab o discrepar del régimen -Así se las gastan allí-. Por estos lares no se entera nadie porque la acción está dirigida a pintar paredes, pegar carteles o crear consignas y porque, en todo caso, rompe el esquema idealizado de otras formas de sociedad que, y esa es la verdadera y grave cuestión, se están tratando de establecer en la Europa de los Derechos y Libertades que tanta lucha, sangre y vidas costó.
Me gusta abundar en esto porque recuerdo bien un trabajo sobre género, expuesto en una facultad de Ciencias Sociales, en el que se establecía una comparación entre la situación de las mujeres en España, Marruecos y Siria. La conclusión final fue que España era un país mucho más machista que sus oponentes. –Te tienes que reír, pero es para llorar.
A mí me pasa con este “ismo” de lo femenino exactamente lo mismo que con el “ismo” del capital. Esas cosas que nacen espontáneamente, que no necesitan de teorías, a pesar de que luego se desarrollen científicamente, me convencen mucho más que aquellas otras que son producto del pensamiento de algún intelectual que, normalmente, por nula necesidad de doblar el espinazo, puede permitirse perpetrar y vender durante épocas que llaman de la razón o el progreso y que, al final, tratan de imponerse a palos a pesar de que, por muchos años que pasen, no terminen jamás de funcionar.
En varios momentos de la historia, una serie de mujeres decidieron que estaban hartas de los atropellos y desmanes para con sus personas, llevados a cabo por parte de sus antagonistas varones, y pusieron pie en pared. La cosa estaba clara; no podían votar, no podían afiliarse a partidos o sindicatos, cobraban salarios inferiores y no tenían más voz que la que les permitieran. Eso en siglos relativamente cercanos y hasta mitad de 1950. Antes, podríamos hablar de régimen de posesión –la mujer era una res-. Aún hoy, en muchos lugares del orbe –lo hemos dicho-, sus derechos son nulos.
En la cabeza de cada una de estas mujeres, existía un pensamiento, un anhelo. ¿Cuál es el motivo de que existan estas diferencias? ¿Por qué no podemos ser iguales a los hombres? No hizo falta que ninguna de ellas, más avezada por tener más formación, elaborara ninguna compleja teoría y la llamara feminismo -eso llegaría mucho más tarde-. No era necesaria alfabetización para que una mujer cualquiera, en un lugar cualquiera, tuviera claro que el sistema social en el que le había tocado nacer no le resultaba favorable.
La búsqueda de una igualdad inexistente surgió de forma espontánea, no hubo que pensarla. ¡Sufragismo!, lo llamaron luego. Mucho antes de aquello, derechos de la ciudadanía, en la Revolución Francesa. Pero olvidaron que, dentro del concepto de “ciudadano” o del concepto “hombre”, no se hacía referencia a la humanidad en su conjunto, sino solo al hombre masculino. Es aquí, entre otras fechas, donde comienza la falacia de la construcción de esa parcela de la historia que solo interesa a una parte del sector político. Del feminismo unívoco que solo puede conducirse por un camino, so pena de castigo para aquellas que se desvíen de él.
¿Y qué tiene esto que ver con la Guardia Civil? Nada y todo. La Benemérita, como la Policía Nacional u otros cuerpos de policía, llegaron con demasiado retraso a la causa de la mujer. Tanto ha sido así que, ahora, parecen empeñados nuestros dirigentes en forzar la maquinaria -sin importar si pudiera llegar a reventar- para que las mujeres sean protagonistas de esta historia.
Como en el despotismo, será todo para la mujer, pero sin la mujer. Al menos sin todas las mujeres, porque otras y otros han decidido por ellas y determinado qué es ser feminista y qué opciones políticas o comportamentales te anulan como tal. Si ellas quieren serlo o, sencillamente, si quieren participar en ese proceso, carece de importancia para la aplastante rueda del movimiento feminista moderno. Rueda que se lleva por delante a toda aquella que se atreva a discutir alguno de sus postulados. Crowley hablaba de la infantilización del feminismo, pero es mucho más. Hoy asistimos a la discapacitación del feminismo.
En el libro “Pocas y valientes, feminismo, igualdad y Guardia Civil”, se ha tratado de recopilar información sobre este fenómeno aplicado a las FFCCSS, sobre todo en el ámbito “verde” y, entre otras cosas, se ha podido observar cuán variado es el sentimiento de afiliación a un movimiento con tantas aristas como mujeres lo conforman, y qué deprisa se produce su metamorfosis, averiguando que existen fuertes lazos de pertenencia, pero también de desafección. Que hay múltiples acciones de positivismo que producen efectos tremendamente impulsores de la condición femenina y dinámicas muy perversas que, con la excusa de la igualdad, solo usan a la mujer para obtener provecho.
Son unas páginas tremendamente críticas que, a algunas, van a gustar muy poco mientras que otras verán una verdad muy nítida. En cualquier caso, hay teoría, hay opinión y, sobre todo, hay voces de mujeres que cuentan lo que ellas sienten. A partir de ahí, surge el hilo conductor que nos llevará a concluir si el feminismo es una teoría pensada y estructurada, un movimiento espontáneo y lógico que no podía no ser o, simplemente, un ardid utilizado artificiosamente para conseguir fines menos loables manipulando la causa de la mujer.
En cualquier caso, la Guardia Civil, una de las instituciones más valoradas por la sociedad española, se enfrenta a los necesarios retos que ésta le impone. Entre los más acuciantes, procurar la efectiva igualdad entre mujeres y hombres dentro del Cuerpo. No solo en cuanto a la prevención de posibles violencias o abusos que las mujeres, por su condición, puedan sufrir, sino en lo referente a su especial situación como funcionarias y profesionales de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
Mediante el repaso a la historia de la mujer en la Institución y el establecimiento de un marco teórico y legal de referencia, sin dejar de lado la crítica a las dinámicas radicales del feminismo moderno, se da luz a una verdad oculta a los ojos de la sociedad y que se muestra, ahora, por primera vez, de boca de sus protagonistas a través de la recopilación de sus testimonios y experiencias.
Superados más de treinta años de dificultades, desde la incorporación de las primeras mujeres pioneras, “Pocas y valientes” nos habla de las posibilidades reales de ascenso, de la igualdad real, y nos avisa de que se adivina una nueva realidad que, a muchos, podrá llegar a sorprender. Y es que, -advierten-, la Benemérita, es feminista.
Autor: Josema Vallejo.
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