Desconozco si fruto de la ignorancia o del atrevimiento, o más bien de ambos progenitores, nació la arriesgada idea, que ni siquiera original, de algunos policías de hincar la rodilla cual Humillación de Canossa, para congratularse con policías de otros países y pedir perdón a la comunidad negra por la muerte de George Floyd. Sumarse a la última moda de pensamiento sin mirar por donde viene el viento tiene sus riesgos, porque dejas de pensar por ti mismo y te ves arrastrado por el pensamiento de rebaño que crees correcto pero sólo es masivo, porque lo simbólico del acto, que pretende representar la solicitud de perdón universal y el canto del mea culpa grupal carece de profundidad, es sólo una más de tantas representaciones teatreras del histrionismo de la era digital que nos ha tocado vivir.
El perdón y las disculpas se tornan folklóricas y pierden su significado cuando es la masa la que las convierte en circo mundial. Una convicción firme de arrepentimiento es individual, no colectiva; es íntima, no pública y es espontánea, no preparada para ser la foto del año (aunque lo tienen difícil por la dura competencia de las imágenes del Covid).
A principios de 2015 en España un hombre empujaba a un policía nacional a las vías del metro causándole la muerte, el autor era negro y el escándalo no pasó de una irrelevante noticia en los medios, tratada de la forma más discreta posible en breve lapso de tiempo. Sin pena ni gloria. En marzo de 2018 murió en Madrid Mame Mbaye, un mantero negro de origen senegalés, por un ataque al corazón, como luego determinó la autopsia por causas congénitas, cerca de su casa y auxiliado por varias personas, entre ellas policías locales. Sin embargo, la presencia policial y los mensajes contradictorios en redes sociales asegurando que había fallecido víctima de una persecución policial generaron un clima de tensión que provocó disturbios durante esa noche y numerosos daños en el mobiliario urbano. El gobierno local tardó más de 24 horas en ofrecer al ciudadano información desmintiendo que la causa de la muerte estuviese relacionada con los policías locales. ¿Manipulación una vez más?
Que sea pues la musa de balanza en mano y ojos vendados la que trabaje y decida; pero digo yo, que lo sea entonces en todos casos. Si a Floyd lo mataron por racismo se sabrá y se hará justicia, lo que habría que saber y no sabremos es si a Floyd lo mataron y lo hicieron mártir o columna de humo cuando convenía, y se instrumentalizó provechosamente una muerte vana e injusta, como lo son todas las muertes adelantadas en el reloj de la vida.
Creer que todos los policías del mundo son racistas y dedican su carrera profesional a perseguir negros de forma indiscriminada y por ello deben arrodillarse, en psicología se denomina atajo cognitivo, que nos facilita y agiliza la toma de decisiones pero que suele ser la antesala de los prejuicios y no son la mejor forma de poner en valor a una institución que en España, país ejemplar en tolerancia e integración, vela por el interés de todos los ciudadanos, sean del color, género, cultura o religión que gusten, y que no olvidemos, por mandato imperativo forma parte esencial del código ético y de conducta en sus principios básicos de actuación el no discriminar por estos u otros motivos. Estos policías que decidieron por su cuenta y de uniforme sumarse a un espectáculo tan global como vacío de contenido, representan no sólo a una institución oficial que no ha autorizado esos actos, sino también a todas las personas que la integran y que pueden o no compartir la conducta del rebaño.
Decía Khalil Gibran hace ya más de un siglo, que quien te perdona un pecado que no has cometido, se perdona a sí mismo su propio pecado, y yo añado a lo anterior que pedir perdón sin ser culpable combina a la perfección con lo absurdo de nuestros días.
Una policía para el siglo XXI
Isabel Sobrino Vaz