Dicen los policías que cada intervención a la que se acude es un mundo, y que no hay dos iguales.
Esto debieron de pensar los dos agentes que fueron a una llamada del 091, que detallamos a continuación.
Eran las 20:30 horas y los dos compañeros del zeta del servicio de radiopatrullas, estaban hablando sobre lo que iban a hacer al finalizar el turno.
Fue cuando se dirigían para la Comisaría para ir realizando el parte de servicio, cuando la Sala del 091 les comisionó para que fueran a un domicilio.
Una mujer mayor llamaba manifestando que había un hombre en su casa en contra de su voluntad y que no quería marcharse.
Los dos policías se miraron sabiendo que saldrían tarde, pero no importaba. Luces, sirenas y se dirigieron al domicilio de la mujer.
Una vez en el lugar llamaron al telefonillo. Contestó un hombre. Otra mirada se cruzó entre los compañeros. ¡Policía abra la puerta! Sin llegar a contestar, la puerta se abrió.
Uno de los agentes subió en ascensor, el otro por las escaleras, los cuatro pisos, por si el hombre decidía escaparse bajando las mismas.
Una vez que los dos compañeros se encontraban en la cuarta planta, llamaron a la puerta.
Abrió un hombre de unos 50 años, muy serio, el cual les invitó a pasar.
La primera pregunta, era donde estaba la mujer, a lo que el hombre les respondió que en el salón.
Uno de los agentes entró a la vivienda, mientras el otro se quedaba con el hombre en la entrada.
En el salón había una mujer de avanzada edad, muy alterada, profiriendo gritos contra el hombre que no quería abandonar el domicilio.
El policía la dijo, “tranquila, ya estamos aquí para ayudarla”. La mujer se echó a llorar. Le contó que había acogido a ese hombre porque no tenía donde ir hacía unos días y ahora no quería irse de su casa.
El policía según iba escuchando la historia de la mujer, lo tenía claro, ese hombre iba a ser detenido por allanamiento de morada, al permanecer en el domicilio contra la voluntad de la propietaria.
Al finalizar la historia, tranquilizó a la mujer y se dirigió hacia su compañero. Estaba hablando con el hombre, le hizo un gesto para que se separara un poco y contarle todo.
Según le contaba lo que le había dicho la mujer, su compañero le miraba con cierto aire de tristeza en los ojos, tenía los ojos vidriosos, lo que le desconcertó totalmente.
Antes de poder terminar, le preguntó ¿Qué pasa? ¿Qué te ha contado el hombre?
Lo que le dijo le dejó sin habla
El hombre era el hijo de la mujer. La anciana tenía alzhéimer y no reconocía a su propio hijo.
El compañero tenía un familiar con esa misma enfermedad, por lo que entendió perfectamente su estado de ánimo.
Sin pensar, se dirigió de nuevo hacia la mujer.
La mujer ya mucho más calmada estaba sentada. El agente se sentó a su lado y le dijo: Señora, ese hombre es una buena persona, quiere ayudarla. Déjele quedarse, confíe en mí.
La mujer le dio la mano al policía y le dijo: “confío en usted”.
Se fueron del domicilio sin hablar, no hacía falta. Se dirigieron a Comisaría a realizar el parte.