Todos los Policías Nacionales que durante años llegáis en una fría mañana a la Academia de Ávila, sois recibidos en la puerta por cuatro palabras: servicio, dignidad, entrega y lealtad. ¿Sólo palabras? Demostráis diariamente que son algo más que palabras, un lema que cala hondo en la mente y el alma de los que entendéis esa profesión como algo más que un sueldo a final de mes.
Truncáis robos, disolvéis peleas, consoláis a la familia de un fallecido, indicáis calles, evitáis hurtos, auxiliáis a accidentados, incautáis droga…
Seguramente cuando entrasteis alguna vez en un bar a tomar un café al inicio del servicio para paliar el frío y alguien os vio, pensó: “Míralos, que bien viven, de servicio y en el bar”. Lo que no saben es que trabajáis 10 horas de noche, después de haber patrullado otras tantas horas durante la mañana y casi las mismas horas en la tarde anterior. Y todo ello conduciendo un vehículo, a veces a toda prisa, y estando alerta de todo lo que ocurre a vuestro alrededor, siempre dispuestos a acudir a dónde os requieran.
Es muy probable que también provoquéis la envidia de alguien que, al veros pasar en vuestro coche-patrulla, mascullase: “Menudo chollo, todo el día sentados en el coche, dando paseos, y cobrando por eso”. Lo que no sabe es que en unos segundos pasáis de estar sentados en el coche a correr detrás de un delincuente, que había robado un bolso a una mujer, que podía ser su abuela, madre o hermana; que vuestros “paseos” disuaden a los criminales, y que cada vez que salís al servicio vuestros padres, maridos o mujeres no saben si volverán a veros.
Vosotros sois policías, no solo por dignificar a una institución diariamente con vuestras actuaciones, sino porque lleváis en el corazón bordado el escudo emblema de este cuerpo.
Cumplís con vuestro lema hasta sus últimas consecuencias, sin esperar recompensas ni nada a cambio. Porque un policía debe hacer lo correcto, e intentar salvar vidas, aunque el precio fuese la vuestra propia.
Autor: Antonio Abarca