Carlos Fernández*
A los profesionales de la seguridad que, por nuestra especialidad, nos corresponde enfrentarnos de manera directa con las consecuencias de hechos criminales horrendos como pueda ser un homicidio o un asesinato, aliñados en ocasiones con unas circunstancias que los hacen especialmente execrables, una de las primeras preguntas que nos surge es ¿POR QUÉ? ¿Por qué alguien es capaz de lastrar al fondo del mar a dos niñas de corta edad, para causar dolor a la persona que fuera su pareja? ¿O de violar a una joven, asestarle varias puñaladas y enterrarla todavía con vida?
Es una pregunta que, por un lado, tiene su origen en el afán investigador de determinar el móvil de esa acción y poder abrir vías de investigación. Pero por otro está anclada en la simple necesidad humana de buscar una explicación racional al hecho de que alguien haya sido capaz de decidir causar tanto dolor a otra persona, en muchas ocasiones de manera “gratuita”, para satisfacer egos o vanidades personales.
Ante la noticia de un hecho criminal, especialmente perverso, son habituales las entrevistas de los medios de comunicación a los vecinos del inmueble que, respecto a la pregunta de cómo era en su trato diario el vecino presunto criminal, responden con frases como “era muy agradable”, “parecía una persona muy normal” o “nadie podía esperar que hiciera algo así”. ¿Cómo alguien que parecía normal como nosotros, fue capaz de cometer semejante atrocidad? ¿Qué características suponemos que tiene que tener un criminal atávico que nos permita trabajar desde la prevención? Se trata de buscar una explicación excepcional como pueda ser la existencia de algún tipo de trastorno del agresor. “Son comportamientos en los que hay algo más que el simple deseo de degradar, humillar, controlar y causar daño a nuestros propios semejantes” (Philip Zimbardo).
¿Existe la maldad? Claro. De la misma manera que existe la bondad, la humildad y la vanidad, la generosidad y el egoísmo, la verdad y la mentira, por ejemplo. El ser humano conforma un hábitat en el que pueden confluir, en distintas proporciones, características contrapuestas. Todo ello dependerá de factores innatos que darán lugar al temperamento, unido a un carácter forjado por valores y cualidades adquiridos, principalmente, del modelado de los entornos más inmediatos, estableciendo un comportamiento basal que definirá a esa persona. Alguien será considerado por los demás, como buena persona, egoísta o prepotente, por ejemplo, dependiendo de la personalidad que trasciende al exterior y, muy importante, de la interpretación que de ella hagamos cada uno. Pero ese comportamiento dominante en un individuo, también se puede ver alterado por las circunstancias que le rodeen. No será lo mismo estar en un ambiente distendido, que en una situación de estrés, lo que dará lugar a una variación, en mayor o menor medida, de ese comportamiento. “Nunca pensé que esa persona sería capaz de hacer lo que hizo”, “Parecía una persona muy tranquila pero…”, serían algunas de las expresiones que provocarán en los demás esa alteración de su comportamiento basal.
Pero la maldad no sólo emerge como un comportamiento extremo, sino que también existe la denominada maldad cotidiana que puede ser camuflada en estrategias habituales para adaptarnos a las circunstancias que surgen en el día a día. Cada uno de nosotros justificaremos sobradamente nuestras “pequeñas maldades”, y posiblemente, otras personas podrán estar de acuerdo con ellas.
No está bien visto ser mala persona, por lo que al contrario de lo que ocurre con los comportamientos bondadosos, con los que no solemos tener ningún problema en proyectarlos abiertamente hacia nuestros iguales, la maldad se encuentra en el lado oscuro y, afortunadamente, la mayoría de las personas dispone del adecuado “locus de control interno” para que siga en ese lado.
La maldad extrema tiene trascendencia, es mediática y crea grave alarma social, por lo que siempre ha sido objeto de estudio, estableciendo varias teorías sobre sus orígenes. El instinto de supervivencia activado por el “cerebro reptiliano”, puede crear impulsos destructivos que provocarán conductas simples o impulsivas basadas en estados fisiológicos como el miedo, el enfado, el hambre, etc,. Pero también tenemos que considerar factores sociales, culturales, de crianza o psicológicos como origen de la transformación del “homo sapiens” en “lobo sapiens” (Dixit Ricardo Magaz), o lo que los filósofos bautizaron como criminal atávico o innatismo perverso.
El reduccionismo biológico de Ezechia Marco Lombroso, uno de los padres de la criminología, en el siglo XIX simplificaba bastante la forma de identificar a los criminales, en base a una serie de características físicas (forma del cráneo, de la mandíbula…). Pero las teorías han evolucionado con la criminología moderna y no va a ser tan sencillo determinar que nuestro vecino pueda ser uno de ellos.
Ya en la actualidad, en ese interés de explicar donde reside la maldad extrema, la Universidad de Ulm y de Koblenz-Landay de Copenhague, publicaron un interesante estudio con el que introdujeron el concepto del FACTOR D, que recogería esos comportamientos del núcleo más oscuro de la personalidad humana. La idea es establecer que, de la misma manera que existe el factor G que recoge nuestras habilidades cognitivas (Charles Spearman), se puedan establecer grados de puntuación de la maldad. El factor D estaría conformado por 9 rasgos oscuros en los que puntuarían más alto las personas con un comportamiento malvado que, por encima de cualquier persona o circunstancia, situaría sus propios intereses, deseos o motivaciones. Esos rasgos serían el egoísmo (preocupación excesiva por sus propios intereses), maquiavelismo (manipulador emocional y estratega), ausencia de sentido moral, narcisismo, derechos psicológicos (se siente merecedor de más derechos que los demás), psicopatía, sadismo, interés social y material (búsqueda permanente ganancias y refuerzos) y malevolencia (preferencia por hacer el mal). Este argumento es similar a la denominada “Triada Oscura de la Personalidad”, que definirían lo que se llama comúnmente “mala personas”, y estaría compuesta por los conceptos maquiavelismo, narcisismo y psicopatía.
En muchas ocasiones será difícil encontrar una explicación racional al crimen y llegaremos a la íntima convicción de que LA MALDAD HUMANA existe.
Pero puede surgir la pregunta ¿qué nos aporta el conocimiento de todas esas teorías científicas a los profesionales que, desgraciadamente, en algunas ocasiones tenemos la oportunidad de encontrarnos cara a cara, frente a la MALDAD EXTREMA, con nombres y apellidos? Por un lado, nos permitirá aplicar en la investigación del crimen, una serie de técnicas basadas en la psicología investigativa, como puedan ser los perfiles criminales, la victimología, los perfiles geográficos o la psicología del testimonio. Pero por otro, nos permitirá comprender los procesos cognitivos del criminal, estableciendo no solo el ¿POR QUÉ?, sino también el ¿PARA QUÉ? lo ha hecho, de gran importancia para trabajar también en la fase preventiva del delito. Por ejemplo, en los casos de violación, el POR QUE podría ser la satisfacción del instinto sexual del agresor, pero si nos adentramos en el PARA QUÉ, veremos que la satisfacción que para el violador supuso el sometimiento, el dominio, la degradación y la humillación, podrá ser mayor que la meramente sexual.
Actualmente no entenderíamos la investigación de un homicidio sin la intervención de los Equipos de Laboratorio en Guardia Civil, o de Policía Cientifica en el “Cuerpo hermano” (CNP). La criminalística está plenamente incorporada en la investigación de un crimen. De la misma manera y desde hace ya un tiempo, se van incorporando otras técnicas de investigación. Ya no sólo buscamos la huella material, también utilizamos técnicas para descubrir la huella psicológica. La psicología investigativa con los perfiles geográficos, perfiles criminales, la victimología o la psicología del testimonio, son algunas de las herramientas con las que debemos contar en toda investigación. Esto que parece algo en lo sólo son vanguardistas en E.E.U.U., tanto Guardia Civil como el Cuerpo Nacional de Policía, dispone desde hace más de veinte años, de Unidades de Análisis del Comportamiento Criminal, estableciendo perfiles o llevando a cabo entrevistas cognitivas.
Un claro ejemplo sería un caso real de agresión sexual serial, aliñada con una gerontofilia (atracción sexual hacia personas anciana), en este caso a seis mujeres octogenarias. Gracias al establecimiento de un perfil geográfico, en un primer momento, junto al perfil criminal que se obtuvo de las escenas donde había actuado y manifestaciones de las víctimas, se pudo llegar a identificar al agresor. Una vez localizado, y adaptando la actuación a las características de su personalidad, la psicología del testimonio hizo el resto. Ver como describía cada una de sus agresiones, regocijándose de la violencia extrema y la humillación que había ejercido sobre sus víctimas, sin hacer ninguna referencia al supuesto goce sexual, definía bastante bien el PARA QUÉ de esas agresiones.
La observación del lenguaje gestual, no verbal, en muchas ocasiones nos servirá como elemento de investigación, aunque sea meramente indiciario. Después habrá que complementarlo con evidencias sólidas, pero puede servirnos para orientar la investigación. En este sentido quiero destacar un caso de homicidio ocurrido durante la pandemia. Nos encontrábamos en la fase inicial, tomando declaraciones a las personas más próximas a la víctima. Uno de ellos mostraba una actitud especialmente nerviosa, pero en estas situaciones hay que tener en cuenta también que una persona no está todos los días en unas dependencias policiales, declarando sobre un asesinato, así que ese tipo de comportamiento podía ser entendible en el estrés de la situación. Había que conocerle fuera de ese hábitat, así que le invité a tomar un café. Pidió un café con leche y llevaba más de quince minutos sin echar el azúcar. Cuando de la conversación dedujo que él estaba descartado como sospechoso, fue cuando, después de quince minutos agregó el azúcar y removió el café con leche que ya estaba frio. A partir de ese momento, y a falta de otras líneas de investigación, se convirtió en el principal sospechoso, que finalmente fue detenido gracias a las pruebas que se recabaron sobre su participación.
¿El investigador nace o se hace? El investigador se puede hacer, pero considero que en un buen investigador siempre hay una parte muy importante de predisposición, que viene de base. Utilizando un símil futbolístico, seguro que hay muchos futbolistas que entrenaban más y mejor que Mesi, pero esa parte innata marcaba la diferencia.
¿Es una labor peligrosa la del investigador policial? La labor policial en general, a pesar de que, según la consideración oficial, no estemos considerados profesión de riesgo, estamos sometidos a dos tipos de peligros importantes, el de nuestra seguridad física por un lado y la jurídica por otro. Tanto una como otra siempre están acechando.
¿Existe el efecto llamada? La tipología criminal es muy variada y por lo que respecta a las variables que en un momento puedan concurrir en la comisión de un número significativo de determinados crímenes en un corto espacio de tiempo, habría que hacer un análisis de todos esos factores. Sobre todo, en los denominados crímenes expresivos o emocionales, que son los más sensibles a esas interacciones, además del posible efecto llamada, también se intentan explicar por posibles influencias de las fases lunares, de las teorías térmicas o, incluso, de situaciones de depresión económica.
¿Los policías tenéis un sexto sentido? Es lo que normalmente se define como “instinto policial”, pero en absoluto hay que buscarle una explicación esotérica. Se trata del conocimiento y la experiencia de ese policía, que se ponen de manifiesta en un momento determinado.
¿Un investigador criminal, puede disociar su vida personal de la laboral? En muchos casos no. Es imposible tener compartimentos mentales estancos, sobre todo cuando gestionas casos de especial gravedad. Tanto por el apoyo emocional que les puedas aportar, como aclarar dudas que les surjan o recibir algún tipo de información relevante para el caso, detrás de cada caso hay unos padres, unos familiares a los que no les puedes decir que sólo recibes de 8 a 15 y de lunes a viernes. Hay que estar ahí y esa es una función que es conveniente personalizar y, en mi caso, la asumo yo como Jefe de Equipo. En este punto tengo siempre presente el artículo 8 de la Cartilla del Guardia Civil que comienza diciendo “Será un pronóstico feliz para el afligido…”, y creo que así debe ser.
¿Son condiciones de trabajo complicadas? Pues si porque son investigaciones también complicadas. Si no asumes estas condiciones, esta no es tu Unidad.
¿De qué manera desconectas del trabajo? Tampoco es que necesite desconectar mucho porque después te cuesta más volver a conectarte (risas). Considero importante trabajar mente, alma y cuerpo. La familia, los amigos, la montaña y el deporte, son importantes para mantenerte estable emocionalmente.
¿Cuál es la persona más peligrosa? Normalmente es aquella que no lo parece. Pero si tuviera que hacer referencia a alguien con el que haya estado cara a cara, sería el autor del homicidio de un joven taxista en el Bierzo. Le mató de un disparo en la sien para robarle 20 euros de la recaudación. Cuando lo detuvimos me encontré con un personaje de mirada dura y frio. Un psicópata de manual con todos los condicionantes que hemos estudiado en Criminología o en las academias. Tenía a sus espaldas otros tres homicidios por los que había estado en prisión, y otras dos tentativas de homicidio en la provincia de Salamanca. Hablé con él durante toda una tarde y reconocía que no tenía la capacidad de empatizar con los sentimientos de otras personas, como podían ser los padres de ese joven taxista al que él había asesinado. Una infancia en la que el modelado era su padre alcohólico y su madre prostituta y drogadicta, no ayudaba mucho, con la posible connivencia de alguna predisposición innata que facilitó el resultado final. Me dijo que le gustaría poder seguir hablando algún día cuando estuviera en la cárcel, pero no tuve posibilidad porque murió de un infarto en la prisión de Daroca.
¿Qué caso es el que más te impactó? Los casos que me superan son los de agresiones sexuales a niños. Hemos visto videos de agresiones sexuales a niños de meses o de pocos años, que ponen de manifiesto lo peor del ser humano.
Carlos Fernández. Criminólogo. Colaborador en el Master de Análisis del Comportamiento Criminal de la U.S.A.L. Desempeña sus funciones como Sargento 1º Jefe del Equipo de Homicidios y Delitos contra las Personas, en la Unidad Orgánica de Policía Judicial de la Guardia Civil de León. Negociador para situación de toma de rehenes.