Cada gobernante – aunque gobierne una escalera como presidente de la comunidad de vecinos, que conozco gente que la nombran esa mierda y se viene arriba como si lo hubieran hecho secretario general de la OTAN-. Todo gobernante pretende hacer una gran obra y pasar a la posteridad con ella. Es la manía que nos han metido de pequeños. Todos tenemos que ser inmortales. Un presidente de comunidad, que en su vida ha sido ni bedel de un instituto, solo ordenanza de su casa, lo nombran y, para empezar, se hace una tarjeta de visita que pone en letras gordas PRESIDENTE y añade con letra más pequeña, de la comunidad de vecinos de la calle chorrera número ocho. Luego se empeña en repintar la fachada y que el ascensor no esté permanentemente averiado, cosas sumamente laudables. Busca ser recordado como benefactor.
Me voy mucho más lejos. Acordaos de los dólmenes megalíticos, junto a mi pueblo, la Cueva de Menga en Antequera. De los faraones egipcios que levantaban pirámides imposibles, esfinges del copón y todo no era más que ansia de inmortalidad. Del Partenón griego o del Arco de Constantino en Roma. Del Vaticano o de las catedrales de Burgos o León. De la Alhambra y de las pirámides aztecas. Pura ansia de vencer al tiempo y de conquistar la eternidad. Como las religiones, como los mitos, como las ensoñaciones absurdas.
Todo el mundo quiere ser joven, quiere ser guapo, quiere ser sano, quiere ser eterno. Por eso los “homo sapiens” – lean a Yuval Harari- inventaron interesadamente relatos en los que todos estaban inmersos: las Tablas de la Ley, los pactos de Dios con un pueblo elegido, la venida del Mesías, la Resurrección…relatos interesados que les arreglaban la existencia y que los conectaban con una unión indeleble. Unos somos nosotros y los demás son los otros, los enemigos, los que no están de nuestro lado. Recuerden las guerras contra los moros o contra los protestantes, como ejemplo de unión, junta fuertemente con el pegamento eclesiástico e interesado de obispos y papas, que por cierto han vivido de puta madre del cuento. Los altares y las espadas juntitos.
Eso y no otra cosa es el Estado. El Padre cabrón que castiga y protege y con el que tenemos una ambivalencia afectiva indestructible. Nos cobra impuestos y nos sanciona si nos escaqueamos del pago, pero nos manda una ambulancia si nos da un infarto o a los bomberos y la policía si tenemos una tragedia en casa. ¿Ven como reaccionaron con pegotes de barro y con palos en los cristales, los vecinos de Paiporta cuando se sintieron desamparados, cuando vieron que el Estado había fallado al protegerlos?
Si el Estado solo actúa como una madrastra, la gente se cabrea sin remedio. Hoy me han llegado diez o doce mensajes que han enervado a bastante gente. Una decisión sin motivo que puede conllevar un coste.
Una señora que me gustaba cuando ejercía de contestataria en la trinchera: Mónica García. A esta médico, le ha pasado como a la letrada Yolanda Díaz, vicepresidenta, que también me gustaba. Cambian cuando dejan de estar en la trinchera y de formar parte de la manifa vocinglera, dejan de vestir de trapillo y se lanzan como locas por el diseño de Anibal Laguna, Roberto Verino, Pertegaz o como leches se llamen, que yo sigo vistiéndome en el mercadillo de Babel, en un gitano que con voz aguardentosa grita cada jueves y cada sábado: “Comprar las sabanas aquí. No se las compréis a los chinos que son de un metro diecisiete y “te se salen” los pies por debajo. Estas son como las del Cortinglés”.
Cuando dejas los vaqueros gastados y la camiseta trapillo. Cuando dejas las zapatillas marca la pava y te vas directa a Gucci, a Ferragamo o a Manolo Blanik. Cuando dejas Vallecas y te vas a Serrano o a Mahadahonda. Cuando dejas el Renault 5 y te subes al coche en el que te abre la puerta y te aparca la policía, empieza a ser muy difícil ser comunista. Te empiezas a preocupar mucho más por tu culo que por el culo del pueblo llano. Ley de vida.
Hablemos en primera persona sin ánimo de impresionar, porque es lo que conozco. Aprobé la primera oposición en Madrid en enero de 1977, un niño. Un niño con hambre porque cuando aparecí por la puerta del Ministerio de Justicia en la calle San Bernardo, unos calvos gordos con chaqueta que también se presentaban, me preguntaron: ¿Cuántas veces te has presentado? Yo, ninguna, contesté. Esta es la primera. ¿Entonces vendrás a ver cómo es el examen, no? ¡Qué cojones. Vengo a aprobar porque, si no, no como! Y ellos se rieron afirmando: nadie aprueba a la primera.
Era una época negra. Campaban a sus anchas las hordas fascistas entonces: los guerrilleros de Cristo Rey, los asesinos de Atocha que acababan de acribillar a los abogados una noche en su despacho. Se cocían golpes de estado cada semana – Inestrillas, Crespo Cuspinera, las bandas de El Alcázar y el 23 F, que tardó un poco pero ya se cocinaba y espero no morirme sin leer todo el tejemaneje-. Con ese panorama, antes de cumplir los veintidós años, entré en Carabanchel. Lo digo por “los rojos de salón” que critican y dicen facha y a los que hay que perdonar con la frase evangélica: no saben lo que hacen. No tienen ni puta idea.
Nada más entrar en prisión me llegó un señor apellidado Barrios, un administrativo, y me dio a firmar mi alta en Muface. Ni idea de qué era aquello porque yo, para operarme de apendicitis con catorce años, fui usuario de la beneficencia. Si no hubiese habido beneficencia y monjas en el Hospital de Don Benito, Badajoz, habría palmado por lo que aún se llamaba “cólico miserere”. Trabajé cuatro veranos en una fábrica de plástico – escuchad o leed, comunistas, Yolanda y Mónica- pero sin asegurar y sin ser dado de alta en ninguna seguridad social porque el empresario quería ahorrar y ganar más dinero. ¿Veis por qué dice Eslava Galán que tengo que escribir las memorias?
Entré en Muface a principios del 77 y ahí sigo. No sé si es privilegio o es enchufe o qué cojones es, pero me examinó de mi primera oposición el suegro de Landelino Lavilla y con Arias Navarro – carnicerito de Málaga-; con Suárez – el mejor presidente que ha tenido jamás España-; con Felipe González – al que han defenestrado después de jubilarse quienes se llaman socialistas y que es una enciclopedia andante y admirada; con Aznar que me caía fatal; con Zapatero, del que me niego a opinar porque me invitó a sopa de trucha en León después de una conferencia mía en la universidad de León; con Rajoy que tampoco me caía bien porque jamás se supo si subía o bajaba; y con Sánchez que se ha cargado todo lo cargable para beneficiar a Puigdemont. No sé si Puigdemont, mis amigos del PNV y de Bildu – los conozco a todos- y mi paisano Rufián y otros charnegos, le han ordenado que se cargue a Muface. Entiendo que por el principio de igualdad porque el dinero sobra que Puigdemont ha pedido más pasta para apoyar y ya veréis si se la dan.
¿Se cargará también al Isfas y a Mugeju? Si la salud publica está pésima ¿Cómo irá si meten a los millones de funcionarios activos y jubilados que les llegan de golpe?
Me importa un huevo. Durante muchos años me caducaban los talones de Muface porque no iba jamás al médico y ahora, cuando me va a hacer falta, me joden sin vaselina. Muy bien y viva el estrado protector y del bienestar. Yo no quiero nada, solo a mi rubia del Jaguar. Yo no pido la inmortalidad , ni setenta y dos huríes esperándome permanentemente vírgenes en el paraíso. No quiero cambiarme de sexo ni echar dos polvos diarios a mi rubia del Jaguar, como si fuera el verraco de los toros de guisando. Me conformo con un dulce y suave de vez en cuando. Quiero vivir sin tocar los cojones, con la tranquilidad de que si me da un telele o si tengo – que en la vejez se te aceleran todos los males- una enfermedad importante, no me hagan peregrinar de médico en médico porque el que tengo desde años, ya conoce las teclas. Dicen que van a negociar un plazo excepcional para pacientes complejos.
¿Qué son pacientes complejos? Me da exactamente igual. Yo me voy a morir y ellos, el gobierno en pleno, la oposición, la conferencia episcopal, Trump, Putin y el Dalai Lama. Nos vamos a morir todos. He aguantado siete años interno cuando mis padres mandaban divisas a España desde Alemania, he aguantado año y medio de mili y cuarenta años de cárcel con el rollo etarra encima de mi cogote – y al gilipollas que lo ha negado en no sé qué video- le aconsejo que lea las memorias de Juan Alberto Belloch, pedazo de biministro, que lo dice bien claro. Si han hecho leyes “ad hoc” a la medida de Puigdemont, si han instalado la presunción de culpabilidad, no me voy a morir porque se carguen Muface y tenga que volver a curarme al Sabio de Villanueva que sanaba con tazones de agua caliente con aceite y oraciones a Mulana, como los moros en Larache. Progresamos.