“Cómo a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor, cuán presto se va el placer…”, escribía Jorge Manrique, el poeta más grande del mundo junto con Miguel Hernández, el hombre que anduvo acampado en El Pedernoso – lugar del QUIJOTE NEGRO E HISTÓRICO- y fue a morir a Castillo de Garcimuñoz, defendiendo algo a lo que Isabel no tenía derecho aunque las monarquías… ya sabemos.
Qué maravillosos tiempos aquellos en los que el mes de Agosto nos dedicábamos a bailar el “Bimbó”, “La barbacoa” y “La playa estaba desierta, el sol bañaba tu piel”. Ahora no nos dejan descansar: los políticos. En su afán de poderío – hablo con la autoridad que me otorgan cuarenta años de cárcel- se parecen a los estafadores: trabajan muchísimo, para arriba y para abajo, maquinando aquí, intrigando allá, muchísimo para conseguir su objetivo: vivir sin trabajar. Miren la que hay liada en la calle que se ve perfectamente retratado en “Las guerras de nuestros antepasados” de Delibes: “Lo que hay fuera ya lo sé, míralos, los unos contra los otros”. Peleando fieramente por el sillón y lo que conlleva.
Yo observo este revoltillo infernal desde mi atalaya de vejestorio pasota, aguantando abuelos insoportables, cuidadoras dictatoriales y hasta al cura que suelta diariamente una sarta de gilipolleces que para sí querría Chesterton. Ayer nos pegó una brasa con la Trinidad que no se la cree ni él. Algún día os hablaré de un colega que tuve en Filosofía, en Granada, manchego y loquísimo, como Don Quijote, buen hombre que se le fue la olla con la gilipollez de tres personas distintas y un solo dios verdadero. Rollos aristotélicos y platónicos que trajeron al listo de Mahoma con su golpe de islam.
Nos contó, el cura pelmazo al que hasta el obispo parguela ha dejado por imposible, cómo el espíritu – no sé cuál ni de quién- nos transmitía la sabiduría y el conocimiento. Mientras era contemplado, y no sé si oído porque todos andamos ya con los tímpanos acartonados, por un auditorio medio imbécil – empezando por mí- que, según las caras aleladas, de sabios teníamos poquísimo. Me mantiene pacíficamente en este pre crematorio al que cada día tengo más ganas de pegarle fuego conmigo dentro, la esperanza de que aparezca la rubia del Jaguar, con su andar ondulante, con su sonrisa eléctrica, con su culo divino que da fe de que la divinidad existe, con su boca jugosa y tentadora que algún día me provocará el infarto definitivo. Todo el mundo intenta ser fino, delicado y políticamente correcto, se autocensura y evita habar del culo cuando es lo primero en que nos fijamos – miente quien diga lo contrario que yo lo he oído bisbisear en dos millones de sitios y circunstancias distintos.
Este pre mortuorio, balneario con spa, para definirlo publicitariamente, parece más un reformatorio de menores que un sitio de reposo. ¿Quién habló del abuelito pacifico y relajado que cuenta a sus nietos la historia de Blancanieves y los siete enanitos? ¿Quién habló del ciego encantador que recita coplas de cordel y romances de amor? ¡Mierda de vejez! Aquí se acumula más mala leche que en la vaquería de mi pueblo si es que existe aún, la vaquería y el pueblo. Aquí las broncas son continuas hasta el punto de que creo, que el gerente – me recuerda a mi época carcelaria- está negociando sustituir a un grupo de auxiliares de clínica por un grupo de antidisturbios. Ayer, la abuela del flotador con la cabeza de unicornio, se empeñó en entrar con él al comedor. Hizo falta que viniera el negociador de los grupos antiterroristas de Iñaki Sanjuan, ese inspector jefe, especialista en yihad, autor de “ El protector” que va a estar en El Pedernoso.
Cuando se solventó el levantamiento armado de la abuela del unicornio, hubo otra bronca de dos abuelos con carrillo sostenedor que pretendían ocupar el mismo sitio frente a una ventana que da al pinar. Esos deben de estar enamorados como yo y les va lo bucólico. Luego hubo otra tangana con el mando de la televisión porque la pelea se sustentaba en si había que ver un programa de preguntas o uno de cuernos y cotilleo. Ahí medié y mi sentencia fue definitiva: ¿Programas de cuernos? – dije-. No nombremos la soga en la casa del ahorcado. Pensaron que era un refrán o una jaculatoria porque otra abuela respondió “Ora pro nobis”.
Estaba acabando el telediario cuando noté que se me esponjaban las carnes e incluso tenía un principio de salto de testosterona. Yo la huelo a distancia. Vi su andar por el pasillo resucitando muertos, incluido el mío, con su presencia milagrosa: la rubia. No cualquier rubia. La del Jaguar, aunque esta vez, tiene que ser otro de sus milagros, traía un Volvo descapotable. ¿Cómo puede este monumento nacional de mujer fijarse en un cuerpo escombro como el mío? Esto es más difícil de entender que el misterio ese inútil de que hablaba el cura de misa y olla esta mañana.
Me da un beso al aire. Nota mi gesto de protesta y levanta los ánimos de todo el pre crematorio dándome otro como solo ella sabe hacerlo.
Amor – dice dirigiéndose a mí como si yo tuviera veinte años y doce mil canas menos- ¿has visto la que se está montando en Cataluña?
He oído amor, es a mí a quien la rubia ha llamado así y me he venido arriba. Como decía Agustín González, pedazo de actor y magnifica persona en “La corte del Faraón” cuando bailaba una danza egipcia Ana Belén, hasta creo que he tenido un principio de erección. He oído amor y voy a dar lo mejor de mi en la respuesta. Cariño – me he venido arriba definitivamente y de esta le pido matrimonio- : quien siembre vientos, recoge tempestades. Ya lo decía Gerald Brenan, aquel inglés sabio que vivió en la Alpujarra: cuando flojean los poderes centrales emergen los periféricos. Estos solo han leído a Maquiavelo para lo que les interesa. “El que tolera el desorden – decía el sabio florentino- para evitar la guerra, tiene primero el desorden y después la guerra”.
Esto, evidentemente hay que situarlo en su contexto de cuando se escribió, pero aquí las cosas están tomando un cariz gris mierdoso que espanta. No hablamos de guerra al uso sino de desastre de organización, la casa de “tócameroque”.
A mi – dice la rubia del Jaguar-Volvo – ya me pareció vergonzoso ver a los Puigdemones corriendo entre la multitud, escoltados por tres o cuatro gorrillas. Cerraba la comitiva un señor mayor como para estar en este balneario, grandullón, calzones y que corría asfixiado como si lo persiguieran los grises de hace cincuenta años. Pujol, se llama y es senador de Junts, otro que vive del rollo.
Ya viste – respondí- el espectáculo que ofrecieron. Un mitin apresurado, una carrera como entrenando la Maratón y una huida como si fueran roba gallinas de la España franquista más oscura. Todos cobrando del Estado contra el que están. Un ridículo policial como no se ha visto otro y una operación jaula esperpéntica, que más podría llamarse operación coladero, porque el coladero estaba pactado y me apuesto el cuello.
Vemos que la situación sigue instalada en el desorden. El jefe de la banda sigue exigiendo desde Waterloo y dice que el pacto de la investidura ya no vale, que hay que hacer otro – exigiendo más, que estos no dan puntada sin hilo- para rentabilizar los siete votos que mantienen a Sánchez en la Moncloa. ¡Ojo que es muy legítimo! Porque las leyes están para cumplirse y no para derogarlas y cambiarlas a gusto del consumidor. Ya lo estamos viendo con el señor Illa. Promete construir una España plural y diversa -maravillosa-, habla de mano tendida, pero yo veo conselleres del partido de un señor que sigue huido, sin comparecer ante la Justicia y reiterando su voluntad de volver hacer lo mismo por lo que se ha fugado el del maletero y por lo que continua en busca y captura. Habla de repetir lo mismo por lo que ha sido amnistiado. ¡Cojones! Que no me quiero meter en berenjenales legalistas porque solo soy un anciano que cobra porque ha estado cuarenta y cuatro años trabajando, jugándose el pescuezo y todavía tiene que pedir un préstamo para ponerse un sonotone y pagar el sildenafilo a tocateja para poder acceder a la rubia del Jaguar. ¡Ostias, que lo hacen a uno hablar mal y no le financian nada singularmente!
Creo que ha llegado el momento de un gran pacto de estado entre socialistas y populares, para derogar la Ley D´Hont y hacer una nueva. Lo mismo que se han derogado artículos que no convenían a quienes apoyan los sillones de Sánchez. No pueden dirigir el Estado ni ser bisagras imprescindibles los partidos que están abiertamente contra el Estado porque eso es una aberración además de una gilipollez suprema.