¿Hizo la policía algo bueno?

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Esta pregunta la plantea un prestigiosísimo autor de novelas históricas. No es un autor cualquiera, pues, por ese solo hecho, se autotitula historiador. No se para aquí. Además, se dedica a impartir lecciones y a expedir carnets de verdadero o falso historiador. Según repite de forma machacona, la Policía no hizo nada bueno desde su fundación en 1824. Basa esta tesis tan descabellada en un solo artículo de un periódico, “El Eco del Comercio”, al que no se somete a ningún tipo de crítica[1] ni de comentario ni se le compara con otras fuentes contemporáneas ni con lo que publicaron otros periódicos. Es el mismo método de investigación que este exitoso novelista hace con un artículo de Larra: reproducirlo sin cuestionarlo y elevarlo a dogma de fe. La policía no hizo nada bueno, porque fue una policía política y durante la Década Ominosa no se empleó en otra cosa que perseguir liberales. Todo ello sin contrastar con otras fuentes e intentando desvirtuar los argumentos que se le dan en contra, basados en documentos originales conservados en un archivo estatal. Su investigación, en la que no se ha incluido la visita a ningún archivo, ha sido tan profunda, como se va a poner de manifiesto con algunos ejemplos.

Publica un bando tremendo de Juan José Recacho contra los liberales. Sin más discusión, como decía Lope de Vega, esa afirmación pasó de las musas al teatro, se convirtió en realidad. Sin embargo, hay muchos hechos que desvirtúan la persecución tremenda de Recacho a los liberales. El primero es del Consejo de Estado, cuyos libros de actas de esta época se conservan. Gracias al del año 1826 sabemos que se acusó a la policía de no implicarse lo suficiente en la lucha contra los liberales. Y por ello, ese organismo pidió su supresión. La participación de la policía en el terror del año 24 fue muy relativa, porque no se terminó de implantar hasta junio en todas las provincias. En muchas de ellas se retrasó, porque se tuvo que hacer previamente la división en barrios. ¿Cómo pudo producirse esa politización que un maestro ciruela moderno dice que se produjo, si no ha pisado en su vida ningún archivo?[2] Solamente por la lectura de un bando: esta es la forma de escribir la historia. El Consejo de Estado le desmiente, pero, como no ha visto ese libro de actas ni sabe que existe ni dónde se encuentra, se puede permitir decir cualquier cosa[3].

in embargo, hay más fuentes primarias que ayudan a entender lo que pasó. Existen testimonios directos de quienes se tuvieron que defender de acusaciones vertidas en “El Eco del Comercio” contra ellos, la peor de las cuales, era que hubieran estado destinados en la Policía. Estas acusaciones dieron lugar a contestaciones, como la que vamos a transcribir (no es la única ni se cuentan con los dedos de una mano, por cierto). Como se verá la policía, según este maestro ciruela, obró mal y sin hacer ninguna cosa buena, haciendo lo que realmente hizo, como lo atestigua alguien que participó en los hechos, que relata:

 ”El benemérito D. Juan José Recacho era superintendente de policía en el año 1825, y a su celo y actividad se debió el descubrimiento de la conspiración de Besieres. Dicho señor, que conocía a fondo mis ideas y principios, y que sabía que en Tortosa existía el foco de la referida conspiración, quiso que yo pasase a dicho punto a tomar el mando de su policía; mas como para este encargo necesitaba nombramiento real que yo no podía ni quería tener me nombró secretario… El Excmo. Sr. D. Salvador Meléndez y Bruno, gobernador de aquella plaza, y luego subdelegado de policía, cuyo patriotismo y firmeza la liberó durante todo su mando del que ejerciera en ella el maléfico influjo con que devastaba a Cataluña el conde de España, podrá decir también cuáles fueron mis servicios antes y estando a sus órdenes: lo podrán también decir más de doscientos patriotas, cuyos expedientes de purificaciones vinieron a mis manos para informes de la policía, y no hubo uno solo que no saliera de ella brillante, y cual podían desear los interesados. …. En el año 31 fui trasladado a Córdoba, como contador de mismo ramo con el sueldo de 7,000 rs. Los servicios que hice en esta provincia constan en el ministerio de la Gobernación, y los testificarán todos los patriotas de la misma, entre quienes me atrevo a citar al señor don José María de Pedrajas, actual procurador a Cortes y entonces preso en una cárcel; este señor dirá quién fui y quién soy, y si hice servicios a la causa de la libertad y a los liberales, con eminente exposición de mi existencia”.  Para ese novelista emérito, Nicolás de Bocevier en su comunicado a El Español, que este publicó el día seis de enero de 1836, secretario de la subdelegación de policía de Tortosa, no hizo cosa buena salvando a doscientos liberales ni favoreciendo a otros muchos en Córdoba[4].

En la actualidad también hemos hecho cosas muy mal. La principal es llevarle la contraria a tan eximio maestro, que se coloca por encima de las universidades de Salamanca, Complutense de Madrid, de la Real Academia de la Historia y de quien haga falta, pues él no es tan fácil de engañar como todas estas instituciones ni más que se le pongan por delante. Eso sí, defendiendo  tesis falsas, carentes de apoyo documental y sin ceñirse a ningún tipo de metodología científica.

Acusa a los historiadores de la policía  de tener, desde siempre, mucho interés en ocultar el Real Decreto de 4 de octubre y de haber corrido un tupido velo sobre ese real decreto. Tanto ha sido este afán de ocultamiento, que no apareció en el libro “Origen y creación de la policía española”, publicado en 1982. Se presentó en la casa de la Villa de Madrid a Don Felipe González y al entonces alcalde de Madrid, profesor D. Enrique Tierno Galván, el día de la Constitución de 1983. Nadie puso ninguna objeción al libro hasta que ha llegado alguien, cargado de tanta sabiduría, sin haber pisado en su vida ningún archivo, a dar lecciones, reencarnando al maestro ciruela. No cae en la cuenta de un pequeño detalle: en ese libro se dice expresamente que los documentos a publicar están comprendidos en un espacio temporal comprendido entre julio de 1823 y febrero de 1824. Que yo sepa el año 1835 no está comprendido en esa fecha. A no ser que el maestro demuestre lo contrario, claro.

Tan oculto permaneció ese decreto, que lo tuvo que descubrir él treinta y nueve años después. Lo hizo, a pesar de estar publicado íntegramente sin que le faltase una coma en un libro editado por mí en 1985. Demuestra que es un profundo desconocedor de la bibliografía[5], cuando afirma que se cuentan con los dedos de una mano los que nos hemos dedicado a la historia de la policía. Esto es una muestra más de la profundidad y cuidado que ha puesto en su investigación. Ese decreto se puede encontrar entero y verdadero en las páginas 120-121 del libro “Introducción a la Historia de la Policía, (I) 1766-1873”. Lo gracioso de este caso, es que el tal autor y maestro indiscutible, no ha sido capaz de leer correctamente el texto de ese Real Decreto, a pesar de ser tan breve y tan claro. Lo que no le impide presentarse como el apóstol y profeta de la Gaceta de Madrid. El estúpido velo está en su mente y en los fallos de su investigación, tan cacareada. A lo mejor se debe a que las cataratas, le impiden una lectura correcta o que no sabe ni dónde ni cómo buscar la bibliografía y mucho menos, interpretar los documentos.

También se hace pasar como el gran descubridor del artículo de Larra sobre la Policía, del cual asume todo su contenido sin cuestionar ni por un momento ni una coma del mismo, cuando la verdad es que tiene muchas muy cuestionables. Larra había justificado la sublevación de Cayetano Cardero con el asesinato del recién nombrado Capitán General de Castilla la Nueva. Hacía suyas las mismas tesis que habían defendido en el Estamento de Procuradores días antes Argüelles, el conde de Toreno y el marqués de las Navas. Por cierto, todos estos partidarios de suprimir la policía perdieron la votación final del artículo VI en que se debatían las partidas presupuestarias destinadas a ella, por setenta votos contra cincuenta. Detalle del que nada dice nuestro prestigioso novelista, tal vez, como demostración de que es más objetivo y honesto que nadie. Omite todo lo que se dijo en aquellas sesiones en favor de la policía, incluida la amenaza de un ministro de que para defender al Estado sacarían el dinero de la partida que fuera necesario.

 Para colmo de desconocimiento de la bibliografía me recomienda la lectura de ese artículo. En octubre de 2021 publiqué un breve comentario a él en H50 Policía.  Se puede comprobar fácilmente. No solamente lo había leído, lo había estudiado.  Lo leí en 1972, estando en la Escuela de la Policía. El año 2012 publiqué un extenso comentario primero en “Cuadernos del Bicentenario” y después fue reproducido en “Ciencia Policial”, y otro más resumido, con el texto del artículo en “La Policía en el banco de pruebas. 1831-1873”. Cagancho en Almagro quedó mucho mejor que nuestro particular maestro. Le haré caso. Lo releeré por enésima vez, aunque los comentarios de este maestro de historiadores no me sean de mucha ayuda para entender su contenido, como no lo fue en su día el de Pierre Ullman, que se redujo a comentar brillantemente su aspecto formal sin entrar en su contenido.

Algo parecido le pasa con otro artículo que transcribe literalmente del Boletín Oficial de la Provincia de Valencia, titulado “El Celador de Policía”. Su introducción a la lectura de este artículo no puede ser más gloriosa ni más reveladora de su categoría como historiador: “Para que se hagan una idea de cómo veía la gente a los celadores de policía, adjunto el siguiente escrito de la época”. Para empezar ese artículo no es original de ese Boletín, es una copia de otro que apareció, oh sorpresa, el día 17 de junio de 1835 en “El Eco del Comercio”. ¿En su sección editorial? No, señor, en su sección literaria, porque era un escrito evidentemente satírico. Sin embargo, no cita para nada otra versión literaria del celador de barrio aparecida en “Los Españoles pintados por sí mismos” y ni mucho menos otra más cercana: un artículo publicado en la Revista Española, la misma que publicó el artículo de Larra, el 27 de enero de ese mismo año, en el que se pedía para ellos un aumento de sueldo.  Resulta incomprensible si tan mal estaban haciendo su trabajo, según ha descubierto este prestigioso historiador casi ciento noventa años después. Este señor que tantas hemerotecas ha visitado, no ha leído otros artículos en el mismo “Eco del Comercio” en los que se afirma que los celadores acudían con celeridad a las emergencias, que las celadurías y las comisarias fueron las primeras oficinas de la administración civil que abrieron al público veinticuatro horas al día, y que los alcaldes de barrio dependían de pies y manos para realizar su trabajo de los celadores. Constituyen otras tantas pruebas de su honestidad, de su objetividad, de su huida de la amnesia y de que hace un muy buen trabajo como historiador. Al celador lo retrata así un autor con la intención de satirizarlo, cosa que nuestro autor acepta sin rechistar y toma un apunte literario como un reflejo de la realidad, sin tomarse la molestia de contrastar esa información. Le sale su vena de novelar lo que lee, lo que es más fácil adaptarlo a la imaginación de su autor que molestarse en investigar más a fondo lo que, de verdad, pasó.

Vayamos ahora con el 175 aniversario y con el artículo publicado en el País por el profesor Juan Bautista Cullá. Este maestro, que no sabe nada de lo que pasó, se atreve a hablar de este asunto como si hubiera sido un testigo presencial. El resultado es que novela con todo detalle su fantasía e imaginación, debido a una falta de información completa y veraz de lo que realmente pasó. Es tal su atrevimiento que no distingue entre dos artículos que nada tienen que ver el uno con el otro y se atreve a hacer unas afirmaciones que son totalmente falsas y sin fundamento. Pero eso cuesta mucho trabajo, y alguien, que no ha pisado en su vida un archivo y, además, reparte carnets de buenos y malos historiadores, demuestra a cada paso que no sabe qué ni cómo se hace una investigación en regla ni menos un comentario de textos.

Hay un párrafo que no tiene desperdicio: “Como  hemos visto, Martín Turrado Vidal publica el escrito de contestación a los once meses y en un noticiero limitado solo para policías”. Sr Borrero, es Vd. un excelso Maestro Ciruela. El artículo que se publicó en la revista “Policía” no tenía nada que ver con la contestación al del País. Vd. que es tan riguroso, que nunca se  entera de nada en la documentación que maneja[6], porque no se da cuenta de que, en muchas ocasiones, esa documentación niega lo que Vd, afirma[7]. El artículo que se me pidió por la revista “Policía” tenía el fin de divulgar el 175 aniversario, explicando historia de la policía a mis compañeros. Eso me pidió el director de la revista “Policía”.   Vd. no tiene ni idea de cómo funcionaban las altas instancias en el Ministerio del Interior esos años, porque jamás ha estado destinado en ninguna de ellas. Sin embargo, eso no representa un obstáculo, para que se atreva a hablar de lo que pasó en esa ocasión, porque lo que no sabe, lo inventa. La Dirección General de la Policía no tuvo nada, absolutamente nada, nada que ver en este asunto, porque yo no dependía en esos momentos de ella. Las órdenes de escribir y el desistimiento de apoyar mi respuesta vinieron de otras instancias. Al final, la mandé por mi cuenta y riesgo a El País, que no la publicó, pero, a cambio, tampoco volvió a publicar nada contra el 175 aniversario. ¿Puede decirme dónde estaban entonces los detractores de ese aniversario? ¿Puede explicar lo que pasó entre el Ministerio del Interior y ese profesor, y a qué respondía la publicación de ese artículo en El País?  ¿Puede decir en qué noticiero limitado solo para policía se publicó mi respuesta a los once, doce o mil meses después?[8] 

No me resisto a terminar remedando un párrafo de Quevedo sobre un libro de Juan Pérez de Montalbán: Deje vuesa merced de alabarse de muy honrado y muy modesto en las contraportadas de sus libros; deje de citar frases que saca de las muchas recopilaciones de ellas a las que se accede a través de Google; deje las malicias, y deje la historia para Arnold J. Toynbee. La décima sobre ese libro de Juan Pérez de Montalbán puede aplicarse perfectamente al suyo: “Oh, Doctor, tu Para todos/entre el engrudo y la cola/es juego de perinola/ digno de otros mil apodos/ pues en él de varios modos/ para idiotas[9] y gabachos/ mezclas berzas con gazpachos./ Quítale el saca y el pon/ y el deja, y será peón/ para todos los muchach

[1] Si lo hubiera hecho, tal vez, hubiera descubierto que este periódico justificó la muerte de varios jefes del ejército por los soldados que mandaban, porque les acusaban de quedarse con el dinero que recibían para su manutención. ¿Se puede esto a elevar también a dogma fe sin riesgo de cometer una gravísima equivocación?  En cuanto a la policía, este periódico mantuvo una línea titubeante, porque tan pronto la alababa como la vituperaba. En este caso, ese documento únicamente reflejaba la opinión de un lector. Nuestro maestro y prestigioso novelista eleva esa única opinión a dogma de fe verdadero e indiscutible y perpetúa la mentira. Es un comentario de texto, que demuestra ignorancia supina de la metodología aprendidas en primero de la carrera de Historia. Nuestro maestro ciruela no sabe leer ni interpretar documentos y se permite dar lecciones y carnets.

[2] Un argumento, lógico y razonable, que usa para demostrar que la policía estaba enteramente politizada, es el que el Superintendente General de Policía era el presidente de la Junta Reservada de Estado, que era un organismo político. ¿Qué diríamos si alguien cometiera la idiotez de afirmar que la Guardia Civil ha estado completamente corrompida por tener en algún periodo de su historia un Director General corrupto? Esta es otra muestra de lógica aristotélica, que pregona al principio de su libro. Sabrá, por lo menos, dónde se encuentran los papeles de esa Junta Reservada de Estado y los habrá leído y consultado, digo yo.

[3] La voy a dar la información: Archivo Histórico Nacional, Libro de Actas del Consejo de Estado, libro 53 d. Acta del día 24 de abril de 1826.

[4] ¿Sabe Vd. algo, por casualidad, de la actuación del brigadier Javier Cornel en la Intendencia de Policía de Valencia? Por lo visto, no conoce nuestro excelso maestro la acusación repetida contra la policía de que estaba infiltrada por los liberales. Hay testimonios abundantes de ello tanto de capitanes generales como de miembros destacados de la Iglesia. Ponían como ejemplo a este brigadier, pero, claro, el problema sigue siendo que no ha pisado en un archivo.

[5] No busquen bibliografía en ninguno de sus dos libros contra el bicentenario. Perderán el tiempo. Esto es muy congruente con un libro serio de historia. Tampoco busquen conclusiones en el segundo: no existen, lo cual quiere decir que no tiene opinión fuera de lo poco que ha leído en otros sobre la materia. Tal vez sea un acierto, porque el que las tiene son un conjunto inigualable de disparates.

[6] Un ejemplo preclaro: siempre omite el apartado 2º del artículo 20 de la Real Cédula de 14 de agosto de 1827, por la sencilla razón de que no cuadra con sus tesis.  Habla de cosas que no contiene el Real Decreto de 2 de noviembre de 1840, como de la Subdelegación especial de Policía de Madrid.  Nunca habla de los partes conservados, pagados con el dinero de la policía, porque ni los ha visto ni tampoco coinciden con ellas. No ha visto en que se empleó el dinero destinado a esos gastos de policía secreta, que no fueron solamente políticos. La mayor recompensa ofrecida, que yo sepa, es la que se ofreció a quien diera pistas para recuperar los objetos robados en el templo del hospital de San Luis de los Franceses de Madrid: 20.000 reales.

[7] Por ejemplo, en los Boletines Provinciales que transcribe, donde lo único que se encuentra son referencias a la integración de la contaduría de la policía en las de los ayuntamientos, pero nada sobre si siguió existiendo o no, porque pasó a depender de los Jefes Políticos en las capitales de provincia. ¿O es que no ha leído los periódicos de Madrid? Ese alarde documental por los Boletines provinciales, no sirve para nada. En las noticias de los periódicos ya hemos detallado un poco sus hilarantes interpretaciones. En un artículo anterior ya expliqué y demostré por qué su interpretación de la respuesta de José Grases en el Pueblo Soberano desmiente lo que Vd, dice, sin que deje lugar a dudas, exceptuando, claro está,  que su inmensa sabiduría sepa mucho más que lo que dejó escrito José Grases. Habla ese texto de una unidad policial especializada en la lucha contra la delincuencia habitual, compuesta por veinte policías “para auxiliar a los alcaldes constitucionales y perseguir la delincuencia”, pero dependía del Jefe Político, que era quien les ordenaba dónde tenían que realizar los servicios no de los Alcaldes constitucionales, a quienes auxiliaba. De estos servicios hay muchos reflejados en la prensa, pero Vd. no ha tenido tiempo para leerlos. Es más cómo afirmar que la policía no hizo nada bueno o que no existía a pesar de que todo esto lo diga quien la mandaba en una provincia, y quedarse tan pancho. 

[8] La respuesta se ha publicado únicamente en mi libro “Estudios sobre historia de la policía”, tomo III, de donde Vd. ha sacado el artículo del profesor Cullá, pero oculta a sus lectores mi respuesta, no siendo que se enteren de las falsedades que contenía ese artículo y sus libros y artículos. Esa respuesta se publicó por primera vez el año 2006, es decir siete años después. Estamos ante un relato novelado – mentiroso- una vez más.

[9] “El español llama idiota, al que teniendo obligación de saber o latín o facultad es falto e inorante en ella, o al incapaz que intenta el arte o ciencia, que no ha estudiado. De manera que esta palabra idiota, siempre tiene repeto a alguna cosa de las dichas arriba”. Es el significado que da Quevedo a esta palabra, según el Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Sebastián Covarrubias. Lo digo para que no dejarme atraer por el lenguaje de Quevedo, como le pasa a nuestro maestro admirado con el de los documentos que maneja y permite a los historiadores de verdad reírse  de él sin que se entere.

Historiador Martín Turrado Vidal

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