Prometí no dar la lata, o sea escribir, hasta septiembre, para dejarles descansar en vacaciones. A la fuerza ahorcan. Entiendan mi promesa como las de muchos políticos. Decía el viejo profesor, Tierno Galván: las promesas en días de elecciones – y en otros días, añado- se hacen para no cumplirlas. Miren, si no, las mil y una promesas de Sánchez – lo mismo las de otros, pero este es quien gobierna ahora-. El referéndum catalán y la independencia eran inconstitucionales e imposibles. Y ahí están. Se ha puesto el Estado por sombrero y hace lo que le parece,siempre y cuando el resultado sean siete votos o algunos más que le permitan mantenerse a duras penas en el sillón, en una legislatura moribunda en la que no se puede aprobar ni una ley de presupuestos. Sus adláteres, la contestación entre sus filas es mínima e inutil porque hay muchos sillones con sus respectivos sueldos en juego, agachan la cabeza y se lanzan al precipicio pensando que en algún momento surgirá un fenómeno cósmico, galáctico, sideral – adjetivos todos aplicables al pibón estratosférico que es la rubia del Jaguar- que les permitirá reconducir la situación y seguir mandando.
Difícil está la cosa con la gente pagando impuestos a tocateja y Sánchez perdonando no sé cuantos miles de millones a los señores catalanes para garantizar sus votos. Estoy vigilante – dentro de mi decrepitud y mi ancianidad- para ver cómo se explican los socialistas en las demás comunidades autónomas, la bondad de la financiación singular catalana.
He dicho mil veces y lo mantengo – Sánchez en eso es un maestro y lo repite cada vez que le hace falta- que a mi, y a diez millones de vejestorios más, me interesa mi pensión. Si no la cobro, después de cuarenta años cotizados y jugándome el pescuezo además de los cuatro que trabajé pirata, sin contrato ni seguridad social ni derechos ni hostias porque Franco aún vivía y los empresarios hacían lo que les pasaba por el forro, si no la cobro me tiraré al monte con todas las consecuencias. Esa es la jugada maestra de Sánchez, hombre maquiavélico – este no es un adjetivo peyorativo- y afanoso de poder donde los haya: la economía va bien y las pensiones y el estado del bienestar van sobre ruedas. Vótenme.
Intentemos recapitular. Se negocia con todos – incluso con el diablo y se cede en lo que haga falta-. Se llega al acuerdo, pagado de manera contante y sonante, para que Salvador Illa sea presidente de la Generalitat con los votos de esquerras y comunes. Se cede incluso en que Rull, sea presidente del parlamento cuando proviene de la convergencia pujolista, sobradamente desacreditada y es fiel seguidor y fámulo del delincuente bifugado. A este paso vamos a hacer procurador en Cortes al “Pastilla”, que tiene una habilidad para la fuga similar a Puigdemont.
Llega el día de votar la investidura de Illa. Perfecto, sigamos los procedimientos. Puigdemont anuncia su vuelta. Votará ese día como todo diputado de ese parlamento. Cumple lo prometido a medias. Vuelve. Se pasea a carreras entre la multitud. Sube a un escenario y suelta sus verdades verborreicas: Cataluña libre, vengo del exilio y demás bobadas solo creíbles por miembros de una secta abducidos por el santón-líder. Son crédulos sus seguidores como si fuesen fieles del Palmar de Troya, del obispo parguela de Belorado o de tantos otros obispos que dicen gilipolleces semejantes y son seguidos acríticamente con la inteligencia borreguil de que habla mi amigo Eslava Galán en “El catolicismo explicado a las ovejas”.
El exilio de Puigdemont se parece – que me corten la cabeza ahora mismo si no estoy convencido- al que sufrió el traidor Fernando VII. Vendió el país, junto con su padre Carlos IV – ahí empezó mi repugnancia hacia la monarquía- y con el novio de su madre, Godoy, y se fue “exiliado” a un palacio cercano a París que era propiedad de un obispo, Talleyrand, con una recua de sirvientes y curas que siempre han estado al caldo y a las tajadas, como ahora. Péguense una vuelta por la catedral y vean.
Este Talleyrand era otro pájaro de cuenta. Colgó los hábitos y fue ministro en más gobiernos que Pío Cabanillas, al que apodaban el corcho porque no había forma de hundirlo. Fernando, el traidor, exigía dinero de los pobres españoles que se mataban por él frente a los preparados ejércitos franceses y a los sanguinarios mamelucos – antecedentes más o menos próximos a las fuerzas regulares africanas franquistas que tanto miedo inspiraban en nuestra guerra civil-. Pedía dinero a los españoles mientras aplaudía a Napoleón cada vez que vencía en alguna batalla y le suplicaba casarse con su hermana para entrar en la familia imperial. Tuvo menos suerte que yo, que ya es decir, que me arrastro sin éxito ante la rubia del Jaguar y cada día me sale con una evasiva. Puigdemont y Fernando VII tienen un exilio igual de penoso y de vergonzoso. Si no me creen lean la obra de mi amigo Emilio La Parra, catedrático de historia contemporánea y autor de “La España de Fernando VII”, que no me invento nada sobre aquel gran traidor.
Vamos a la actualidad. Dice Puigdemont que viene a la investidura y viene, pero no entra en el Parlamento. Hace su “performance”, su teatro histriónico y consigue que España haga el ridículo más internacional. La palabra más oída en los dos últimos días ha sido esperpento. El ridículo solo es equiparable, el habido con Puigdemont, al que hicimos con “Ay quien maneja mi barca” y Remedios Amaya en eurovisión allá por el paleolítico.
Esto es una pantomima de película de Berlanga. Nos toman por imbéciles. No cabe otra explicación. Quieren que comulguemos – voy a hablar con el obispo si me recibe aunque temo que me diga lo mismo que cuando fui a verlo por aquellos amigos de darles hostias a los pobres- quieren que comulguemos con ruedas de molino.
Empieza el espectáculo: Puigdemont, el abogado, dos tíos con gorra y el presidente de Parlamento. Me recuerdan, otra vez el esperpento, a la película “Monjas a la carrera”. Corren entre la multitud hasta llegar al chiringuito fogueril, de cartón piedra, a dar el mitin. Dicen que la policía ha preparado un operativo del copón. Cuatrocientos policías para detener a un señor que va desarmado a votar en una investidura.
Oigo al director general de los mossos, al que desde ahora llamaremos Mortadelo y Filemón, como autor de la estrategia de vigilancia que “había que preservar la dignidad de una persona que volvía del exilio”. ¿Van a expedientar a alguien como autor de ese desmadre propio de la loca academia de policía? ¿Se va a abrir alguna causa porque ese señor, buscado por delincuente, venga, se pasee, de su mitin y se pire por donde ha venido? El gobierno de la nación no habla. Solo dice que el operativo “mortadeliano” era competencia de los mossos. O incompetencia.
La rubia del Jaguar ha sido testigo del motín habido en el balneario cuando ella ha venido esplendorosa y festiva, guapa a reventar y maciza, rubia de bote pero arrolladora, y los vejestorios nos hemos sublevado cuando yo le explicaba los intríngulis del operativo policial “mortadelofilemoniano” que se estudiará en las escuelas policiales como ejemplo de compinchamiento y de burla a los ciudadanos que esperaban ver al fugitivo ante el Juez Llarena, aunque fuese sin esposar – por dignidad del exilio- y le diera después la libertad con obligación de presentarse cada quince días, cosa que no iba a cumplir.
A mi lo que me interesa es morirme de la mano de la rubia- ¡que aspiración tan lúgubre!-, sus besos apresurados hasta entonces y el QUIJOTE NEGRO E HISTORICO. Me la suda Puigdemont y su tropa. Necesariamente tengo que acabar con Cervantes, al que mi tatarabuelo Pacheco de Avilés metió preso por meterle mano a su hermana Magdalena. Ella quería y yo creo que se enfadó por no cumplir el genio del Quijote con las promesas matrimoniales.
Cervantes escribió un soneto con estrambote al túmulo de Felipe II, que viene al pelo aquí, a Puigdemont, al montaje policial mortadélico, a la actitud de los gobiernos y al ridículo interestelar en cuyas antípodas está el pibón galáctico que es la rubia del Jaguar: “Voto a Dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla – habla Cervantes del diseño para el mitin de Puigdemont y cogerlo después-. Porque… ¿ a quien no sorprende y maravilla esta máquina insigne, esta riqueza? – ahí está hablando de las dietas de los diputados votantes y los mossos participantes en el dispositivo mortadélico. “Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más de un millón y que es mancilla que esto no dure un siglo – esto, evidentemente, se refiere a la financiación singular. No hay duda.
No les canso y me voy al estrambote, el que quiera que lo busque en internet y verá si tengo razón en lo que quería decir Cervantes, el del QUIJOTE NEGRO E HISTORICO. “Y luego incontinente – habla de Puigdemont, de Rull y de Pere Ferrer, el director de los mosos- caló el chapeo, requirió la espada – símil poético del Honda blanco con maletero- , miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. Y ahí está en Waterloo. Cobrando y viviendo como los canónigos de la concatedral porque mejor es imposible.
Artículo de Manuel Avilés para h50 digital.