Antropología de la rubia. La del jaguar. La política

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Esta mañana me he levantado existencialista. Será porque la rubia, después de bailar agarrados en El Pedernoso, de recostar su mejilla sobre la mía, cuando yo creía que aquello iba a ir a más, #mecagoentoloquesemenea, me sentó donde el copiloto, salió quemando rueda, como los macarras en las puertas de las discotecas horteras y me dejó tirado nuevamente en este pre-tanatorio. En la puerta de donde queda el horno, uno parecido al que vi hace unos años en Mauthausen y por donde Hitler metía a los judíos para borrar su memoria de la faz de la tierra. Parece mentira la facilidad con que las víctimas se convierte en victimarios. Solo hay que dar una vuelta por las noticias de las masacres que se están perpetrando en la franja de Gaza.

En fin, que estoy convencido de que la rubia, o está casada con un marido monocejo y antipático, o tiene un vínculo igual de fuerte  con alguien, porque estas espantadas cuando andamos en lo más dulce de la sesión, no me cuadran.

Me ha vuelto, de la rubia sigo hablando, antropológico perdido y unamuniano, que nos pilla más cerca que Heidegger, que Camus, que Sartre, que Kierkegaard y que Nietzsche, estos últimos, los padres de todos ellos. Me hunde la rubia en el existencialismo. Me desespera porque me despista. Me quiere y me abandona. No hay reconciliación posible entre el corazón y la cabeza, entre el todo entregado y el abandono áspero y desértico. Estoy condenado a la angustia y a la incertidumbre. Un filósofo de pacotilla.

Me saca de la filosofía, de golpe, como si me hubieran dado una hostia en toda la cara cogiéndome descuidado, la entrada a la piscina  del balneario. ¡La madre que me pario! Me veo candidato al ahorcamiento o a la precipitación desde la torre más alta del edificio. El espectáculo a la entrada es lamentable, empezando por mí, albornoz de uniforme  como si fuésemos internos en los claretianos con sesenta años más encima. Catorce más sesenta, setenta y cuatro. La media de edad, más o menos.

Veo  un espectáculo digno del Circo del Sol por lo menos. Dos abuelas, de mi edad o cuatro años más, que a uno siempre le parecen más abuelos los otros. Ambas impropiamente vestidas. No llevan albornoz ni gorro sino una especie de mono con pantalón cortito que las hace similares a una croqueta gigante. Es mejor saltarlas que darles la vuelta. Una de ellas va con un flotador gigantesco, una rueda hinchable, con la cabeza de un unicornio. Si se mete en la piscina con eso, nos tenemos que salir los demás. ¡Ayyy señor, cómo se ponen las cabezas a estas edades! La abuela con el unicornio me recuerda a mi amigo Eslava Galán y su  novela extraordinaria, “En busca del unicornio”, precisamente. Y yo con la filosofía de la nada, comiéndome el tarro por culpa de la rubia.

Salgo de la piscina para ir a taichi, que me han dicho que es muy bueno para mejorar la elasticidad y el equilibrio. Eso se lo han tenido que inventar los chinos. Como el covid, la sopa de aleta de tiburón y el arroz tres delicias. Por eso no lo he hecho nunca, porque lo que me gusta son los huevos fritos con patatas y la cerveza Alhambra. Por eso la rubia me llama Cromagnon. ¡Qué sabrá ella lo que es bueno!

Entro al Taichi y veo a todo el mundo en una pose gilipollesca. Mueven los brazos como yo limpiaba el parabrisas del coche o de la moto antes de que me quitaran el carnet por sordo y por ver menos que rompetechos, que me dijo el examinador: usted se cree que está pasando por la puerta del Circo del Sol y se lleva puesta encima del capó a una gorda que paseaba al caniche.  Sigo con esta gimnasia china, limpio varios parabrisas imaginarios pero paso de ellos porque mi imaginación  – con perdón- está anclada en el culo de la rubia.

Mierda de verano. Ella, seguro que está con su marido  – sé que lo tiene y voy a retomar mi viejo  trabajo de espía para verle el careto y estudiar si puedo hacer que parezca un accidente-. Mierda. No estoy ya para esos trotes, que soy capaz de ir con el paraguas con un punzón como en las viejas películas de “¿Es usted el asesino?” Y, cuando intente clavárselo, me ensarto un pie, o me da un tirón o me equivoco de víctima. Pasaron los tiempos  en que yo era una máquina de matar – como en la mili- y ahora soy la misma máquina pero de gemir  – articulaciones, próstata, taquicardias- y de dar pena. “Sic transit gloria mundi”, que decían los curas. Ya se sabe, la religión – como dejaba claro Mircea Eliade- hablaba en latín, con vestidos raros, con velas e inciensos y de espaldas a la gente, para darse importancia, para que no nos enteráramos y así pudieran meternos mejor el miedo en el cuerpo y tenernos bajo la suela de su zapato.

¡Llegó la rubia! Después de dejarme ayer tirado como una colilla, ha vuelto. ¡Milagro!

¡Hola cariño!  – sonríe y saluda como si no hubiera hecho nada-. No puedo dejar de buscarte porque eres el mejor analista político que conozco.

 ¡Vamos, rubia, no fastidies! Un analista en horas bajas que ha pasado media mañana limpiando cristales en la clase de Taichí. ¿Qué ha pasado en la política ahora? ¿El bombardeo iraní en los Altos del Golán?  Sabes que el terrorismo tiene un binomio inamovible e imparable. Acción-Reacción. Se pierde en el tiempo cuando empezó esto. Tú pegas y yo respondo. Y pasan los siglos y se sigue invocando la violencia primigenia como motivación y causa. Irán  – los rusos y los chinos están detrás, estoy convencido- quiere liderar el califato y la región para que no lo hagan los judíos con el apoyo occidental. ¿Las víctimas? Los de siempre. Mira los niños que jugaban al futbol, descuartizados. Cabrones….

En España tampoco hay tregua, salvo para mí, que ando esquivando a la abuela del unicornio porque como se le suelte la faja que lleva bajo el mini pantalón,  deja a la altura del betún al maremoto de Indonesia.

Cada día me importan menos los conflictos y las luchas de poder, aunque todo nos afecta a todos porque si los equilibrios se rompen, nos vamos a hacer puñetas y pasaremos más hambre que un caracol en un espejo. El hambre, los de mi generación posguerra, la llevamos inscrita en los genes.

Aquí, rubia incisiva y preguntona, ya ves la que se ha formado. Un sector importante de la sociedad va al cuello de Sánchez por el asunto de su señora. Los políticos, que tanto pregonan la presunción de inocencia, ahora van a degüello sin esperar al juicio y la corte de pelotas y aplaudidores no para de hablar del ruido y la máquina del fango, algo inherente a la política. No obstante, el tufo que desprende no es agradable.

 Todo el mundo persigue el poder y, si la mujer de un presidente, tiene una iniciativa, todos los pelotas corren en pos de. No por ella, sino por el marido. Lo mismo que cuando Urdangarín. No iban por él, sino por ser marido de la hija y por el suegro. Así es el mundo y luego, cuando el juez los sienta en el banquillo y empieza a preguntar, todos cantan por soleares, de una forma que ya hubiera querido  el Camarón de la Isla. Veremos en qué queda esto, pero la pinta no es buena.

Del pucherazo del analfabeto Maduro no puedo decir nada porque hay que estudiar los datos detenidamente.

Si a eso añadimos la presión de los Puigdemones, nos espera un verano más caliente que los palos de un churrero. Puigdemont dice que va a venir a la investidura para escenificar su detención. Con dos cojones y sin gastar un duro tiene hecha la publicidad. Intenta presionar a Junqueras, Rufián y compañía  con la monserga de que prefieren Madrid a Cataluña y va a desestabilizar a Sánchez más de lo que ya está porque no puede aprobar ni una sola ley sin los sietes votos del fuguista del maletero. Depender de un golpista siempre es arriesgado. Así estamos, con el alma en un hilo, salvo yo que estoy mucho más preocupado por un gatillazo  probable  – entre los nervios y la incapacidad propiamente dicha- si tú, rubia, me pones en el brete de entrar a matar. ¡Ayyyyy señor, llévame pronto!  

Columna de Manuel Avilés, escritor y director de prisiones jubilado, para h50 Digital

 

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