Amó al PSOE, a su gente, su historia, su significado. Era un socialista clásico, así se definía. Detestaba la desigualdad y se encendía con la injusticia.
Esta es la semblanza de un ser humano extraordinario, un político de la talla de un gigante y un socialista de raza. Es la semblanza que jamás hubiera querido escribir. Alfredo Pérez Rubalcaba no cabe en un artículo, ni en treinta, porque su personalidad y su trayectoria vital son demasiado complejas para resumirlas en unas cuántas líneas.
Rubalcaba será reconocido como uno de los políticos más importantes de los últimos 50 años, impulsor de reformas fundamentales —particularmente en educación— arquitecto de pactos políticos claves para la democracia, negociador hábil e implacable, era también un orador brillante y un trabajador infatigable, exigente consigo mismo como con nadie.
Jamás reclamó para sí los laureles que, en realidad, le correspondían por aquella durísima negociación para la paz en Euskadi; esas cosas le daban mucho pudor. Pero quiénes tuvimos el privilegio de estar cerca, sabemos que su trabajo, junto al de otros, fue decisivo para derrotar a ETA. Por ello recibió los más duros ataques de sus adversarios y en ello se dejó parte de la salud.
Una descripción que realizaba Elena Valenciano, la que fuera su mano derecha y una de sus mejores amigas.
Hoy que se cumplen 8 años de la declaración del final definitivo de ETA, quiero recoger las palabras con las que nos enriqueció hace un año y son las siguientes:
“Hoy se cumplen siete años de la declaración de ETA en la que anunciaba el final definitivo de la violencia. Acosada policialmente y aislada social y políticamente, la banda terrorista tuvo que admitir su derrota, sin haber alcanzado ninguno de sus objetivos. Quienes apoyaron a ETA no cejan en sus esfuerzos para retorcer la historia: en Euskadi había un conflicto y algunos patriotas vascos decidieron tomar las armas para resolverlo, dicen. Es una falsedad, el único conflicto que ha perdurado en el País Vasco desde que llegó la democracia a España ha venido de la mano de unos asesinos que intentaban imponer sus ideas a sangre y fuego. Pero no son los amigos de ETA los únicos que tratan de extender un falso relato. Hay quienes, con intenciones distintas, cuentan que la banda no fue derrotada, y la existencia de independentistas en Euskadi sería la prueba más evidente. Olvidan que nuestra lucha no fue para perseguir una idea política, la de la independencia de Euskadi, que según nuestra Constitución se puede defender, sino a aquellos que trataban de imponerla con bombas y pistolas. La verdad es ésta: la democracia ganó y ETA fue derrotada. Hoy es un buen día para recordarlo y mostrar, una vez más, nuestro respeto y cariño por las víctimas de la barbarie terrorista”.
Antonio Abarca para H50